ORAR LA SEMANA SANTA CON LOS SALMOS

 

Por Julia Merodio

Al ponerme a preparar una temática, que pudiese brindaros un guión de oración para la Semana Grande, me he dado cuenta de que nunca os he ofrecido una oración con los Salmos para estos días y, precisamente en esos días santos, vemos por medio del relato de la Pasión, que la boca de Jesús recitó salmos en cada uno de esos momentos aciagos por los que iba pasando.

De ahí que este sea el esquema de oración que os ofrezco, para que por medio de él, estemos todos unidos en oración y adoración ante el Señor.

DOMINGO DE RAMOS.- Salmo 50

Ha llegado la hora. Jesús lo sabe mejor que nadie, por eso llama a los suyos para que se pongan en camino. Tienen que subir a Jerusalén. Muchos los siguen por las grandes maravillas que le vieron hacer, en especial por la última “La resurrección de Lázaro”.

Los apóstoles intuyen, por el gesto serio del Maestro, que las cosas no van bien y andan remisos. Pero Jesús sabe cual es la misión que ha de cumplir y nadie lo detendrá, llegará hasta el final; y cuando llegue revelará que el Dios entregado en la Cruz es el que da a todos la vida.

Sin nadie esperarlo al acercarse a Jerusalén Jesús decide entrar triunfalmente.

Esta es la única vez en todo el evangelio, que Jesús se deja proclamar Rey: en su “entrada triunfal en Jerusalén”.

Mas admira ver a ese Rey mandando a los suyos a buscar un pobre pollino ¿qué clase de rey es este?

Sin embargo parece que a la gente le gusta porque salen a su encuentro de todos los rincones para vitorearlo, aclamarlo: ¡Hosanna el Hijo de David!

Le ponen sus mantos de alfombra para que pase. Debe de ser gente humilde esta que lo aclama. Deben de ser los que lo vieron curar, multiplicar los panes, hacer milagros, hablar en el monte…. Los grandes, los acostumbrados a Herodes con sus soldados me imagino que se quedarían en sus casas.

Por eso sus seguidores son los pobres y los niños; porque, solamente ellos son capaces de alegrarse con las sorpresas, son capaces de maravillarse con sus signos, son capaces de ver que el sello de su coronación es el gozo y la paz.

EN ACTITUD ORANTE. Contempla a Jesús, percibe su intimidad, escucha lo que te dice, déjate contagiar por sus sentimientos…

Síguelo en silencio. Pídele que te dé fuerza para acompañarlo, no sólo en el triunfo, sino también en su pasión. Dale gracias por haberte permitido vivir esta cercanía con Él.

Pregúntale, también, por su Madre. Acompáñala en estos días tan dolorosos y difíciles para ella.

Pídele que te ayude a pasar junto a ellos las dificultades de tu vida y dile que te contagie de su fe para llegar a la resurrección.

Está claro que Jesús es un rey de misericordia, un Dios de bondad, por eso le vamos a decir:

Misericordia, Dios mío por tu bondad,

por tu inmensa compasión,

lava del todo mi delito, limpia mi pecado.

 

Devuélveme la gracia de tu salvación,

afiánzame con espíritu generoso.

Enseñaré a los malvados tus caminos,

los pecadores volverán a ti.

 

PARA LA ORACIÓN

Señor, en Ti ponemos nuestro barro y nuestro amor,

porque reconocemos, que tu inmensa ternura

puede limpiar nuestro pecado.

Ante Ti, reconocemos nuestra condición de pecadores, nuestro egoísmo, nuestro juego sucio…

Pero conocemos tu amor sin límites y tu ternura de Padre.

Por eso, nos ponemos ante Ti para decirte: Señor: hemos pecado y nos sentimos avergonzados por el mal que hemos hecho.

Devuélvenos la alegría de la salvación; no tengas en cuenta nuestros fallos y líbranos de volver a caer en la red de la tiniebla.

Crea en nosotros un corazón puro y renuévanos por dentro con espíritu firme.

 

JUEVES SANTO.- Salmo 115

Es Jueves Santo. Y hoy, lo mismo que en el primer jueves Santo de la Historia, la unidad, la fraternidad y la comunión entre todos los seres humanos es la gran preocupación de Jesús, ya que Él quiere que sean el signo de los suyos.

