Después de vivir con los discípulos un tiempo, Jesús se da cuenta de que no han entendido nada de lo que les va diciendo.
Sabe que ellos –lo mismo que nosotros- necesitan: ver, oír y palpar… Sabe que su fe, todavía no está fuerte y andan, un poco, desconcertados; por lo que decide ofrecerles una nueva experiencia de vida. Decide citarlos en un Monte: El Monte de la Transfiguración.
Pero es curioso que en esta ocasión no invite a todos a subir al Monte; Jesús, para este nuevo empuje que quiere dar a los suyos, elije a tres de ellos -a los que quiere- Elige a Pedro a Santiago y a Juan y los invita, Jesús nunca impone, siempre propone.
Y hoy, quiere llamarnos a nosotros a renacer, a empezar una nueva vida, a dar un cambio a nuestro corazón. Y – lo mismo que a ellos- nos propone subir al monte con Él ¿Lo acompañaremos?
Y es que, la Transfiguración tanto para los apóstoles, como para nosotros, es la fuerza que nos afianzará en la fe, ante la pasión que se aproxima.
Pues la Cruz es un regalo del amor de Dios; pero Él antes del dolor nos muestra su amor; porque sabe que la Cruz, antes de experimentar el amor, ni se entiende ni se acepta.
De ahí que la subida al monte de la transfiguración, sea la que sirve de preparación para subir al Calvario.
Los evangelizadores de hoy, necesitamos ver que Cristo, cabeza de la Iglesia, es capaz de transfigurarse, de irradiar y manifestar esperanza… necesitamos descubrir su gloria entregada, por medio de todos los sacramentos.
Los evangelizadores de hoy necesitamos:
- Abrirnos, a la luz de Dios.
- A la majestad que su gloria produce en nosotros.
- A esa sorpresa que nos hace renovarnos.
- A ese poder, del Señor, que es capaz de realizar; lo que a nosotros, nos parece imposible.
Pero hay algo que fascina: Jesús los llama porque se fía de ellos y si hoy nos llama a nosotros para que evangelicemos, es porque también se fía de nosotros. ¡Dios fiándose del ser humano! Y por esa confianza que Dios tiene en nosotros: somos lo que somos.
Lo que no podían suponer los que acompañaron a Jesús es que, lo que iban a contemplar en el Monte cambiaría su existencia.
Al ver a Jesús transfigurado toman conciencia de lo que supone la misericordia de Dios y el oír la voz, del Padre, les hace sentirse personas amadas y perdonadas; por eso, en su corazón endurecido; brota, al instante, un inmenso agradecimiento.
“Este es mi Hijo, el amado, ¡Escuchadle!”
¡Gran lección para los que han acompañado a Jesús! Acaban de aprender que, todo el que acoge, a Jesús, en su vida y es capaz de subir al Monte con Él, quedará transfigurado y podrá mostrar, a Cristo, a los hermanos.
La Transfiguración es una gracia, pero nunca una “gracia barata” el Señor impone sus reglas y sus condiciones. El Señor no actúa en atención a nuestros méritos por grandes que nos parezcan –pues a Dios no se le comprar- pero tampoco actúa caprichosamente.
De ahí que lo primero que nos mande sea: salir.
Dios dijo a Abraham. (Génesis 12 1 -4)
SAL.- Sal Abraham, sal de tu tierra de tu patria, sal de tu familia y de tus seguridades; sal de tus costumbres de tus comodidades, de tu tranquilo refugio y de tus convencimientos. Sal también de ti mismo. No te apegues tanto a tus criterios y a tus puntos de vista. No te tengas tanto aprecio.
Vacíate del todo y mira tu propio vacío. Es bueno que te veas así: pobre pequeño. Porque, así podré darte la mayor de tus grandezas y llenar tus vacíos consiguiéndote la libertad más hermosa.
Pero, acompañar a Jesús no es fácil. Se trata de:
- Ascender. De subir. Y subir siempre cansa.
- De ir ligero de equipaje. Seleccionando lo que, de verdad, es imprescindible, y eso no siempre es sencillo.
- De estar abiertos a la novedad de Dios.
Por tanto, un evangelizador tiene que subir.
Moisés sube al monte Sinaí para encontrarse con el Señor y allí Dios le habló. (Éxodo 19, 3)
SUBE.- Moisés, amigo, sube hasta la cima del monte. No sigas los caminos cómodos y tranquilos del rebaño. Sube hacia metas más altas. En la montaña se respira mejor; subiendo te encontrarás más fuerte. El camino que sube es el que eleva, el que hace crecer, el que te lleva hacia la verdad más plena, a la fe más pura, al amor más grande.
Subid para escuchar la voz del Padre, porque de lo que se trata es:
De acoger su Palabra.
La escucha ahora, va dirigida a Pedro.
ESCUCHA.– Escucha Pedro, amigo, y escuchad también vosotros: Santiago, Juan… y vosotros, evangelizadores del siglo XXI, vosotros que habláis demasiado y a penas sabéis lo que decís.
Escuchad, amigos todos, que no sois capaces de hacer silencio en vuestro corazón, que Habláis y no escucháis.
Incluso cuando os acercáis a Mí no paráis de hablar y no abrís el oído para escuchar mi palabra.
Los discípulos no han de confundir a Jesús con nadie, ni siquiera con Moisés y Elías –representantes de A. T.- no deben de confundir Su Palabra con esas otras palabras que llegan de una parte y de otra. Pero la voz añade algo más ¡Escuchadle!
Dice el relato que los discípulos al oír esto caen al suelo “llenos de espanto” Están sobrecogidos por esa experiencia de Dios tan cercana, pero también por lo que han oído ¿Pero podrán vivir escuchando, solamente a Jesús? ¿Serán capaces de reconocer en él la presencia misteriosa de Dios? Y nosotros ¿podremos vivir de esta manera?
Jesús “se acerca y, tocándolos, les dice: ¡Levantaos! ¡No tengáis miedo! Jesús sabe que necesitan experimentar la cercanía humana, el contacto de su mano –no sólo el resplandor de su rostro.
Yo creo que si nos diésemos cuenta de todo esto. Si nos diésemos cuenta de que siempre que escuchamos a Jesús – en el silencio de nuestro ser- lo primero que nos dice es: Levántate y no tengas miedo, todo el mundo tendría tiempo para escucharle.
Por eso, no podemos quedarnos indiferentesj ante esta oportunidad que se nos ofrece. Subamos al Monte con Jesús por mucho que nos agote subir la cuesta. Escuchémosle. Dejémonos Transfigurar por el Señor, pues en este mundo donde estamos inmersos…