Ante nosotros se presenta una nueva Cuaresma. El tiempo se ha cumplido y Jesús, está dispuesto a llevar a cabo la misión, para la que ha sido enviado. De ahí que, esté decidido a anunciar el Reino de Dios con valentía y arrojo. Un planteamiento que, ha hecho que mi pregunta para este año, vaya en otra dirección. Os invito a que, os preguntéis conmigo: ¿estamos preparados, para llevar a cabo la misión para la que hemos sido enviados? ¿Estamos lo suficientemente maduros, como para entrar en nuestro desierto con Jesús, y afrontarlo como Él lo hizo?

Las primeras palabras, del evangelio de Marcos que, leeremos el primer domingo, nos lo dicen así: “el Espíritu, empujó a Jesús al desierto” Jesús no fue al desierto por elección, fue… por imposición.

Leo estas palabras y lo primero que viene a mi mente son, todos esos “desiertos por imposición” que, vamos creando, a la vez que miramos para otro lado, a fin de no encontrárnoslos de frente.

Retrocedo un año y recuerdo como fuimos empujados todos al desierto -de la pandemia- por imposición. Al comenzar la Cuaresma, apareció en nuestra vida: la soledad, la esclavitud y la tentación. Pero no estábamos preparados para ello, nos faltaba madurez.

Sigo el evangelio y leo que, “Jesús se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás y viviendo entre alimañas…” observando entonces que, nosotros llevamos un año conviviendo con esta “alimaña” de la pandemia, metidos en todo tipo de esclavitudes y tentaciones y sin la menor preparación para saber cómo aceptarla.

 

Es ahora cuando pongo –de nuevo ante mí- la pregunta del comienzo: ¿estoy preparado, para entrar en el desierto como Jesús?

Jesús, pudo superar la prueba del desierto, porque estaba preparado. Llevaba treinta años preparándose, mientras nosotros intentamos pasar de un acontecimiento a otro en el espacio de tiempo más breve posible.

Es una situación que nos presentan, reiteradamente, los medios de comunicación. Un atleta, un gimnasta, una persona que hace deporte de riesgo… necesita un entrenamiento, una preparación para lograr sus objetivos. Pero nosotros queremos entrar y salir de nuestros desiertos, de nuestros vacíos, de nuestra debilidad… sin la menor preparación y sin el menor esfuerzo. Y, no sólo eso, además queremos que todos se den cuenta de lo que, hemos sido capaces de lograr.

 

Pero sabemos bien que, los frutos caen del árbol cuando han madurado y que, a nosotros nos queda mucho para madurar.

Acaso ¿nos ha servido, para madurar este sufrimiento de la pandemia? ¿Nos ha conectado de manera más fuerte con los nuestros? ¿Nos ha hecho más sensibles al sufrimiento de los demás? ¿Nos ha descubierto algo, de lo esencial de nuestra vida?… ¿O nos hemos pasado todo el año, replegados en nosotros mismos y huyendo del virus sin pensar, ni ayudar a los otros? ¿Hemos sido capaces de adherirnos al Señor, desde la oración y el silencio, con las realidades espantosas que, día a día se nos presentaban? ¿Hemos descubierto a Dios, en medio del desconcierto?

 

Volvemos a vernos inmersos en esta nueva Cuaresma. Volvemos a ser empujados al desierto. Volvemos a entrar en el confinamiento, el aislamiento, la restricción de encuentros, la imposibilidad de abrazarnos, de besarnos… Pero ¿nos encontramos maduros? ¿Preparados?… ¿Nos encontramos con fuerza para salir victoriosos de esta desolación?

Sin embargo, no todo es negativo, hay algo que nos llena de esperanza. La fe y el amor no se pueden confinar, ni lo que llevamos en el alma tampoco. ¿Quién puede quitarnos el amor que llevamos en el corazón? ¿Quién puede contradecir que, los besos y abrazos que, se dan desde lo más hondo, no necesitan mascarilla? ¿Acaso puede alguien confinar el amor que, Dios nos tiene?

Es tiempo de ensanchar el alma. Hemos visto que, para ello se necesita preparación, hacer ejercicio, ponerse en forma y aquí tenemos un tiempo precioso para, prepararnos a cumplir la misión que Dios tiene asignada para cada uno de nosotros. Aunque, quizá, antes de nada, sea preciso descubrir que, necesitamos tener una conexión más directa con Él, para que, todo esto pueda hacerse realidad.

