“Seréis mis testigos, testigos de mi amor.
Seréis los testigos de mi Resurrección”
Como cada año, la Iglesia celebra la Ascensión del Señor, pero yo no sé si este hecho tiene la resonancia que debiera en los que vivimos en este momento de la historia.
Sin embargo, el calado de esta fiesta es primordial. Ella quiere que volvamos a plantearnos la grandeza de trabajar –unidos- sacerdotes y seglares, como testigos de la Iglesia de Jesucristo. Una unión, que no es una amalgama heterogénea, como muchos puedan pensar, es algo que nos alerta, de que ciertamente nadie puede quedar excluido de la llamada a ser Testigos del amor de Dios, viviendo como personas resucitadas.
ANTE LAS DIRECTRICES DEL TESTIGO
“Esto es lo que tenéis que hacer: Lo que yo os digo en la oscuridad, decidlo a la luz, y lo que os digo al oído, predicadlo sobre los terrados. No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, que al alma no pueden matarla; temed más bien a aquel que puede destruir el alma” (Mateo 10, 27 – 29)
Realmente la actitud de los verdaderos testigos no es fácil de llevar a cabo; lo queramos o no, siempre sorprende. Su fuerza, su aplomo, su madurez… chocan con la vida trivial y superficial a la que quieren dirigirnos.
Es asombroso ver, con qué fuerza lo presenta Mateo en su evangelio: “Esto es lo que tenéis que hacer nos dice…” sin ambages, sin sutilezas, sin ambigüedades… sólo la firmeza, de alguien que cree de verdad en ello, puede hacer tan magna afirmación. Y aquí estamos nosotros para escucharla una y otra vez con la pasividad que nos caracteriza, estamos tan acostumbrados a oírlo, que nos parece que será para los demás porque nosotros ya nos lo sabemos, y eso hace que no seamos capaces de practicarlo.
Sin embargo, el evangelista que sabe bien lo que dice y lo que hace es capaz de presentarnos claramente las características que definen al testigo:
- La valentía.
- El testimonio.
- Y el crecimiento.
Aquí están. Pero aunque la teoría creemos conocerla demasiado bien, con frecuencia nos instalamos en lo fácil, en lo que no nos crea problemas, en lo que nos deja tranquilos, pues responder a la tarea encomendada requiere esfuerzo, diálogo, coherencia, confianza, paciencia… y eso es demasiado exigente.
Así vemos en nuestro entorno, a gentes que no quieren complicarse y prefieren seguir mirando al cielo, que poner los pies en la tierra. Esperan a que los demás opinen por ellos, trabajen por ellos, sufran por ellos y casi, vivan por ellos. Pero eso no gusta demasiado, complican mucho las cosas, exigen sin dar nada; y ahí estamos, sin terminar de decidirnos, viviendo con “medias tintas”, dando un “sí pero no”; procurando que no se note demasiado nuestra cobardía.
Sin embargo, sabemos bien que, si no vamos a por todas, si seguimos midiendo el riesgo, nuestro testimonio no tendrá mucho que decir. La gente de hoy no quiere teorías; le sobran palabras; quiere vida, gestos, hechos, demostraciones.
De ahí la necesidad, de volver a escuchar lo que Jesús nos sigue diciendo desde el monte de la Ascensión: Bajad a la vida a los caminos y enseñad a todos cuanto os he dicho. Decidles con vuestra manera de vivir y de actuar, que nuestra conducta implica a todos; que el que nuestra vida esté inundada de amor implica a todos; que necesitamos mirar al mundo con ojos nuevos, que no podemos pasar inadvertidos de que mucha gente se siente sola, sin ser valorada ni estimada por nadie. Gritemos el mensaje más fuerte que nunca.
Digamos a todos que Jesús nos ha amado y nos sigue amando; y que el Padre nos sigue amando con un corazón lleno de ternura. Que esta es nuestra fe, una fe sellada por medio del amor-fiel entregado y resucitado. Pongámonos en pie, sigamos el camino, pidamos con fuerza al Señor, que nos dé coraje para decir a todos, como Él lo hizo: “que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde, Jesús nos ha dejado su paz”
UNA COMUNIDAD DE TESTIGOS
Por tanto se trata de mantener vivo el sueño que nos llevó a decir SÍ a Cristo para ser sus testigos. Y en esa opción no hay distinciones, es una realidad que ha de hacerse viva día a día, renovando el interior y saliendo al mundo para ofrecer lo vivido a los demás.
Pero es bueno, que nuestro testimonio parta de una comunidad donde haya sacerdotes, consagrados, padres y madres de familia, solteros, viudos, jóvenes, mayores… porque eso dinamizará la vida y el servicio, a la vez que ayuda a que la Comunidad se dinamice y fluya.
Y será preciso vivir en disponibilidad para que los servicios no los hagan siempre los mismos y se vayan turnando para que llegue a ella la frescura y la novedad. Correspondiendo a cada uno fijar nuestro objetivo dentro de ella, dependiendo de la misión que tengamos. Pero todas ellas han de tener en común:
- · El buscar una buena relación entre los que la forman. (No mirando sólo a los que la frecuentan sino, también, a los que van llegando sea cual sea su bagaje y su realidad).
- · El fomentar el compromiso sacramental.
- · El hacer que cada miembro sienta la alegría de ser acogido.
- · El ofrecer una experiencia de conversión.
Siendo conscientes de que, vivir desde la Iglesia, es acoger nuestro proyecto de vida para ofrecerlo a los demás, siendo verdaderos Testigos. Y siempre sin olvidar:
Que el verdadero Testigo,
es capaz de hacer presente en la sociedad y en la historia
a Cristo Resucitado.