Estamos en el segundo domingo de Pascua; en el que, como todos sabéis, se celebra La Divina Misericordia.
Fue, el Papa Juan Pablo II, el promotor de tan magnífica iniciativa. Avalada por su sucesor Benedicto XVI, con su encíclica Deus Caritas est (Dios es amor) y por nuestro querido Papa Francisco que, la presentó en su primer Ángelus tras su nombramiento.
Y, es impresionante ver que, los tres hayan entendido que, el mundo de hoy, tiene una gran necesidad de contar con personas misericordiosas: personas que beban en la gran misericordia brotada del Corazón de Cristo, para ser capaces, después, de entregar su vida en favor de los demás.
Porque la persona de hoy necesita, más que nunca: que, le ayuden a aligerar su carga; a salir del virus que la circunda; a aumentarle su esperanza… A demostrarle que, el corazón de Dios camina siempre en el corazón del mundo.
Por eso, lo primero que haremos es decirle al Señor.-
Señor: Aquí estamos necesitados de tu misericordia.
Tú, mejor que nadie, conoces nuestros temores, nuestros desalientos, nuestras incertidumbres…
Tú sabes… que, aunque lo intentamos, nos cuesta saber cómo llegar a tu corazón misericordioso.
Por muy mal que os sintáis –nos dice Dios- lo importante está en no desanimaros.
Ya veis que, aquí estoy Yo esperándoos siempre.
Depositad todos vuestros problemas en mi corazón.
Decidme todo lo que os pasa, descubrid esas heridas que dañan vuestro interior; porque Yo las vendaré, las curaré, y convertiré vuestro sufrimiento en fuente de salvación.
Pero Señor… Tú sabes que somos frágiles y débiles; que nos cuesta salir del “pelotón” y dar la cara; que nos paralizan los condicionamientos…
Tú sabes… que, necesitamos que, seas Tú, el que insertes en nuestro corazón tu misericordia.
Sabes que nos proponemos ser más coherentes y que, sin darnos cuenta volvemos a la rutina cayendo en los mismos errores.
Conoces… todas las dudas que, nos acompañan ante cualquier decisión y estás al tanto de que, el trato con los demás, muchas veces nos irrita, nos desinstala y nos deprime.
Por eso, -Yo, vuestro Dios-, quiero deciros hoy -a vosotros- los que habéis optado por Mí, que el mayor obstáculo para seguir la senda que os he marcado es: el desánimo, el cansancio y la inquietud injustificada, pues ellos quitan la energía necesaria para lograr ponerse de nuevo en pie y seguir el camino encomendado.
Tened en cuenta que, el desasosiego quita la paz interior, a la vez que nos impide ver que, la agitación y el agobio, son frutos de nuestro amor propio.
Por eso, ¡no temáis! Confiad en la misericordia de mi corazón. Porque Yo estoy con vosotros.
Apoyaos en mis brazos, dejad que mi amor penetre vuestra alma y contad con que, mi bondad, en esos momentos duros, os protegerá como fuerte escudo.
MOMENTO DE ORACIÓN
“Jesús dijo: Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor.
Todo me ha sido entregado por mi Padre y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar.
Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera” (Mateo 11)
LA GRATUIDAD DE DIOS
Vivimos en el mundo de la compra-venta. Todo tiene un precio y por todo exigimos una recompensa. Tanto produces, tanto te vamos a pagar.
Este modo de pensar, nos hace difícil acercarnos a Alguien que habla de gratuidad, que regala sus dones sin esperar nada a cambio.
La persona de hoy hace las cosas pensando en la recompensa, desconfía de la gente y trata de asegurar su paga.
Por eso, nos cuesta tanto entender a Jesús Resucitado. También a Él le exigimos recompensas, le exigimos distinciones.
Somos incapaces de darnos cuenta de que, cuando nos acercamos al Señor Resucitado, cuando nos sentimos acogidos por Él… todo cambia.
Pues, ¿acaso a alguien que se siente acogido por el Señor, le puede quedar tiempo para pensar en recompensas? ¿Acaso, mientras nos sentimos abrazados por el Padre, podemos estar pensando en lo que nos dará a cambio?
Quizá sea aquí, donde radique el problema. Por eso, esto es lo que necesita saber el mundo de hoy y lo que nosotros necesitamos interiorizar. Que, lo que importa es Cristo y sólo Cristo y… que, lo demás es accesorio. Que, lo realmente importante es Él, como máximo DON, como único DON.
- ¿Qué podría decirle yo, personalmente, a Jesús Resucitado, sobre lo que significa para mí, su misericordia?
- ¿Qué podría decirle, de cómo vivo la misericordia en mi corazón y en mi manera de practicarla?
No nos cansemos nunca, de decirle al Señor, con las palabras de fray Miguel de Guevara:
“Señor, no me tienes que dar, porque te quiera,
pues, aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero, te quisiera”
LA MISERICORDIA Y MARÍA
Cuando se habla de misericordia, no podemos olvidarnos de María, pues si hay alguien que aprendió, de manera primordial, lo que es la misericordia fue, precisamente ella.
María aprendió a ser: hija, madre, esposa, creyente, fiel… junto a la Gran Misericordia. Por eso cuando nos muestra a su Hijo, no lo hace porque nos vaya a dar algo o nos lo vaya a quitar, sino por lo que ES: Jesús, el hijo de Dios, la Misericordia Infinita.
Y, junto a su Hijo, aprendió de tal manera a practicarla, que hoy le seguimos diciéndole: “Vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos”
Por eso, para terminar, vamos a pedirle que nos preste sus ojos misericordiosos, para mirar a este mundo tan necesitado de amor y nos enseñe a amarlo como ella lo ama; pues cuando una persona se siente amada, es capaz de amar mucho más. Ya que,
La misericordia es la armonía del alma.