Estamos terminando el mes de Mayo, mes dedicado a María y ¿a quién no le gusta honrar a María? Todos invocamos a nuestra patrona, todos tratamos de sacar tiempo para ir a celebrar su fiesta, sin embargo qué pocas veces nos preguntamos si ese amor a María nos acerca realmente a Dios, pues no es difícil ver en los santuarios marianos a personas que, manifiestamente, no tienen nada de seguidores de Jesús.

Pero no es a nosotros a quién nos corresponde juzgarlos, sino que respetándolos como se merecen, nos conviene fijarnos en ellos para revisar nuestra devoción a María por si también nosotros estuviésemos cayendo en algún tipo de error. De ahí que os invite a preguntarnos:

•  Y a mí ¿me acerca a Dios, esa Virgen a la que tengo tanta devoción?

Normalmente siempre nos detenemos ante el momento en que Jesús, al pie de la Cruz, nos regala a su madre. Y es verdad que es un momento precioso, pero hablamos poco de cómo la palabra Padre, en labios de Jesús, significaba casi como si dijese mamá, pues cuando Jesús pronunciaba la palabra Abba, estaba diciendo que se sentía querido, que confiaba, que… ese Dios temible que se presentaba en el Antiguo Testamento, no era real, que su Padre es un Dios de bondad con entrañas de madre, un Dios que no daba miedo sino que daba seguridad y sosiego.

Y precisamente esto es lo que el pueblo cristiano fue transfiriendo de María, la madre de Jesús, sin darse cuenta de que con ello, estaba salvando la Buena Noticia que se veía en peligro.
El pueblo ve en María: la madre de misericordia, el refugio de los pecadores, el consuelo de los afligidos, el auxilio de los cristianos… De ahí, que todo lo que Jesús quería expresar con el Abba al Padre, fue trasladado a la Madre. De ahí que sería bueno que nos preguntásemos:

•   Y nosotros ¿cuándo estamos dirigiéndonos a María en estos términos, nos acordamos del Abba que Jesús dirigía al Padre?

Es significativo, que la fe de María es la que ayuda al pueblo cristiano a vivir ese Abba, pronunciado tantas veces por Jesús al dirigirse al Padre. Pues la madre es cercana, no da miedo… en la madre se confía, ella es seguridad y cariño; es compasiva, asequible… capaz de sanar todas las heridas que produce el largo camino de la vida.

Con María, se recupera al padre, al médico, al amigo… ya nadie se queda sin amparo, sin protección. De ahí que, ella sea exactamente lo que para Jesús significaba la palabra Abba.
Por eso, no hay palabras ni sentimientos capaces de agradecer lo que María ha hecho para acercarnos a la Buena Noticia de Jesús. María nos ha enseñado que llegar a Dios es: sentirse querido, saber que alguien siempre nos comprende, nos perdona, nos acoge… Que Dios es alguien a quien no hay que temer porque no lleva cuentas del mal, porque todo lo olvida, todo lo espera, todo lo disculpa…

• ¿Qué sentimientos despierta en mí conocer a ese Dios que María quiere mostrarme?

Quizá ahora podamos entender mejor que en la Parábola del Hijo Pródigo no hay madre porque no hace falta, porque el corazón del padre es maternal. Y es curioso que María sea también, parábola de Dios.

Por eso, descubrir todo esto, ha de hacernos aumentar de manera especial, nuestra devoción, admiración y gratitud a María -la madre de Jesús y nuestra- por la que, gracias a su Sí incondicional, pudo Jesús ser uno de nosotros.

Ella es la que, a través de los siglos, nos ha llevado al Padre, nos ha acompañado en el camino de la vida y nos ha mostrado el verdadero rostro de Dios. Por eso ya solamente nos queda dar gracias por tan singular Don.

Gracias, Señor:
Gracias, por habernos regalado a María: Madre de Jesús y nuestra a la vez.
Gracias, porque de ella hemos aprendido: que la constante de nuestra vida ha de ser: la de alzar los ojos para alabar a Dios, desde la verdad de nuestro corazón.
Gracias, porque ella nos ha enseñado, que el secreto de su corazón, estaba en ser pobre, disponibilidad que la llevo a ser invitada a alegrarse.
Gracias, porque también hemos conocido que su corazón era, sensible para acoger la Palabra, que guardaba y aceptaba con infinita paz y comprensión.
Hemos aprendido… Que su corazón era joven y buscaba lo nuevo; estando disponible para dejarse hacer por su Señor.
Que su corazón era fiel, con una fidelidad que la hacía firme como la roca.
Que su corazón era creyente; y en él cabía la fiesta, el canto, el júbilo.
Y, gracias… porque ahora sabemos, con certeza, que sus brazos y su corazón, están siempre abiertos para acoger, a cada hijo que necesita cobijarse en ellos.