Jesús quiere que, estas actitudes sean el reflejo que los caracterice ya que, ellas son la señal del cristiano el modo de proceder de un apóstol.

Dios, misterio de amor, unidad en tres personas, que viven dándose, amando y comunicándose con cada ser humano.

Y lo que es más sorprendente. Todo esto realizándose en un mundo lleno de imperfecciones.

Jesús quiere que todos seamos uno, sin elección de personas, sin separar a nadie. Él no elige a los libres de pecado sino a cada ser de un mundo traidor al que ha venido a redimir.

Aquí está el amor de Dios llegado al límite. El amor de Dios que pide al Padre la unidad, a pesar de estar palpando la existencia de la incomprensión, la traición, la hostilidad y el rechazo.

Unos seres así de mediocres son los que ama Jesús, por unas personas así es por las que está dispuesto a cargar con la Cruz.

 

EN ACTITUD ORANTE

En Esta noche santa, Jesús reza, suplica, pide…por nosotros, como lo hizo en el sermón de la Cena que Juan nos narra.

Ante estos hechos deberíamos estremecernos, caer de rodillas y decirle al Señor:

  • Aquí estoy, Señor, para que me prestes tus ojos cuando trate de mirar al mundo.
  • Aquí estoy para que me des fuerza para creer.
  • Aquí estoy para dejarme lavar los pies por Ti.
  • Aquí estoy dispuesto a vivir en unidad y fraternidad con todos los hombres.
  • Y sobre todo, aquí estoy, para decirte, balbuceando y temblando, que quiero comprometerme contigo hasta el final.

 

Queremos vivir en unidad

Esta noche queremos sentirnos más hermanos que nunca, Señor. Esta noche queremos vivir apiñados, como un racimo que deja escapar su néctar para que lo saboreen los que van llegando. Esta noche queremos sentir lo grande que es vivir en comunidad.

Una comunidad donde todos trabajemos por los demás, donde todos seamos piedras vivas que sostengamos el trozo que tenemos encomendado, donde seamos pan partido para que llegue a todos.

Tú quieres, Jesús, que todos seamos uno. Que nos sentemos alrededor de tu mesa para escuchar tu palabra y repartir tu pan. Tú quieres que nos marque la fuerza de tu Espíritu de amor. Tú quieres ser para nosotros el Centro y la Fuerza de nuestras vidas.

Tú nos dijiste, Señor, que nadie tiene amor más fuerte que el que da la vida por el amigo; danos la gracia de buscar fecundidad en nuestra relación familiar, nuestra relación con los amigos, con la comunidad; y sobre todo ayúdanos a saber morir contigo, cada día un poco; sabiendo que, cuando el grano de trigo muere, es cuando desprende fecundidad.

Por eso queremos repetirte:

El cáliz que bendecimos

es la comunión de la sangre de Cristo.

¿Cómo pagaré al Señor el bien que me ha hecho?

Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre.

 

Mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles.

Señor, yo soy tu siervo, hijo de tu esclava,

rompiste mis cadenas.

 

PARA LA ORACIÓN

Estoy contigo, Señor esta noche,

porque tu amor da sentido a mi alma.

Estoy contigo, porque eres

mi salvación y mi esperanza.

Tú eres Señor: compasivo y justo,

guardas a los humildes, levantas al abatido

y salvas la vida de los que se encuentran en peligro.

Por eso, aquí me tienes esta noche, Señor.

Porque quiero ser fiel a la voz de tu llamada,

porque quiero ser seguidor de tu proyecto,

porque quiero romper las cadenas que me aprisionan

y seguirte con fidelidad hasta el final.

 

VIERNES SANTO.- Salmo 30

Jesús camina ya hacia la cruz. Ha pasado una larga noche en la que ha sufrido toda la clase de torturas y los salmos salen cada vez, con mayor dificultad, por la boca de este crucificado a punto de morir.

Por eso hoy es un día de Recogimiento ante la Cruz. La Iglesia, siempre unida a su Señor, lo ha entendido muy bien. Ni hoy ni mañana se celebrarán sacramentos. El altar va a estar completamente desnudo salvo en el momento de la comunión y los celebrantes vestirán de rojo, como signo del color del sacrificio.

