NOS DISPONEMOS A ESCUCHAR

 

Julia Merodio

El Miércoles de Ceniza, abrirá las puertas de la Cuaresma, con una invitación clara a la escucha, la interiorización y la conversión.

De ahí que me parezca importante, dedicar un rato de oración para reflexionar sobre la escucha de la Palabra, pues cuando aprendamos la diferencia que existe entre oír y escuchar empezaremos a saborear, esos regalos de amor, que el Señor quiere hacernos llegar, en estos tiempos fuertes, que la Iglesia nos brinda.

 

NUESTRAS ESCUCHAS

Si hay algo, que vamos perdiendo de manera incontrolada, es el saber escuchar. No hace falta ahondar demasiado en el tema, para caer en la cuenta de ello.

  • Llegamos a una reunión de amigos y, nos parece saber de antemano lo que vamos a escuchar; de tal modo que cuando nos hablan, ni siquiera oímos lo que dicen, sino que vamos predispuestos a imponer nuestro criterio, para que lo escuchen los demás.
  • Esto hace que no dejemos que los otros terminen lo que están diciendo, sino que antes de que acaben de hablar, ya estamos imponiendo nuestras razones.
  • Tenemos otra situación clara, con frecuencia hablamos todos a la vez, difícil manera de saber lo que el otro dice y encima a gritos para que nuestra voz suba un tono más, que la del que tenemos a nuestro lado.
  • Tampoco escuchamos a los “nuestros” -tan “carcas” los pobres- que nos van a decir a nosotros, personas insertadas en la sociedad… y con toda clase de estudios.
  • Nos agarramos, también a veces, “al ataque”, eso da un resultado excelente para que no nos reprendan; y, claro, en lugar de escuchar lo que nos dicen, empezamos a dar gritos para, no oír a los que nos hablan y, que los demás no se enteren de lo que decimos nosotros.
  • Otra situación para eludir la escucha la encontramos cuando nos parece, saber de antemano, todo lo que el otro nos va a decir. ¡Consejitos a nosotros, personas de sabiduría! Y así, ocasión, tras ocasión seguimos cerrados en nuestro mundo pobre y estrecho, sintiéndonos los “super-sabios, de la sociedad”

Con este, raquítico esquema prefabricado ¿Cómo esperar que la Palabra de Dios penetre en nosotros?

En realidad, tampoco sé si nos interesa mucho dejar que anide la Palabra en nuestro corazón, complica y exige demasiado; yo creo que, más bien, lo que pretendemos es saber algo de ella, para quedar bien cuando llegue la ocasión y saber, lo suficientemente poco, como para que no nos interpele excesivamente.

LA ESCUCHA DE DIOS

Más de una vez nos hemos planteado si, realmente, Dios nos escucha, sobre todo, cuando sus criterios difieren de los nuestros. Sin embargo, si somos capaces de recorrer nuestra trayectoria de vida, nos daremos cuenta de que, el único que escucha siempre es Dios.

Él espera siempre, comprende siempre, acoge siempre, sorprende siempre… Él no impone sus criterios acepta los nuestros. Él no habla, deja que nosotros hablemos. Él no juzga, no critica… Él siempre quiere ser uno con nosotros.

Dios ha sido así para todos los seres humanos de todos los tiempos. Si hay algo que me deja sorprendida, al máximo, es la manera que tenía de comunicación y escucha hacía su pueblo. Él escuchaba sus gritos de auxilio, sus súplicas en la aflicción, sus palabras de alabanza, su fe ante los signos que les ofrecía… Y ellos, su pueblo, se sentían escuchados. Por eso no dudaban en comunicarse con su Dios, con su único Dios.

No tenemos nada más que abrir el Antiguo Testamente para observarlo: “Escucha Israel…” Escucha… Porque se trata de escuchar…

“Escucha Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor es uno.

Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas.

Guarda en tu corazón estas palabras que hoy te digo.

las a tus hijos y háblales de ellas estando en casa o yendo de viaje, acostado o levantado; átalas a tu mano como signo, ponlas en tu frente como señal; escríbelas en las jambas de tu casa y en tus puertas”                            (Deuteronomio 6, 4 – 9)

 

DIOS ESCUCHA SIEMPRE

Creo que, no puede haber mejor momento que este, para hacernos seriamente este planteamiento. Dios escucha siempre, pero para que una persona escuche otra tiene que hablar.

Estamos en el punto más álgido de la oración: diálogo entre Dios y el ser humano. Vemos, como los hombres del Antiguo Testamento buscaban una relación con Dios y sentían presta su respuesta. Pero claro, nosotros estamos en otro tiempo. Nosotros somos del Nuevo Testamento; no querrán ahora hacernos ver “zarzas ardiendo” ni subir a esas montañas a encontrarnos con Dios. Ahora vivimos en las grandes ciudades. Subimos en ascensor y guisamos con vitrocerámica; Lo de la zarza y el monte… hay que reconocer que quedan desfasados. Y es, precisamente a esto a lo que nos vamos a referir.

Dios, para el que no existe el tiempo, es infinito en su escucha; y así lo experimentan José y María, personas que nos traerían la novedad de la escucha de Dios. Él no tiene sitios concretos de comunicación, pero sí un lugar preciso: el corazón.

José y María nos lo muestran con precisión. Ellos supieron escuchar, supieron oír y supieron responder. Por ellos pudimos llegar a contemplar, al mismo Dios, en la carne de un Niño indefenso, para que “nos escuchase en directo” Puede ser que nos parezca salido de la realidad el hablar con un Niño que no habla y escuchar a un Bebé que sólo sabe llorar, pero ¡Qué sorprendente! Los que fueron capaces de hacer la prueba, todos salieron gritando su confirmación.

Por eso sería bueno que nos preguntásemos:

¿Soy capaz de escuchar a Dios?

¿Me siento escuchado por Dios?

MOMENTO DE ORACIÓN

Vamos a tomar una actitud de escucha y acogida. Vamos a dejar que la Palabras nos penetre, nos empape… haga poso en nosotros. Vamos a escuchar a Dios con sencillez y calma; pero, sobre todo, vamos a escuchar con el corazón.

Vivimos en un mundo complejo. Hasta nosotros llegan mensajes que nos afectan tanto de forma positiva como negativa. Ante ellos ¿nos dejamos llevar por la corriente, o tratamos de ser nosotros mismos? ¿A qué comportamiento nos llevan?

Detengámonos a pensar que, ese comportamiento –bueno o malo- será el que llegue a los demás.

Cuando le regalo un tiempo a Dios ¿soy capaz de llegar a un diálogo profundo con Él, o me quedo flotando en la superficie?

Ahora, sin perder el clima de oración, pediré al Señor que me enseñe a escuchar desde:

—  La sinceridad: Para que me llegue la palabra nítidamente.

—  El esfuerzo: Para que no trate de buscar lo que no cuesta.

—  La perseverancia: Para volver a ella, una y otra vez, aunque no se vean resultados.

Podemos afianzar nuestra oración reflexionando con estas palabras de Isaías.           

“Escuchad sordos; mirad y ved ciegos. Veíais muchas cosas pero no reteníais; estabais atentos pero, pero nada oíais.

El Señor quería manifestaros su salvación y hacer grande y gloriosa su alabanza, pero nada pudo hacer; erais un pueblo saqueado y encerrado en mazmorras”            (Isaías 42, 18 -24)