Por Julia Merodio

 

Ahí están. Son los carteles que anuncian el Día de la Iglesia Diocesana.

Al verlos parecen decir que, el tiempo pasa y los curas ya están pidiendo otra vez; pero bueno, es algo que se soluciona con algo de dinero y la situación queda aparcada, dejándonos tranquilos hasta el año siguiente.

 

¡Ah sí! ¿Y dices eso tú, que eres de los que van a misa, llevas a los niños a catequesis, celebras los sacramentos en la Iglesia y dices tener fe?

ANTE UNA REALIDAD PALPABLE

Todos hemos oído decir a personas que se declaran creyentes, que creen en Dios pero no en la Iglesia.

Más también hemos oído decir desde el seno de la Iglesia, que es:

  • Una comunidad de creyentes.
  • La gran familia de Dios.
  • Cuerpo de Cristo.
  • Sacramento de Salvación…

Y todo esto para qué ¿para qué solamente funcione un día al año? Qué pasa ¿qué el resto del año dejamos de ser Iglesia y pertenecemos a otra cosa? Realmente si lo hacemos así, los carteles de la Iglesia Diocesana dejan de tener sentido para nosotros.

Sin embargo, si la Iglesia forma parte de nuestra familia, si la consideramos nuestra casa, si pertenece a nuestra realidad… sobrarán los planteamientos para pasar a vivirla como algo nuestro. Ya no tendremos que dar unas monedas para ayudarla, porque con ella compartiremos nuestros bienes; ya no iremos a ayudar un poco, estaremos dispuestos a servir en lo que se nos necesite; ya no facilitaremos un poco de nuestro tiempo, estaremos disponibles a tiempo completo… La consideraremos como algo propio, algo de lo que somos responsables y, por lo que, esos talentos que Dios nos ha regalado, los pondremos a disposición de los demás para que trabajen a favor de ellos.

 

QUÉ PODEMOS DECIR DE LA IGLESIA

Todavía resonarán en vuestros oídos, las palabras de Benedicto XVI, en la Misa que celebró en Cuatro Vientos “La Iglesia no es una simple institución humana, la Iglesia está unida estrechamente a Cristo. De tal manera que el mismo Cristo se refiere a ella como “Su Iglesia”

Sin embargo, esta no suele ser una frase muy dada en nuestro vocabulario, ¿quién, al referirse a la Iglesia, es capaz de decir “Mi Iglesia”?

No sé si el problema radica en que, la Iglesia es la gran desconocida. Tampoco sé si reside en que, se habla poco de ella, pero sí sé que, hablar de la Iglesia no es fácil, la Iglesia, ¡es tanto a la vez! Que, ¿cómo expresarlo?

Yo, tengo clara conciencia de que, no soy experta en nada y que quizá sea un atrevimiento por mi parte el tocar este tema, pero os compartiré lo que guardo dentro, eso que he aprendido viviendo dentro de la Iglesia.

La Iglesia es el =Sacramento de Dios= Es la señal visible que nos orienta, nos anima, nos ayuda, nos anuncia…

En una Comunidad en marcha que peregrina hacia Dios, que crece en la fe, que da testimonio de caridad ayudando a cuantos la necesitan y que alienta nuestra esperanza, en el camino de la vida

El Vaticano II definió a la Iglesia como: “Sacramento de Salvación” El Vaticano I como: “Una ciudad levantada entre las naciones”

Por tanto, la Iglesia, nace para ser un indicativo que nos muestre:

  • Quién es Dios.
  • Cómo es.
  • Y por donde se mueve.

La Iglesia es la señal visible del Reino, anunciada por Jesucristo. Ella no es Dios, ni es el Reino, ni es la salvación… sino una señal que grita y reproduce en su interior: El proyecto de Dios.

Sólo, los que han sido capaces de dejarse encontrar por el Señor, pueden entender con nitidez todo esto.

Lo vemos con claridad ¿por qué Pablo y Pedro y el resto de los apóstoles… hablaron de ello de manera tan eficaz? ¿Por qué tantos santos como conocemos hablaron de ello de ese modo? Porque se abandonaron al proyecto de Dios con todas sus consecuencias.

Ellos no necesitaron carteles publicitarios reclamando su ayuda, no necesitaron palabras sugerentes, ni recompensas a su donación… ellos lo dieron todo, lo entregaron todos, lo cedieron todo… por eso al final se encontraron, no sólo con la Iglesia, sino con el mismo Dios.