Os invito a desnudar nuestra alma, a vivir con fuerza momento de la comunión con los hermanos. Demostremos, por fuera y por dentro, que queremos morir a todo lo viejo que tanto nos ata, para resucitar con Cristo a la vida en plenitud.

 

 

EN ACTITUD ORANTE

Miremos de nuevo la Cruz. Veamos a Jesús clavado en ella. No puede moverse. Ese es su sitio. Un sitio provisional, pero en este momento su sitio.

Con ello quiere enseñarnos que, hay unos momentos en la vida, a los que yo llamo: “el sacramento del estar” que son esos momentos en los que solamente se requiere guardar silencio, pero se necesita la presencia.

  • Es ese momento, de dolor, en el que no podemos entrar.
  • Ese momento, en el que nos encontramos, ante una muerte.
  • Ese momento, en que los hijos, reclaman la presencia de sus padres, para dejar de hacer, lo que harían si ellos no estuviesen.
  • Ese momento, en que se necesita saber que alguien está a nuestro lado.
  • Ese momento, en el que precisamos saborear que alguien nos ama en silencio.

 

Sumergidos en esta realidad recitemos lentamente:

A ti, Señor, me acojo: no quede yo nunca defraudado;

tú que eres justo, ponme a salvo.

A tus manos encomiendo mi espíritu:

Tú el Dios leal, me librarás.

Haz brillar tu rostro sobre tu siervo,

sálvame por tu misericordia.

Sed fuertes y valientes de corazón,

los que esperáis en el Señor.

 

PARA LA ORACIÓN

—  Ya sé que te clavaron en un madero

por ser coherente con tu vida.

Ya sé que eres bandera discutida,

que ante Ti nada puede ser neutral.

Eres vergüenza y locura para el hombre que te rechaza,

pero sabiduría y poder para el que te acoge desde su corazón.

Eres, desde la Cruz, lealtad para la humanidad entera,

eres la manifestación de la gloria de Dios al hombre,

eres la fuente de la vida y el camino de salvación.

—  Por eso estamos, ante Ti Señor, callados y desconcertados,

fascinados y atraídos por tu presencia,

asombrados ante la grandeza y la valentía de tu vida,

en busca de lo verdadero y lo auténtico.

—  Tú proclamaste línea a línea, tu Evangelio, de par en par.

Tú pusiste la luz en lo alto para que alumbrase a todos,

Tú sembraste semillas de vida en nuestro corazón,

y dijiste que lo esencial residía en el amor.

—  Por eso necesitamos decirte hoy:

Que queremos vivir desde la verdad,

que queremos convertirnos,

queremos un cambio de corazón,

para ser fieles a las normas de vida que nos dejaste,

y coherentes a la hora de actuar.

Para así, mirar de frente tu Cruz sin bajar los ojos.

 

SÁBADO SANTO.- Salmo 43

Toda la Iglesia permanece en oración junto al sepulcro, en este día tan señalado. Es día de meditación, de contemplación, de oración.

Por eso he elegido el salmo 43 porque veo como el salmista llama a su Dios, en una hora de dolor y duda, en la hora de la muerte. Eso mismo suplicamos, nosotros, hoy a Dios.

¡Cuántos sábados Santos en la vida humana!

¡Cuántos silencios y cuántas esperas!

 

Vamos a decirle con el salmista, cada uno personalmente y,

 

EN ACTITUD ORANTE

Ten piedad, compadécete de mí Señor, recibe mis lágrimas porque estoy deprimido y mi alma se ha llenado de angustia. Nadie me toma en cuenta. Soy como algo sin valor.

Creía que tenía amigos y ahora me encuentro solo. Tan sólo me quedas Tú, Señor. Pero yo confío en Ti y te amo.

En tus manos pongo mi destino, mi vida, mi forma de conducirme porque creo en tu bondad y en tu misericordia.

Me has brindado tu perdón y al sentirme regenerado mi corazón ha saltado de gozo.

Gracias por alentar mi vida aún en las horas más amargas y duras.

