Como bien sabéis, mañana día 9, la Iglesia conmemora la dedicación de la Basílica de Letrán, hecho que ocurrió el 9 de noviembre del año 324, cuando el Papa Silvestre, la dedicó al Salvador; cuya imagen, dada a conocer a los fieles después de las persecuciones, fue un acontecimiento de gran relevancia.

Pero ese mismo día también se celebra en Madrid, la festividad de la Virgen de la Almudena, cuya tradición nos dice que: el 9 de noviembre del año 1085, en la muralla de la Puerta de la Vega apareció una imagen de la Virgen que los cristianos habían ocultado en tiempos de persecución y que Madrid, con singular devoción la nombró Patrona de la Provincia Eclesiástica.

Como yo vivo en Madrid, aunque no vaya a incidir en la festividad de la Almudena –ya que muchos de los que lo leéis no vivís en Madrid- si quiero dejar un pequeño apunte del parangón que guardan ambas festividades.

  • Observamos a María como, el Primer templo de Dios. La primera en albergarlo en su seno.
  • Después, observaremos la suntuosidad que tiene el templo, del Salvador, para acoger al mismo Dios. Contemplando su fortaleza, su fastuosidad, su esmerada construcción…
  • Pero todavía queda otro templo que, suele pasar inadvertido. Es, el templo que alberga cada persona en su interior, para poder ocultar en él al mismo Dios; pues si María fue la primera piedra de ese magnífico Templo, nadie puede quedar excluido, de ser piedra viva, perteneciente a él; ya que todos somos hijos de la Virgen sin importar la advocación por la que queramos llegar a Ella. Y eso, precisamente, es lo que nos llevará a acercarnos, al Señor: desprendidos, abiertos, libres… siendo, como Él quiso que fuésemos al crearnos: Templos vivos del Espíritu Santo.

MARÍA TRONO DE DIOS

“Otro Ángel vino y se puso sobre el altar. Le entregaron perfumes, para que aromatizase las oraciones de todos los santos, que estaban en el trono.

Y los aromas, junto con las oraciones, subieron al trono de Dios”               (Apocalipsis 8, 3 – 4)

 El Ángel llevó a Dios, los perfumes y las oraciones, ofrecidas. Cómo cambiaría nuestra vida si fuésemos conscientes de que, en cada vida humana, siempre hay un mensajero de Dios, para ayudarnos a realizar nuestra misión.

Es, realmente impresionante que, el Ángel del Señor, sea el encargado de aromatizar nuestras oraciones y subirlas al Trono de Dios.

No podemos obviar, por tanto, la grandeza que supone, que nuestra vida esté llena de “los ángeles del camino” para ayudarnos y protegernos del mal.

Por eso sería bueno que, delante de Dios, recordásemos algún hecho en el que aquella persona, quizá hasta desconocida, nos ayudó a salir de apuro en el que nos encontrábamos. Después tratemos de recordar:

  • ¿Cómo reaccionamos?
  • ¿Vimos, en ella, un ángel de Dios?
  • ¿Lo eludimos, pensando que era una simple casualidad?

Vamos a recordar, también, alguna vez en la que nosotros hemos sido, “ángeles” del camino, para alguien:

  • ¿Fuimos conscientes de ello? ¿Qué sentimos?
  • ¿Dimos gracias a Dios por habernos elegido?

Sería bueno que esta oración se prolongase en, largos ratos durante la semana, recordando sucesos que, por cotidianos, los dejamos pasar desapercibidos.

LA ELOCUENCIA DE LA PALABRA DE DIOS

Ciertamente es muy fructífera la lectura, que se plasma entre las escogidas para conmemorar la Dedicación del Templo, porque es el parangón perfecto para presentar a María como: El Gran Templo de Dios.

Lo vemos con nitidez ante estos espléndidos versículos:

“El Ángel, entrando en su presencia dijo: No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios.