MOMENTO DE ORACIÓN

Llegamos al momento de oración. Dejamos lo que estamos haciendo. Hacemos silencio, nos serenamos… dejamos a un lado todo eso que nos preocupa… respiramos profundamente… Tomamos conciencia de que estamos ante el Dios de la vida… y llenos de paz le decimos.

Aquí estoy ante Ti, Señor, porque quiero vivir esta realidad

que me machaca, con valentía y autenticidad.

Quiero vivir, desde la profundidad de mi corazón.

Quiero dejarme convertir por Ti, en una persona nueva.

Quiero llevar a cabo, todo esto que se me presenta,

para darte gloria, desde lo más profundo de mi corazón.

 

ANTE LO QUE NOS ESCLAVIZA

       Nos resulta difícil pensar que en el siglo XXI siga habiendo personas esclavas. Sin embargo hay muchas más de las que pensamos y con esclavitudes muchos más duras.

En este momento que nos ha tocado vivir, ya no hay gente atada con cadenas y recibiendo golpes del capataz. En este momento, las esclavitudes se llevan dentro y duelen mucho más. Estamos en un momento que, se nos machaca, se nos destruye, se nos arruina… y todavía seguimos esclavos del dinero, del poder, de la fama…

Pero hay otra esclavitud que todavía nos cuesta más trabajo superar, la esclavitud de adorar a falsos dioses, prescindiendo del verdadero Dios. La esclavitud de hacer lo que sea, para convertirnos en dioses y que los demás nos adoren y nos rindan honores, olvidándonos del dolor de los demás.

Hagamos silencio, dejémonos encontrar por el Señor. No cambiemos solamente lo externo que, a veces es fácil, cambiemos nuestra vida interior, porque es en los cimientos, en eso que no se ve… donde se sustenta la grandeza y la belleza del edificio.

  • Y yo ¿qué esclavitudes detecto en mi vida?
  • ¿Qué es lo que todavía me ata?
    • ¿Mis criterios? ¿Mis razonamientos?
    • ¿El caer bien a la gente?

 

NO NOS DEJES CAER EN LA TENTACIÓN

       Jesús, es introducido en el desierto para ser tentado. Y la primera tentación consiste en hacerle desistir de llevar a cabo su misión. ¿Para qué esforzarte si eso no te va a dar ningún beneficio?

Pero, el tentador sabe que, Jesús no aceptará su propuesta. Por eso la esconde en maneras de hacer el bien. Y, por eso nos resulta a nosotros tan fácil caer en ella, porque no hemos sido capaces de discernir lo que, se nos propone como lo hizo Jesús.

Lo nuestro es la inmediatez, la prisa, la rutina… no somos capaces de llegar a lo nuclear de lo que se nos propone, no somos capaces de ver que, el enemigo siempre está presto para acecharnos.

Y rezamos el Padrenuestro, una y otra vez. Y decimos no nos dejes caer en la tentación, ¿pero nos hemos parado a ver cuál es esa tentación de la que, estamos suplicando a Dios, que no nos deje caer?

La mayor tentación es creer que, lo podemos todo que, usando nuestra sabiduría y nuestras fuerzas nada fallará. Porque eso nos va vaciando por dentro, nos va creando una gran debilidad interior y nos va introduciendo en el miedo y la desesperanza.

De ahí que Jesús, en su entrada al desierto, nos quiera enseñar que, solamente el que ha optado por el Señor el que, ha decidido cumplir su voluntad, el que es capaz de darse; de sacrificarse, para que los demás tengan vida; el que es capaz, de dejar a un lado lo superfluo para vivir lo esencial y de implicarse en las  necesidades de los otros; será capaz de  hacer que sus tentaciones le ayuden a adherirse mucho más a Jesucristo.

  • ¿Qué dice todo esto a mi vida?
  • ¿Qué retos me plantea?
  • ¿Qué actitud nueva debo asumir, para saber discernir cuando me llega la tentación?
  • ¿A qué compromisos de vida me lleva esta realidad?

 

Terminaremos diciendo:

Aquí estoy, ante ti, Señor.

Dispuesto, a entrar en mi desierto,

para encontrarme contigo.

Para, tomar conciencia a tu lado,

de lo que soy y de lo que no soy,

para asumir mis oscuridades,

mis luces, mis miedos y mis conflictos,

para, tocar mi barro y optar definitivamente por Ti