 

Mi alma desfallece,

mis adversarios me insultan,

y todo el día me repiten:

¿Dónde está tu Dios?

 

Los acontecimientos, en los que el salmista, se ha visto envuelto vuelven a ser realidad. Todo ha quedado solo, la gente se ha ido y Tú, Señor, reposas  en el sepulcro, pero… ¡compréndelo! eran vacaciones y no había tiempo que perder, cada uno tiene sus problema.

Ya ves Señor como se va endureciendo nuestro corazón. Ni siquiera, viéndote muerto, somos capaces de agradecerte lo que has hecho por nosotros. Pasamos ante el sufrimiento de los demás como si no tuviésemos nada que ver en él.

Más, el sufrimiento, no desaparece porque no queramos verlo. A todos nos llega antes o después, no hay nada más que mirar en derredor nuestro. ¡Cuánta gente desfallece, como Tú, en este momento! ¡Cuántas vidas segadas por el tráfico, la guerra y la injusticia!… sin embargo preferimos no verlo, no enterarnos, no comprometernos. Mas la gente nos sigue preguntando, como al salmista ¿dónde está tu Dios?

Ante la pregunta, muchas veces, nos sentimos desconcertados, confundidos, pobres. Nos damos cuenta de que caminamos solos, lejos de Dios y vamos sin rumbo, sin meta fija, vamos a la deriva.

Hemos intentado buscar el camino verdadero pero cuando nos metemos en la vida de la exigencia y el evangelio, se burlan de nosotros y nos dejan desplazados. Nos llegan gritos de insultos y hacer de lo más sagrado, mofa y ridículo y nos damos cuenta de que las cosas no son tan distintas a las que a Ti te llevaron a esta situación.

Pero aquí estamos contigo Señor. Tú conoces nuestro corazón y nuestra entraña ¡Despierta ya! Ven, pronto, a rescatarnos y haznos sentir tu amor.

Me envolvían redes de muerte,

caí en tristeza y angustia,

invoqué el nombre del Señor

¡Señor salva mi vida!  (Salmo 116)

 

¡Qué fácil es tener fe cuando todo va bien! ¡Pero qué difícil resulta cuando Dios calla! ¡Cuánta gente estará en este momento en una situación similar! Cuánta gente increpando a Dios ¿por qué a mí? ¿Por qué ahora? ¿Por qué de esta forma tan inesperada? Sin darnos cuenta que estamos pidiendo explicaciones a una persona de treinta y tres años, que ha muerto en una Cruz y que su único delito consiste en haber amado hasta el extremo.

 

“Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único,

para que no perezca ninguno de los que creen el Él,

sino que tengan vida eterna”    (Juan 3, 15 – 17)

 

¡Que afán por querer tapar el sufrimiento! ¡Qué esfuerzos para enmascararlo! ¡Qué miedo sentimos al mirar de frente la muerte! ¿Cómo se nos puede pedir que contemplemos a un cadáver, tan demacrado, que deja el corazón encogido?

Pero Él nos ha enseñado, desde la Cruz, a mirar con ojos nuevos. Él nos ha enseñado a descubrir vida donde otros solamente ven sepulcros llenos de muerte.

Él nos ha dicho, desde la Cruz, con su voz temblorosa y tenue, las palabras más hermosas que se pueden escuchar. Él dejaba una inmensa paz en nuestro corazón hecho pedazos. Algo distinto, a lo habitual, estaba sucediendo, algo sublime estaba a punto de llegar.

Después de esto, ya no dudaré de mirar de frente la realidad, por dura que me parezca. La contemplaré en silencio, sin prisas. Viendo a Cristo inerte, reconoceré que yo también debo pedir perdón, que debo fijarme en Él y, aunque me resulte difícil, reconocerlo como mi Rey. Porque:

 

“El Señor es compasivo y misericordioso,

lento a la ira y rico en clemencia;

como se levanta el cielo sobre la tierra,

se levanta su bondad sobre sus fieles.

 

DOMINGO DE RESURRECCIÓN Salmo 117

Cristo resucitado está presente entre nosotros. Sus signos son evidentes en toda la Iglesia. Pero este hecho extraordinario y único pertenece a un mundo que nos supera y sólo podemos asumirlo bajo dos importantes valores: la fe y la esperanza.