Concebirás y darás a luz un Hijo y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, reinará sobre la casa de Jacob y su reino no tendrá fin”

                           (Lucas 1, 30 -34)

 María, que conocía como nadie, lo que es sentirse mirada por Dios; se retira para entrar, en ese silencio que sabe a Dios y conduce a la grandeza. Era el momento dulce, del día; era ese regalo, que se saborea en lo más profundo del corazón; era ese tiempo en el que, desprendida de todo: alababa, contemplaba y adoraba a Dios desde lo más profundo de su ser. ¡Se sentía tan dichosa! ¡Añoraba tanto la salvación! ¡Se sentía tan unida a su Señor!… que toda su esencia estaba abierta al infinito de Dios.

María no podía imaginar que estaba llegando hasta ella, un emisario de Dios ¡era una joven tan normal! ¿Quién podría fijarse en ella? Sin embargo, ante su sorpresa, la estancia se llena de luz y el Ángel, del Señor, se hace presente “¡Alégrate María!” Las palabras, lejos de interrumpir su silencio, lo colmaron, para llenarlo de asombro, ante la presentación oficial:

Porque has hallado gracia delante de Dios” Los interrogantes golpean como dardos su mente:

  • ¿Se habrá confundido de persona?
  • ¿Será, ciertamente, para ella el mensaje del Señor?
  • ¿No podría haber sido la misiva, un poco más coherente?
  • María, un poco turbada pregunta: ¿Y cómo será esto?

El Ángel no aclara demasiado, tan sólo responde: “La fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra” y, ante la admiración de todos cuantos nos acercamos a la escena, María ni duda, ni cuestiona, ni reprocha. De sus labios salen estas admirables palabras: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”

A mi me da la impresión de que el Ángel iría saltando al llevar la respuesta al Señor; pues indudablemente, tenía un aroma especial.

También se nos hace, hoy, a nosotros lo mismo que a María, un ruego, una súplica y es el mismo Dios, el que nos la hace. Nos pide que vivamos nuestra realidad, como verdaderos cristianos, pertenecientes a la Iglesia de Jesucristo:

  • ¿Qué le respondemos?
  • ¿Somos capaces de responder como lo hizo María?

No es necesario que demos la respuesta con prisa. Oremos largo rato sobre esta realidad. Oremos todo el tiempo que sea necesario, hasta que seamos capaces de decir: ¡Hágase en mí según tu palabra! Como lo dijo Ella.

 LA  BASÍLICA DE LETRÁN

“Acercándoos al Señor, piedra viva desechada por los hombres, pero escogida por Dios, también vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción del templo del Espíritu”                        (Pedro 2, 4 – 9)

 La Basílica de San Juan de Letrán, en Roma es un edificio fuerte. Su construcción fue esmerada y segura. Para construirla, se elegirían piedras seleccionadas y de alta calidad.

En ella, cada piedra cumple su función y es necesaria para dar consistencia al edificio; incluso, esas que no tienen ninguna belleza, porque están escondidas y no se ven, o aquellas que parecen innecesarias a los ojos de los inexpertos, son fundamentales para su solidez.

La Basílica está dedicada al Salvador y su descripción parece tomada, en la lectura de S. Pablo, en la que nos habla: del “Templo del Cuerpo de Cristo” Cuerpo Místico integrado por muchos miembros.

Gran lección, que nos invita a revisarnos, personalmente, como miembros pertenecientes al Cuerpo Místico de Cristo: La Iglesia.

  • ¿Me considero, yo personalmente, miembro del Cuerpo Místico de Cristo?
  • ¿Veo a los demás, miembros activos, lo mismo que yo?
  • ¿Los valoro, en su justa medida, o los considero de categoría inferior?
  • ¿Cumplo mi misión, sin interferir en la de los demás?
  • ¿Qué servicio desempeño?
  • ¿Me considero honrado-a, con el “miembro” que me ha tocado ser, o querría haber sido otro de mayor relevancia?

MARÍA TEMPLO DE DIOS

Sorprende, sin embargo, observar que no podríamos celebrar, la resistencia de la Basílica de Letrán; sin elogiar al unísono que, en el silencio más absoluto y sin ninguna suntuosidad, se hubiera puesto la primera piedra, al edificio de nuestra Redención.

Porque fue, en el preciso momento de la Anunciación, cuando todos pasamos a ser piedras vivas y entramos a formar parte del Templo del Espíritu.

