El Resucitado nos ha traído: la Luz de la Resurrección, el amor de su entrega y la veracidad de sus obras; pero nadie puede decir que lo conoce, si no está dispuesto a vivir como Él vivió.

Siempre impresiona observar que la Palabra de Dios recorra todas las situaciones del ser humano.

Cuando, Jesús Resucitado, vuelve a los suyos para comunicarles la gran alegría:

  • Los invita a recorrer un camino glorioso dónde Él estará presente.
  • Les enseña que el signo de este caminar es el gozo de vivir como personas renovadas.
  • Les dice: ¡No tengáis miedo! Yo, siempre, os acompañaré.
  • Les enseña sus llagas, donde se fusiona el dolor de la humanidad.
  • Les regala su paz: Una paz distinta a la que nos brinda el mundo.
  • Y les brinda la oportunidad de guiarlos, protegerlos, defenderlos… y llevarlos a “esos pastos” donde se encuentra el alimento que nutre.

 

PARA TENER VIDA HAY QUE RESUCITAR

Los textos que nos presenta la liturgia en este tiempo de pascua, llevan implícito el servicio, en ellos se advierte la manera en que hemos de servir a la Iglesia y a los hermanos. Un apoyo, a veces doloroso, tan doloroso como lo que nos ha mostrado Jesús, dando su propia vida.

Pero nosotros tenemos la suerte de haber visto los resultados que tuvo dar la vida, pues ello trajo consigo la Resurrección.

Por tanto, si queremos también nosotros resucitar con Cristo, no podemos eludir la realidad de “dar vida” entregándonos al servicio de los demás.

Esto no lleva implícito hacer cosas raras, ni buscar destinos extraños… se trata de ofrecer nuestros dones a los que viven con nosotros, a los que se cruzan en nuestro camino, a los que intentan vivir a nuestro lado la fe… Se trata de regalar:

  • Nuestro tiempo.
  • Nuestra sonrisa.
  • Nuestra paciencia.
  • Nuestra energía.
  • Nuestra entereza.
  • Nuestros dones.
  • Nuestra honestidad…

Se trata de gastarnos por los demás compartiendo con ellos, dejándonos encontrar por los que nos necesitan, perteneciendo a todos… como signo de la universalidad de la Iglesia. Se trata de vivir en fidelidad desde una entrega diaria y silenciosa.

Por eso, la palabra de Dios, apunta algo muy importante: se trata de que estemos todos, de que no se vayan, de que –los que llegan- encuentren lo que venían a buscar…, peto con tristeza, vemos que son muchos los que se han ido y se siguen yéndose tras esas voces que acarician, esas falsas sonrisas, esos buenos modales, esas propuestas sugestivas… Estamos en un momento clave, no podemos dormirnos en nuestra propia comodidad.

Tenemos que salir de nuestros placenteros “cenáculos” –lo mismo que los apóstoles- a buscarlos, sin importarnos el qué dirán, ni la imagen, ni la fama, ni el prestigio… anteponiendo el bien de los demás al nuestro propio.

Porque, Jesús, nos ha enseñado que no basta con preocuparse de los demás, es necesario olvidarse de sí mismo y dejar a un lado tantos intereses egoístas como se nos brindan para que nos apartemos de Dios.

Tenemos que seguir caminando, pero no con la cabeza baja y los ojos cerrados; ni con la mente “fuera de servicio” y la conciencia desactivada… sino poniendo nuestras cualidades y nuestras ideas al servicio de todos a fin de que ellos también se enriquezcan.

Para ello hay que conocer la meta, tener una conciencia comunitaria, estar disponibles y seguir firmes cuando lleguen las dificultades. Seguir avanzando aunque nos llegue el cansancio y nos pueda la fatiga; seguir… sin arrastrar los pies y sin ignorar el paso de los otros; seguir estando muy pendientes de los débiles, de los desalentados, de los abatidos… y caminar a su paso, sin dejar que se nos apodere la importancia de llegar.

Pero es importante, que todo esto, no nos impida tener en cuenta que, cada uno tiene su corazón, su historia, sus lágrimas… Tenemos que dejar el individualismo para aproximarnos a los demás. Hagámoslo sin juzgar, sin criticar, sin fiscalizar… teniendo, simplemente, las manos tendidas a cuantos están a la espera, porque como dice el Papa Francisco:

LA RESURRECCIÓN DE CRISTO

ES NUESTRA FUERZA