No esperéis demostraciones. No esperéis palpar ni probar los hechos; Jesús que conoce nuestra necesidad de hechos probados nos dice: “dichosos los que creen sin haber visto”.

Mas este hecho insólito tiene una señal muy concreta: su estilo de vida, y el estilo de vida del Resucitado ya empieza a palparse en la comunidad.

¡Mirad cómo se aman! Exclamaban los que por primera vez conocían a los seguidores de Jesús. Y es que los signos que distinguían la vida de sus seguidores eran: la relación fraterna, el ayudarse unos a otros en sus necesidades, el perdón de sus faltas, la superación para seguir a Cristo en un mundo lleno de perseguidores.

Pero estos signos, por los que se destacaba la Iglesia de los primeros tiempos, han de corresponder, también, a la nuestra y a nosotros nos toca estar alerta para irlos proclamando a los demás.

De ahí que sea preciso detenernos, ponernos delante del Señor y en silencio preguntarnos:

–                   ¿Qué signos he descubierto yo en la Iglesia, que me digan que esta es la Iglesia de Jesucristo? Piensa en algunos concretos.

–                   ¿Qué signos he mostrado yo para que la perciban los demás?

 

EN ACTITUD ORANTE

Así, en esta actitud orante, piensa delante del Señor qué significa para tu vida el que Cristo haya resucitado, pues sólo cuando este hecho tenga para ti una resonancia especial podrás invitar a todos a gritar con el salmista:

 

Dad gracias al Señor porque es bueno,

porque es eterna su misericordia” (Salmo 117)

 

La luz pascual ilumina nuestros rostros que permanecían oscuros. La Luz pascual ha iluminado la fe dormida en tantos corazones. Y esa misma luz ha llegado hasta nosotros para exclamar con Sto. Tomás: “Señor yo creo, pero aumenta mi fe”.

Y es que, aunque nuestra vida está plagada de señales evidentes del amor de Dios, los ojos de nuestras almas no están lo bastante claros para ver con nitidez. Puede ser que las señales de la pasión sigan grabadas, todavía, en nuestros corazones, pero lo que los demás esperan de nosotros son signos de fe que lo demuestren. Ya que  solemos tener una clase de fe cuando nos acercamos a Dios y otra muy distinta para vivir entre los hombres, y lo que el Señor Resucitado espera de nosotros es esa coherencia para que cualquiera que se acerque a nuestra vida verifique por las obras que Cristo ha resucitado.

Y os aseguro que solamente el rostro que ha mirado a Cristo, sin cansarse, en la pasión podrá ser portador de la luz pascual, pues en él se habrá grabado, sin a penas darse cuenta, la gran bondad de Dios.

 

“La piedra que desecharon los arquitectos,

es ahora la piedra angular.

Es el Señor quien lo ha hecho,

ha sido un milagro patente.

Éste es el día en que actuó el Señor:

sea nuestra alegría y nuestro gozo”

 

Hoy, ayer, mañana y siempre, está el Señor actuando en nuestra vida. Él es el amor derramado dentro de cada corazón. Él nos envía la gracia y el poder de su Espíritu de vida.

Él es la piedra angular que tantos, siguen queriendo rechazar, sin darse cuenta de que precisamente Él, y sólo Él, es el cimiento donde se apoyan nuestras vidas.

Él es la fuerza, el soporte, el cimiento, el pilar y la firmeza donde se apoya cada comunidad de creyentes. Él es el amor-fiel de Dios que sostiene al mundo y al hombre.

Ante el Resucitado entenderemos que su plenitud y verdad superan cualquier flaqueza, que las puertas del Reino están abiertas de par en par para el que quiere encontrarse con Él. Que su mesa está repleta de pan para los que buscan saciar su hambre, y que el que cumple su palabra nota la felicidad y el gozo en su corazón.

Por eso, nosotros, queremos vivir como resucitados desde la salida del sol hasta su ocaso, porque sabemos que el Señor es nuestro guía, nuestro Camino, nuestra Verdad y nuestra Vida.

