La liturgia de este tercer domingo de cuaresma del ciclo “C”, quiere ponernos ante nuestra propia existencia, ante la verdad de nuestra situación personal para que tomemos conciencia de qué cosas deberíamos cambiar en nuestra vida y qué cosas nuevas deberíamos acoger en ella. Pues una vez que hemos revisado nuestra interioridad y nuestra experiencia de Dios, lo que ahora se nos pide es que revisemos qué papel juega Él en nuestra forma de vivir y en nuestra manera de comportarnos con los demás.

De ahí que, la parábola que se nos presenta para alertarnos de ello, nos esté mostrando la precariedad del ser humano y del mundo, para que nos detengamos en la maldad que nos rodea y en la culpa que vamos rechazando cada uno en particular, pues aunque nuestras faltas personales nos parezcan insignificantes, lo importante es descubrir en ellas nuestra condición de pecadores y nuestra necesidad de conversión.

Por eso, es preciso que no olvidemos, que la higuera que nos muestra el evangelio y que nos representa a cada uno de nosotros, está dentro de una viña: La Iglesia. Esa iglesia a la que todos pertenecemos y a la que todos amamos con mayor o menor intensidad. Una iglesia, a la que a mí me parece que se le ha colado el conformismo y que no le está haciendo ser la iglesia que Jesús había soñado al crearla.
Por eso sería bueno que hoy nos pusiésemos ante esas dos propuestas que Jesús plantea al pronunciar esta parábola. La primera: ¡cortarla de raíz! Pues ¿pues para qué la queremos si no da fruto? ¿Qué hace ahí ocupando sitio? La segunda, la opción del viñador –Jesús- dejarla un poco más, Él en persona se encargará de ella: la cavará, la podará, la abonará…
No puede estar más claro. Dios nos ha llenado de dones a cada uno de nosotros -que formamos la iglesia- para que juntos, llenásemos de carismas a su iglesia, pero con dolor vemos que la iglesia se va quedando improductiva, porque nosotros no hemos sido capaces de trabajarlos. Por eso ¡qué importante sería que hoy nos planteásemos esta realidad y procurásemos buscar la manera de salir de ello!

La verdad es, que aunque la iglesia se haya quedado improductiva, al mirarla su apariencia todavía es frondosa, se le ven bastantes hojas, su apariencia es –más o menos- boyante… pero se nos ha olvidado de que, lo que en realidad se nos pide no es la frondosidad, sino el que realmente dé fruto; por lo que, si vemos que no da fruto tendremos que preguntarnos qué hemos hecho con los dones que Dios depositó en ella al crearla.
Al ponernos ante esta situación, lo primero que percibimos es que se nos está apoderando el cansancio, el desaliento, la rutina…
Toda la vida en el mismo cargo, con la misma gente, en el mismo grupo… Entra muy poca gente nueva, siempre somos los mismos. Nos vamos muriendo por inanición. Somos conscientes de que nos vamos anquilosando, de que vamos perdiendo la libertad… pero nos resulta mucho más cómodo seguir pintando los barrotes de nuestra cárcel que dar un brinco y salir de ella.
También nos vamos Adaptando. Es verdad que hay gente que llega con ganas, que quiere vivir desde Dios… pero los que la rodean no se lo ponen fácil de ahí que elija el camino cómodo y se adapte al ritmo que llevan los demás.
Hay otros con un entusiasmo infantil. Siempre gozosos rodeados de los que les alagan, de los que les dan la razón… Discurriendo cómo aumentar las reuniones, cómo propiciar el dar a la gente eso que les gusta… y contando los éxitos por el número de seguidores, pero sin preocuparse de la calidad de lo que se ofrece.
Y caemos, en el conformismo. A mí me gusta así y no me pienso esforzar, mientras haya gente que le guste lo que hago ¿para qué quiero complicarme la vida?
Podría seguir poniendo más y más actitudes, lo mismo que las podéis seguir apuntando vosotros. Pero es curioso que en ninguno de los casos nos hayamos parado a discernir y descubrir por qué hemos llegado a esta situación y a ser capaces de preguntarnos: ¿Y, al dueño de la higuera, le gustará lo que sigue viendo en ella?
¿Quedará todavía alguien valiente como Jesús, capaz de abonarla, cavarla, quitarle las malas hierbas…?

Bien sé que, aunque se nos llame a ponernos ante esta realidad que tanto dolor nos produce, a nosotros no nos corresponde juzgar sobre la esterilidad o fecundidad de los demás y, aun menos, excluir a los que a nosotros nos parece que son productivos.
Necesitamos aprender del viñador y descubrir que, ante la falta de frutos se nos está haciendo una invitación a trabajar más en ella hasta conseguir las condiciones necesarias para que sea fecunda. El viñador nos alerta de que, lejos de caer en la tentación de endurecer el corazón al ver su esterilidad, decidamos cuidarla con mayor esmero, mayor amor, mayor dedicación… apostando siempre, como Él, por todo lo bueno que esconde el ser humano en su interior.
Nos lo dice con claridad el evangelio: ¿acaso pensáis, que vosotros sois mejores que los que ya han vivido esta realidad? ¡Pues os digo que no! Por tanto, qué importante será que no desoigamos esta llamada que se nos hace hoy a la conversión.
No dejemos pasar el tiempo sin hacer nada. Curemos nuestras impaciencias, mirando la paciencia de Dios. Bebamos de esa lealtad y ternura que Dios ofrece a su higuera, esa paciencia que sabe respetar el tiempo que necesita para madurar.
Miremos como nos lo muestra, el acontecimiento que nos ofrece el libro del Éxodo en la primera lectura. Esa Zarza ardiendo que no se consume, como imagen de ese Dios misericordioso, lleno de bondad, con un corazón que arde sin apagarse nunca. Aquí lo tenemos el “YO Soy” Soy el que se revela, el que actúa, el que libera, el que nos invita a mirar a la luz de la fe, a reconocer en nosotros y en el mundo su tarea salvadora, el que nos mueve a actuar ante tanta injusticia y tantos desajustes, el que hace posible que pasemos de la muerte a la Vida.
Pero esto no son palabras bonitas para leer, esta es una cuestión que ha de movernos por dentro. Porque:
• ¿De verdad creo, que Dios sigue salvando hoy?
• ¿De qué nos salva? ¿Cómo nos salva?
• ¿Y… qué papel jugamos los cristianos en esta salvación?

Pues ya veis. Ser cristiano no significa tener firmada una póliza que nos asegure la salvación, sin que nosotros tengamos que preocuparnos de nada. Por lo que sería fantástico que esto nos cuestionase y nos llevase a descubrir, qué forma concreta de compromiso queremos adquirir y cómo podemos mantener ese fuego encendido en nuestro corazón.
No pasemos por ello sin profundizar. Estamos en cuaresma, caminamos hacia el ciclo Pascual…

Simplemente, hagamos silencio miremos a Cristo y convenzámonos de que:
El “Don” más grande que poseemos,
nos lo regalaron desde una Cruz