       Todos sabemos que, María era una muchacha de corta edad, cuando Dios le pide permiso para tomar, en su seno, carne mortal. Ella sería, el Templo, que Dios había elegido para que reposase en su seno, el Hijo de Dios ¡Imposible que esto cupiese en cabeza humana!

María, no era una persona relevante, solamente contaba con su gran fe, su profunda esperanza y la gracia de Dios.

María, no estaba hecha de piedras firmes, como la Basílica de Letrán; su cuerpo era frágil, estaba hecho con la misma carne que el nuestro: con los mismos interrogantes, las mismas dudas y los mismos riesgos. Ella no tenía una naturaleza especial, sencillamente era: “La esclava del Señor”

       Sin embargo había aceptado, la misión más difícil, de la historia de la humanidad y, para ello, no le han dado ni un libro de instrucciones, ni las primeras pautas de comportamiento. Simplemente contaba, con aquella pregunta de: ¿Cómo será esto? Y aquella respuesta sorprendente de: “Todo es posible para Dios”

       Pocas palabras para tranquilizarla; sin embargo ella, no pone condiciones, ni pide seguridades; con su fe al descubierto y su alma llena de confianza en el Señor, firma un cheque en blanco; del cuál sólo conoce al depositario, pero ella sabe que puede fiarse de Él y se fía.

Acababa de ponerse la primera piedra del Templo. La Piedra Angular, que tantos arquitectos desecharían, pero que ella sabía bien, de su autenticidad.

El Cuerpo de Cristo, acababa de instalarse en su seno. El Sagrario de la Basílica había sido estrenado, aunque no hubiera dedicaciones ni aplausos. Todos ignoraban lo sucedido, solamente ella tenía la certeza de haber sido inundada por el Señor.

PARA LA ORACIÓN PERSONAL

“Mi casa es casa de oración, dice el Señor, en ella: quien pide recibe; quien busca halla y al que llama se le abre”  (Mateo 21, 13 – 15)

       La Basílica es casa de oración. En ella Cristo espera a cada apersona que llega para: suplicar, alabar, pedir perdón, dar gracias…

Estoy segura, que la inmensa mayoría de los peregrinos, que visitan la ciudad van a contemplar, también, su suntuosidad.

Su esbeltez nos muestra, como cada piedra tiene su misión y, como nosotros, dentro del Cuerpo de Cristo, tenemos la nuestra.

Me parece asombrosa la Visión profética de Ezequiel 47, 1 – 2; 8 – 9; 12 que nos adentra en la oración.

El profeta, con su descripción, nos está mostrando como mana el agua de la vida, por medio de la Palabra y los sacramentos, así como brotó el agua por el costado de Cristo en la Cruz. La sangre y el agua símbolos del Bautismo y la Eucaristía, sacramentos que forman la Iglesia.

No menos significativo es el Salmo 45 que nos dice: “El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios, el Altísimo consagra su morada”

Nos pararemos, también, a observar la solidez de la Basílica, sin que nada pueda hacerla tambalearse; para darnos cuenta de si, realmente, se asemeja a nuestra solidez de cristianos: Piedras vivas de la Iglesia de Jesucristo.

Después, en un clima de silencio e interioridad, tomamos conciencia de que somos obra de Dios, arcilla de su mano y privilegiados de su corazón.

Para decirle:

Aquí estamos, Señor, tenemos hambre de Ti; hambre de tu misericordia, tu acogida y tu bondad.

         Aquí estamos para dejarnos hacer por Ti, para que nos hagas como Tú quieras, Señor.

  • Crea en nosotros, un corazón capaz de darse.
  • Crea en nosotros, esa palabra oportuna de consuelo y aceptación.
  • Crea en nosotros ese empuje, que ayude a los que están tristes y cansados.
  • Crea en nosotros, esa dulzura que trasmita, aunque sea de manera opaca las, dulzuras de tu corazón.

Porque queremos, Señor, ser Piedras Vivas que sostengan el edificio que Tú soñaste al crearnos. Un edificio capaz de acoger a los demás, de servirlos, de protegerlos…   

Ese edificio capaz de resplandecer en su belleza interior; ese edificio capaz de ser signo y sacramente, donde los demás, puedan ver que Tú habitas.