Como estamos en Mayo, mes dedicado a la Virgen, me ha parecido oportuno acercarme a la Madre para volverle a contar todo esto que nos ha descentrado –tanto en el sentido de enfermedad, como en el de muerte, como en el de economía…- A la vez que le preguntaba, pero… ¿qué nos está pasando? ¿Cómo hemos podido llegar a esto?

Me daba cuenta de que, se oyen ya demasiadas voces diciendo, que para salir de algo tan grande como lo que nos asola, se necesita pedir consejo a personas especializadas. Pues ¿cómo se puede poner normas a todo en general, cuando las realidades son tan distintas unas de otras?

Y pensaba que pedir consejo no es fácil, parece que si te dejas aconsejar es porque no sabes lo que tienes que hacer. Pero eso es un error, tan común como la vida misma. ¿Cuántas veces un hijo es capaz de oír el consejo de sus padres y actuar como le dicen? Nadie queremos que nos digan lo que tenemos que hacer, pero todos hemos escuchado decir a muchas personas  ¡Cómo hubiera cambiado todo si hubiera hecho caso de lo que  me decían!

Entonces me detuve en esa opinión y decidí pedir consejo a alguien especializada en la materia, eligiendo así a María, ya que ella paso por todas las vicisitudes que a nosotros se nos puedan presentar y todos sabemos que, el mejor consejero, es el que ya ha pasado antes por la misma situación. De ahí que ella poseerá las directrices necesarias para ayudarnos a vivir este destrozo.

Al ponerme junto a la Madre y trasmitirle mi ruego, quedé admirada de su discreción. Ella no entra en discusiones. Ella guarda veladamente, en su corazón, todas las situaciones adversas ya superadas, pero no se pavonea de ello, no presume de la manera de haberlas ido superando. Su humildad no se lo permite. Ella se reconoce necesitada y pequeña; comprobando así, cómo le había ayudado ese comportamiento a poner remedio a lo adverso. Ella nunca se miraba a sí misma; ni se imponía; ni pretendía salvar su prestigio, dejando a los demás abandonados a su suerte. Quedé callada ¡Qué distinta su actitud a la nuestra que creemos saberlo todo!

Porque, en este momento de la historia, tenemos el gran defecto de pensar que todo lo controlamos, todo lo sabemos, todo lo podemos… Creyendo además que, también, teníamos recursos suficientes como para solucionar cualquier situación que se nos pudiese presentar… y quizá, sea  ese la razón por lo que –al contrario de lo que hizo María- escogimos prescindir del consejo divino. Y meternos de lleno en el problema, sin caer en la cuenta de que el mayor problema que asola a la persona de hoy es, no reconocer la ausencia de Dios como verdadera ausencia.

No somos capaces de darnos cuenta de que, obrando así, perdemos la capacidad de mirar de frente el sufrimiento de los demás; de respetar el dolor de los otros, ante la muerte de sus seres queridos; de escuchar en silencio los sentimientos más hondos que discurren en el corazón de la persona…

Creemos tener respuesta para todo y somos incapaces de escuchar esas objeciones que, el Señor, nos sugiere en un rato de silencio ante Él y que nos harían capaces: de entrar en el camino adecuado, para poder consolar y reconfortar más allá de lo que nos atrevemos a esperar.

Por eso, os invito a que nos acerquemos a la Virgen; a la Madre del Buen Consejo, a la llena de Dones y Carismas, para que nos indique con qué criterio juzgar, opinar, persuadir… todo esto que inesperadamente se nos va presentando. Pidámosle que nos ayude a abrirnos, a la Acción del Espíritu Santo para que grabe sus Dones en nuestro corazón y seamos portadores de luz y esperanza en este mundo tan necesitado de soluciones a sus difíciles problemas. Un mundo que precisa razones para creer y oídos para escuchar; labios para pronunciar la verdad y corazón para sentir al ritmo del hermano.

La gente hoy no llega al interior del otro porque se comunica con una pantalla por medio (móvil, mail, redes sociales… y ahora con “mascarilla”) hablamos, miramos escuchamos… pero sin ver los rostros, sin percibir lo que dicen las miradas, sin dar un abrazo sentido… Y lo que es peor -después de este confinamiento- tendremos que seguir haciéndolo así, aunque con la ilusión de que cuando todo esto termine, apreciaremos más la grandeza de sentirnos.

¿Hubiera podido María percibir, lo que de ella quería el Señor, sin mirarle directamente? ¿Hubiera podido saber lo que era mejor para ella, sin estar en actitud de escucha? ¿Hubiera podido decir, “creo en Dios” Sin haberle dejado entrar en su vida?

María sabía que el don de Consejo se necesita para saber elegir lo que Dios quiere para cada uno; para optar por lo recto, lo bueno, lo justo… lo que le agrada al Señor; no para hacer lo que a mí me apetece sin importarme lo que les pase a los demás.

Por eso, pidamos con fuerza a Dios el don de consejo. Diciéndole: Queremos Señor, que Tú seas nuestro consejero en el silencio del corazón; que nuestras palabras sean el eco de las tuyas; que nos des tacto para ir por la vida dando testimonio en lugar de lecciones; que nos des capacidad para dar frutos en lugar de palabrería inútil y nos des fuerza para salir juntos, de todo esto que tanto nos deteriora.

 Después con paz, podemos preguntarnos:

    • Y yo  ¿qué consejeros escojo, para que guíen mi vida?
    • ¿Trato a los demás, con esa finura que sabe a Dios?
  • Podemos pasar un rato pidiendo, al Señor, -junto a María- que nos conceda el don de consejo.

Diciendo desde lo profundo del corazón:

       Madre del Buen Consejo, ruega por nosotros.