El Señor es para nosotros esa inmensa alegría nacida del agua y del Espíritu y esto nos mueve a vivir en una constante acción de gracias por esa gran misericordia que ha tenido con cada uno de nosotros. Él ha llenado nuestras vidas de dones y riquezas, Él nos ha regalado el don de la fe, del perdón, de la perseverancia.

Por eso hoy le pedimos un corazón grande, que no se guarde tantos beneficios para el sólo; que sepa compartirlos con los hermanos, que descubra que hay mucho más gozo en dar que en recibir, que sepa abrirse con generosidad a la novedad del evangelio y que tenga la seguridad de que el amor es el único camino que lleva a la felicidad.

 

“Señor, danos la salvación,

Señor, danos prosperidad.

Bendito el que viene en nombre del Señor,

os bendecimos desde la casa del Señor;

el Señor es Dios: Él nos ilumina” (Salmo 117)

 

Ya nos ha llegado la luz de Dios. Nos ha llegado la salvación. Por eso nuestra boca susurra el aleluya y canta de gozo ante el derroche de generosidad salido de Cristo resucitado.

Por eso desde lo profundo del corazón exclama:

  • Yo sé que has resucitado, Señor, y quiero vivir a tu lado una vida que no termine.
  • Quiero junto a Ti que eres el amor-fiel entregado al hombre, amar a todos mis hermanos.
  • Quiero ser libre, y vivir esta libertad desde el proyecto de vida que me has encomendado.
  • Quiero caminar sin cansarme haciendo camino por mi paso en este mundo.
  • Quiero que mi vida seas Tú y que por Ti me mueva, viva y exista.
  • Porque quiero vivir para siempre esta vida eterna que eres Tú.
  • Creo en el Reino que me has prometido.
  • Creo en que el amor nunca muere.
  • Y creo… que al final, siempre, me esperarás Tú.
  • Gracias por haber hecho posible con tu resurrección esperar la vida eterna.
  • Gracias por haberme hecho capaz de esperar contra toda esperanza.

 

DOMINGO DE RESURRECCIÓN Salmo 117

Cristo resucitado está presente entre nosotros. Sus signos son evidentes en toda la Iglesia. Pero este hecho extraordinario y único pertenece a un mundo que nos supera y sólo podemos asumirlo bajo dos importantes valores: la fe y la esperanza.

No esperéis demostraciones. No esperéis palpar ni probar los hechos; Jesús que conoce nuestra necesidad de hechos probados nos dice: “dichosos los que creen sin haber visto”.

Mas este hecho insólito tiene una señal muy concreta: su estilo de vida, y el estilo de vida del Resucitado ya empieza a palparse en la comunidad.

¡Mirad cómo se aman! Exclamaban los que por primera vez conocían a los seguidores de Jesús. Y es que los signos que distinguían la vida de sus seguidores eran: la relación fraterna, el ayudarse unos a otros en sus necesidades, el perdón de sus faltas, la superación para seguir a Cristo en un mundo lleno de perseguidores.

Pero estos signos, por los que se destacaba la Iglesia de los primeros tiempos, han de corresponder, también, a la nuestra y a nosotros nos toca estar alerta para irlos proclamando a los demás.

De ahí que sea preciso detenernos, ponernos delante del Señor y en silencio preguntarnos:

–                   ¿Qué signos he descubierto yo en la Iglesia, que me digan que esta es la Iglesia de Jesucristo? Piensa en algunos concretos.

–                   ¿Qué signos he mostrado yo para que la perciban los demás?

–                   ¿Qué signos he descubierto en los otros que me hayan llevado a esta afirmación?

 

EN ACTITUD ORANTE

Así, en esta actitud orante, piensa delante del Señor qué significa para tu vida el que Cristo haya resucitado, pues sólo cuando este hecho tenga para ti una resonancia especial podrás invitar a todos a gritar con el salmista:

 

Dad gracias al Señor porque es bueno,

porque es eterna su misericordia” (Salmo 117)

 

La luz pascual ilumina nuestros rostros que permanecían oscuros. La Luz pascual ha iluminado la fe dormida en tantos corazones. Y esa misma luz ha llegado hasta nosotros para exclamar con Sto. Tomás: “Señor yo creo, pero aumenta mi fe”.

