El próximo domingo la Iglesia celebra el día del Buen Pastor y lo hace con una Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones. Pero, esto, no es nada nuevo, la mayoría de vosotros ya lo sabréis, pues este año se celebra la número 55. Y, precisamente el lema elegido para este año es este: “Tienes una llamada” de ahí, que yo lo haya tomado para título de nuestro artículo.

Este lema, ha sido cogido de un mensaje del Papa en el que quería mostrar que Dios sigue llamando a los jóvenes; a la vez que nos anunciaba a todos, “que no vivimos inmersos en la casualidad, ni somos arrastrados por una serie de acontecimientos desordenados, sino que nuestra vida y nuestra presencia en el mundo son fruto de una vocación divina”

Por tanto creo que, también nosotros estamos metidos en esta realidad, pues si la iglesia tiene escasez de sacerdotes, los seglares en especial los evangelizadores- tenemos una misión muy importante, que desarrollar junto a ellos.

De ahí que me haya parecido este, un momento muy oportuno para ponernos ante el Señor y pedirle que mueva nuestros corazones para que surjan vocaciones a la iglesia y evangelizadores capaces de llevar -a cualquier rincón del mundo- el Buena Nueva de Jesucristo.

Cuando se escucha al arzobispo de Madrid, monseñor Osoro hay una frase que repite, una y otra vez: “Nosotros, los que hemos sido -elegidos y bendecidos- para evangelizar” Me parece precioso. “Los que hemos sido elegidos y bendecidos…” Sin embargo, muchas de las veces, nos olvidamos de ello y nos refugiamos en lo fácil: no sé cómo hacerlo, no estoy preparado, esto no es para mí… excusas y más excusas para no hacer nada. Pero, en el fondo sabemos que eso no es cierto. Tenemos todo el apoyo del Buen Pastor que nos acompaña para poder realizar lo que se nos pide.

Lo que pasa es, que cuando descubrimos que: el esfuerzo depende de nosotros; que la preparación depende de nosotros; que el tener claros los conceptos, de lo que vamos a hacer –aunque como humanos, fallemos montones de veces- depende de nosotros… nos parece demasiado y preferimos instalarnos en la comodidad.

Pero, para llevarlo a cabo, hay tres directrices que marca el Papa para este año, en la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, que creo deberíamos tener muy en cuenta: escucha, discernimiento y vida. No las pasemos por alto, incidamos en ellas una y otra vez.

Escuchar

Si el título propuesto para la jornada es: “Tienes una llamada” lo lógico será, que estemos a la escucha para ver cuando se produce.

Pero, para escuchar hay que hacer silencio y… ¡cómo nos cuesta hacer silencio a las personas de hoy!

De momento hay algo claro, -alguien nos busca-, pero ¿dónde? ¿Cómo?… Sabemos que lo hace por medio de una llamada, pero sin forzarnos. Su llamada, es una llamada que nos seduce, nos atrae, nos vence…

Y es significativo. Esa llamada no la escucharemos: en reuniones, en mesas redondas, viendo proyecciones preciosas, escuchando charlas formativas -donde todo el mundo habla-… Esa llamada la encontraremos en el silencio que nos lleva al encuentro personal con el Señor.

Y ¿cómo sabremos que alguien nos busca?  Pues lo sabremos, interiorizando lo que la voz de Dios nos sugiere: en la comunicación con Él, en el encuentro con Él, en el conocimiento profundo, en la escucha, en la intimidad…

Aunque algunas veces, queriendo escuchar esa Voz, solamente hallemos “sordera” y desencuentro.

De ahí que os invite -a cada evangelizador- a preguntarnos:

·         ¿Cómo se realiza, hoy, esa llamada en mi vida?

o   ¿A qué me invita?

o   ¿Cómo la recibo?

 Discernir

La primera realidad que aparece cuando decidimos escuchar una llamada es, la Voz.

A veces pensamos, que discernir es ver de quién es la voz que nos habla, estar atentos a lo que nos propone, distinguirla de otras voces que no nos interesan… y eso es sumamente importante, pero eso antecede al discernimiento, eso es distinguir, diferenciar… ¡Dichosos los que saben hacerlo bien!

Pero el discernimiento que el Papa nos propone es mucho más que eso. El verdadero discernimiento consiste en observar el paso de Dios en nuestra vida y eso no se realiza desde fuera, sino desde dentro. Por tanto, no está solamente en deducir… sino: en sentir, en apreciar, en juzgar… En ver lo que se funde en lo hondo del corazón; pues el discernimiento consiste, en observar lo que se percibe en nuestro interior; lo que se experimenta en lo más profundo -ante la circunstancia que se nos presenta-… consiste, en ver a qué me lleva esa Voz. Si esa voz me produce desasosiego, exigencia, tristeza… esa voz no viene de Dios. La Voz de Dios siempre produce paz, sosiego, calma, alegría… la Voz de Dios es tierna, cordial, amorosa…

La Voz de Dios habla al corazón y como dice el profeta Oseas, quien escucha esa voz y la reconoce, ya nunca puede olvidarse de ella, porque se da cuenta del amor, de la dulzura, de la comprensión y de la compasión que hay en lo que Le dice.

Por eso los discípulos son capaces de decir: “Él tiene palabras de vida eterna”

·          Y a mí, ¿qué me sugiere esa Voz?

o   ¿La escucho desde lo más profundo?

o   ¿La reconozco?

·         ¿Cómo afecta, esa Voz, en mi vida?

 Vida

A veces creemos, que vivir desde Dios consiste en: llenar nuestra vida de actividades, de trabajos, de acciones…; creemos que consiste en convertir a todos en oyentes de la Palabra de Dios y poseedores de esa “mejor parte” que es la suerte de quienes lo escuchan…

Pero, en aquella sobre mesa que vino después de la cena, Jesús dejo muy claro que, lo realmente importante, consistía en vivir en cada momento lo que el Padre quiere de cada uno y, eso, sólo se consigue escuchándole.

Lo que pasa es que nosotros preferimos seguir encerrados en nosotros mismos, en nuestras rutinas, en nuestra tranquilidad, en nuestra apatía… sin darnos cuenta de que, quien desprecia su vida reduciéndola al círculo de su propio yo, nunca podrá descubrir esa llamada especial y personal que Dios ha pensado para él.

Sin embargo, Dios nos da la libertad a la hora de vivir nuestra vida. Nos deja libres, para que permanezcamos cerrados u optemos por la apertura, la acogida, la hospitalidad, la confianza… nos da la libertad para amar y sobre todo, nos da la libertad para aceptar o para rechazar su propuesta.

Pero, realmente, esto nos asusta un poco, pues entrar en el plan de Dios, es entrar en el plano de lo desconocido.  Y, ¿quién puede  entrar en la mente de Dios?

De ahí que nos diga S. Agustín: “nadie puede tener la esperanza verdadera y cierta de vivir eternamente, si no reconoce la vida que es Cristo y no entra por la puerta en el redil” 

·         Y yo, ¿escucho a Dios para que me diga cómo quiere que viva mi vida?

    Pues mirad:

Cuanto más cerca estemos del Pastor,

más a salvo estaremos de los lobos.