Cuando se ponen frente a frente, el mundo actual y la época en la que, los apóstoles son mandados a evangelizar, parece un sinsentido tratar de aunarlos y sacar de ello recomendaciones provechosas, para trabajar nuestra historia de salvación. Sin embargo cuando alguien se sitúa ante cualquier trabajo realizado por ellos, nota que no pueden serle indiferentes, que hay algo en esa realidad que llega a los resortes más íntimos de su ser.

Como no puede ser de otra manera, hasta inconscientemente, comentamos –una y otra vez- la realidad de la sociedad en que vivimos, dándonos cuenta de cómo está asentada en el dinero, en el éxito… de cómo tira de nosotros ante lo cómodo y lo placentero, de cómo se valora la fama y la notoriedad… sin darnos cuenta de que no dista demasiado –por ejemplo- de la sociedad corintia del siglo primero, donde Pablo llegó a evangelizar. Los ciudadanos de aquel tiempo también tenían la vida montada sobre unos valores, que cualquier cristiano de hoy no podría admitir y que además, estaban influyendo negativamente en aquella comunidad que Pablo acababa de fundar.
Por eso el apóstol no se anda por las ramas; expresa con claridad el mensaje que quiere trasmitir y creo que nosotros deberíamos hacer lo mismo. El lenguaje que Jesús ha querido inculcarnos – nos dice – es muy distinto al nuestro, ha invertido nuestra escala de valores.

Por eso, si nosotros queremos vivir lo que Jesús proclama, hemos de prescindir de cualquier condición que nos esclavice para pasar a esos valores de liberación que nos ofrece:

  • El valor de la esperanza, contra toda esperanza.
  • El valor de la entrega generosa, frente a sacar utilidad de lo que hacemos.
  • El servicio humilde y desinteresado, frente a exigir que nos sirvan y nos reverencien.

Porque, estos sí; estos son los valores que, todo evangelizador debería predicar y, no sólo de palabra sino con su testimonio. Pues estos son los valores que cambiarían nuestra sociedad y nuestro mundo De ahí que no es extraño, que el mismo Pablo al mostrarnos a Jesús –que fue el único que, vivió de verdad este estilo de vida- nos diga: “Jesús abrazó la Cruz escándalo para los judíos, necedad para los gentiles” (1 Co 1, 18)

Nos vamos acercando a la semana Santa, a la semana Grande por excelencia y vamos observando lo poco que se habla de ella, solamente se comentan las “vacaciones de semana Santa” pero nada más. Un momento propicio para evangelizar, para presentar –como Pablo- a cuantos nos rodeen, a ese Dios que muere por amor, que da su vida para salvar la nuestra.
Qué importante sería que, ante esta realidad orásemos, que importante que pusiésemos todo ello en manos del Señor. Que mirásemos a la Cruz sin bajar los ojos al contemplar tanto deterioro.

Para ello, os ofrezco este texto de S. Pablo en Corintios 1, 18 y que tanto cuestiona:

“Hermanos: ¡Dios me es testigo!
La palabra que os dirigimos no fue primero “sí” y luego “no” Cristo, Jesús, el Hijo de Dios, el que os hemos anunciado, no fue primero “sí” y luego “no”; en él todo se ha convertido en un “sí” y por él podemos responder “Amén” a Dios, para gloria suya.

Aquí lo tenemos, el SÍ de Dios, salvando redimiendo, dando vida… ¡Imposible que se presente ante nosotros algo de esta magnitud!
De ahí que, al mirar a Cristo, lo primero que descubramos sean:

  • Nuestras promesas incumplidas.
  • Nuestro dolor adornado de palabras sugerentes.
  • Nuestras decepciones acumuladas en el alma…

¡Tantas veces hemos dicho sí y se ha convertido en un no al llegar el momento de la exigencia!

Por eso, quizá sea este un buen momento para examinar nuestras respuestas y tomar conciencia de nuestros “sies”, convertidos en “noes”
Nosotros, los evangelizadores, hemos decidido llevar a todos el evangelio de Jesucristo, acercar a todos cuantos nos sean posibles a Dios, lo tenemos claro y llenos de:

  • Esperanza dijimos si a nuestras responsabilidades. Pero al pasar el tiempo nos llegó el desencanto, el cansancio, el no ver los frutos deseados, el acumular desengaños… y llega el no buscando una excusa para dejarlo todo.
  • Dijimos si, cuando se nos propuso trabajar por el Reino, porque sabíamos que eso era lo nuestro; pero llegó el conformismo, la rutina, la falta de estímulo… y se convirtió en un no, dada nuestra falta de creatividad y nuestra vejez de espíritu.
  • Respondimos si cuando se nos propuso evangelizar y anunciar la Buena Noticia, pero pronto entramos en el triunfalismo de apoyarnos en la fuerza y el poder, en el privilegio, en la seguridad económica, en la búsqueda de influencias…y todo se convirtió en un no.
  • Ello nos llevó a la ausencia de Dios, a la debilidad en nuestra fe, a pensar que Dios no nos oye, a no saber dar testimonio y a vivir nuestra vida como si Dios no existiera.

Por eso os pediría que no desaprovechemos este momento tan especial en el que vamos a revivir la muerte y resurrección de Cristo, para tomar conciencia de estas pautas y trabajar sobre ellas, a fin de que nuestra vida se convierta en su SÍ auténtico que, responda a Dios con un sincero testimonio de vida, abriendo nuestros corazones para que, el Señor, ponga en ellos su amor, su entrega y su verdad.

Aquí os dejo estas sencillas preguntas por si pueden ayudarnos:
• ¿Qué valores han cambiado en mi vida desde que opte por seguir a Cristo?
• ¿Cómo manifiesto en mi modo de actuar que la verdadera fuerza y sabiduría la encuentro en el Crucificado y no en los valores que me brinda el mundo?
• ¿Cuál quiero que sea hoy, mi respuesta a lo que el Señor me pide?