Y es que, aunque nuestra vida está plagada de señales evidentes del amor de Dios, los ojos de nuestras almas no están lo bastante claros para ver con nitidez. Puede ser que las señales de la pasión sigan grabadas, todavía, en nuestros corazones, pero lo que los demás esperan de nosotros son signos de fe que lo demuestren. Ya que  solemos tener una clase de fe cuando nos acercamos a Dios y otra muy distinta para vivir entre los hombres, y lo que el Señor Resucitado espera de nosotros es esa coherencia para que cualquiera que se acerque a nuestra vida verifique por las obras que Cristo ha resucitado.

Y os aseguro que solamente el rostro que ha mirado a Cristo, sin cansarse, en la pasión podrá ser portador de la luz pascual, pues en él se habrá grabado, sin a penas darse cuenta, la gran bondad de Dios.

 

“La piedra que desecharon los arquitectos,

es ahora la piedra angular.

Es el Señor quien lo ha hecho,

ha sido un milagro patente.

Éste es el día en que actuó el Señor:

sea nuestra alegría y nuestro gozo”

 

Hoy, ayer, mañana y siempre, está el Señor actuando en nuestra vida. Él es el amor derramado dentro de cada corazón. Él nos envía la gracia y el poder de su Espíritu de vida.

Él es la piedra angular que tantos, siguen queriendo rechazar, sin darse cuenta de que precisamente Él, y sólo Él, es el cimiento donde se apoyan nuestras vidas.

Él es la fuerza, el soporte, el cimiento, el pilar y la firmeza donde se apoya cada comunidad de creyentes. Él es el amor-fiel de Dios que sostiene al mundo y al hombre.

Ante el Resucitado entenderemos que su plenitud y verdad superan cualquier flaqueza, que las puertas del Reino están abiertas de par en par para el que quiere encontrarse con Él. Que su mesa está repleta de pan para los que buscan saciar su hambre, y que el que cumple su palabra nota la felicidad y el gozo en su corazón.

Por eso, nosotros, queremos vivir como resucitados desde la salida del sol hasta su ocaso, porque sabemos que el Señor es nuestro guía, nuestro Camino, nuestra Verdad y nuestra Vida.

El Señor es para nosotros esa inmensa alegría nacida del agua y del Espíritu y esto nos mueve a vivir en una constante acción de gracias por esa gran misericordia que ha tenido con cada uno de nosotros. Él ha llenado nuestras vidas de dones y riquezas, Él nos ha regalado el don de la fe, del perdón, de la perseverancia.

Por eso hoy le pedimos un corazón grande, que no se guarde tantos beneficios para el sólo; que sepa compartirlos con los hermanos, que descubra que hay mucho más gozo en dar que en recibir, que sepa abrirse con generosidad a la novedad del evangelio y que tenga la seguridad de que el amor es el único camino que lleva a la felicidad.

 

“Señor, danos la salvación,

Señor, danos prosperidad.

Bendito el que viene en nombre del Señor,

os bendecimos desde la casa del Señor;

el Señor es Dios: Él nos ilumina” (Salmo 117)

 

Ya nos ha llegado la luz de Dios. Nos ha llegado la salvación. Por eso nuestra boca susurra el aleluya y canta de gozo ante el derroche de generosidad salido de Cristo resucitado.

Por eso desde lo profundo del corazón exclama:

  • Yo sé que has resucitado, Señor, y quiero vivir a tu lado una vida que no termine.
  • Quiero junto a Ti que eres el amor-fiel entregado al hombre, amar a todos mis hermanos.
  • Quiero ser libre, y vivir esta libertad desde el proyecto de vida que me has encomendado.
  • Quiero caminar sin cansarme haciendo camino por mi paso en este mundo.
  • Quiero que mi vida seas Tú y que por Ti me mueva, viva y exista.
  • Porque quiero vivir para siempre esta vida eterna que eres Tú.
  • Creo en el Reino que me has prometido.
  • Creo en que el amor nunca muere.
  • Y creo… que al final, siempre, me esperarás Tú.
  • Gracias por haber hecho posible con tu resurrección esperar la vida eterna.

Gracias por haberme hecho capaz de esperar contra toda esperanza.