“Entonces dijo el Señor: Está bien, haré que salga de entre ellos un profeta como vosotros, uno que sea compatriota vuestro y repita lo que yo le mande”    (Deuteronomio 18, 17 -19)

LA VALENTÍA

Si nos acercamos al diccionario de la legua para ver el significado de valentía, encontramos los siguientes sinónimos:

Valentía.-  Esfuerzo, aliento, vigor.

Por tanto, decimos que es valiente la persona capaz de realizar empresas complicadas.

Pero cuando la valentía la vemos -además de con ojos humanos-, bajo el prisma de Dios, consideramos valiente al que es capaz de:

  • Dar sin calcular riesgos.
  • Optar, en serio por una determinada manera de vivir.
  • Realizar su vocación, con todas las consecuencias.
  • Hacer lo que se debe hacer, a pesar del riesgo y el peligro que comporte.
  • Y, de esta manera, ser signo, sacramento de bendición para cuantos le rodeen.

 

 EL RIESGO DE SER VALIENTE

A cualquiera le gusta que lo consideren valiente. Vivimos en un momento en que, todo lo que conlleva riesgo, es altamente valorado por la sociedad. Pero tenemos que ser sinceros y decir que, lo que hoy se presenta ante nuestros ojos atónitos es, que ser valiente es sinónimo de ser duro; de saltar por encima de los demás; de conseguir lo deseado; de devolver, al menos con la misma moneda y si puede ser con una crueldad mayor, pues mucho mejor.

En este contexto aparece, de nuevo insertado el evangelizador, metido en medio de este mundo que se ha dedicado ha degradar todo lo auténtico, haciéndonos ver que, la valentía sólo podríamos conseguirla, introduciéndonos en ese “progreso” que ha sido capaz de mancillar cualquier virtud, cambiándola por lo más burdo y grotesco, porque así viviríamos realmente felices.

Me causa risa, por no decir enojo, que esa gente que tanto alardea de progreso, repudiando todo lo que suene a religioso, siga instalada en el Antiguo Testamento: “ojo por ojo y diente por diente…”

Me gustaría decirles, que pagar con la misma moneda no tiene ningún merito. Cuando alguien nos hace daño, lo que nos pide el cuerpo es devolver el daño multiplicado, por lo que no parece necesaria la valentía para llevar a cabo el objetivo; sin embargo para lo que de verdad se necesita valentía es, para no devolver el daño, para no pagar con la misma moneda, incluso para ser capaces de devolver bien por mal.

Y aquí aparece el evangelizador. Defendiendo esos valores que quieren anular. Denunciando los antivalores que intentan imponer, especificando todo lo que dignifica a la persona, y demostrando, por medio de su testimonio, que todo esto es posible.

 

LA VERDADERA VALENTÍA

El evangelizador sabe muy bien que, en el ambiente que le rodea, no puede presumir de valentía. En su entorno no se considera valiente a:

  • Esa mujer que es capaz de cuidar a sus padres renunciando a cualquier comodidad.
  • Esa madre que se priva de cualquier cosa por mantener unida a la familia.
  • Ese padre que trabaja sin descanso para que en su casa no falte lo necesario.
  • Ese matrimonio que lucha por su relación en cada momento.
  • Esos sacerdotes, que sacrifican su vida para regalarla a raudales, en un pueblo sin ninguna comodidad.
  • Ni a ese religioso que siempre está disponible para salir de prisa cuando alguien precisa sus servicios.
  • Ni al misionero que deja todo a cambio, tan solo, de servir a los pobres…

 

Sin embargo esto no es nada nuevo, no tenemos nada más que dar un vistazo por la Biblia, para comprobar que los grandes profetas, se escondieron, huyeron, se camuflaron para no ser vistos por el Señor, porque les daba miedo realizar la misión que se les encomendaba. Pero Dios en su infinita misericordia, en su infinita bondad de Padre, siguió llamándolos, preparándolos y confortándolos, pacientemente y sin presiones, hasta que fueron capaces de responder a su llamada.

 

EL EVANGELIZADOR, UNA PERSONA ELEGIDA

El evangelizador, es por tanto, una persona elegida por Dios para que trasmita su Palabra y comparta su pan a fin de saciar el hambre de cuantos lleguen a él. Y todo, desde la gratuidad; sin esperar nada a cambio de su trabajo, ni elegir los destinatarios a los que ha de llevar el mensaje.

Por eso, el evangelizador necesita a la comunidad, para que le arrope, le acompañe, le proteja… No puede ser una persona aislada y encerrada en sí misma, su enseñanza tiene que ir dirigida por la comunidad en su conjunto, ya que se trata de una comunicación que no puede quedarse solamente para los más cercanos, su efecto ha de traspasar fronteras hasta llegar lo más lejos posible. Teniendo muy en cuenta que:

El evangelizador no está para ejercer de “dios”,

sino para “dar a Dios” a los demás.