INSERTADOS EN LA IGLESIA

Si, como apunto unas líneas más arriba, decir Iglesia no es igual a decir Dios, empezamos a comprender que, Dios, es mucho más grande que la Iglesia. Ya que la Iglesia, es el grupo de cristianos que camina hacía Dios, lo decimos muchas veces: Somos el pueblo de Dios.

Y es verdad; pero la Iglesia, también, es enviada y tiene una misión concreta: Dejar a todos señales: de su estilo de vida, de sus palabras, de su mensaje, de su compromiso, de su acogida a los necesitados…

Por lo que deberé preguntarme:

¿Se puede contar conmigo para construir la Iglesia del futuro?

¿Cómo ayudo a su sostenimiento?

¿Qué puedo aportarle?

¿Qué papel tengo, en el servicio al Reino de Dios?

La Iglesia es tarea de todos, por lo tanto tarea mía –personalmente- y sé que todo, lo que le perturbe a ella, me afecta a mí. Porque como proyecto de Dios, la vida de la Iglesia, nos afecta a todos, De ahí que tengamos que juntarnos con los que trabajan para el bien común, para realizar nuestra labor donde se beneficie al mayor número posible de gente.

Parece que esto empieza a aclararse. Trabajar para el Reino, ayudar en la construcción del Reino, no es cuestión de servir un rato ni dar lo que nos sobra, sino hacerlo siempre y con generosidad. Porque todos sabemos, que correr un rato produce agujetas, es necesario seguir corriendo para que los músculos se fortifiquen.

No escatimemos esfuerzos a ese proceso de salvación que produce el seguimiento de Jesús. Cuando nosotros nos renovamos se renueva: la familia, la comunidad, la Iglesia, el mundo…

No nos cansemos de preguntarnos, una y otra vez:

¿Señor: qué quieres que haga?

¿Dónde quieres que trabaje?

¿Qué quieres que cambie?

¿Qué quieres que aporte?…

CUANDO CAMBIE LA IGLESIA

Hay una frase, que ya es reiterativa en el entorno: “La Iglesia tiene que cambiar y si no cambia se quedará sin gente” ¿Lo creéis de verdad?

A mi me parece que la Iglesia de hoy no necesita una nueva legislación, ni una nueva teología, ni de nuevas estructuras, ni de una nueva liturgia… Lo que la Iglesia de hoy necesita, es recibir de nuevo, la efusión de Espíritu, porque todo lo que hagamos, sin el Espíritu es como un cadáver, es un cuerpo sin alma.

Necesitamos, por tanto que:

  • Alguien nos arranque el corazón de piedra y nos ponga uno de carne.
  • Que Alguien nos infunda nuevo entusiasmo, nueva inspiración, nuevo vigor, nueva fuerza…
  • Necesitamos perseverar en nuestra tarea sin desánimo, con frescura; con fe en el futuro y en las personas con las que trabajamos por el Reino.
  • Necesitamos una nueva llamada, en el camino.
  • Necesitamos encontrar personas, llenas de Espíritu, que nos presenten la salvación.

–      Como Pablo.

–      Como María.

–      Como los Apóstoles de todos los tiempos.

Porque el Espíritu del Señor, no desciende sobre edificios, aunque se trate de la Iglesias suntuosas, desciende sobre los individuos para ungirnos como a ellos. Dios no unge a los proyectos que hagamos, por buenos que sean, sino a cada uno personalmente; los proyectos vendrán después.

El Espíritu es el alma y el corazón, de cada persona; no de las máquinas ni de los adelantos por deslumbrantes que parezcan. Es la esencia del interior, del alma. Pues todos sabéis que, Sólo Dios puede dar la fe, pero a nosotros nos corresponde, dar testimonio de ella.

MIRANDO MI INTERIOR

Comenzamos silenciándonos por dentro. Tomamos conciencia de que queremos ser Iglesia y por lo tanto seguidores de Jesús.

Tratamos de caer en la cuenta de que, el seguimiento de Jesús, no puede hacerse mecánicamente, ni mágicamente sino a nuestro paso y a nuestro ritmo; a su tiempo y a su hora y Él tiene, uno distinto, para cada uno de nosotros.

Me sitúo ante mi realidad personal.

Dedico un tiempo a observar mi camino. Ese, donde Dios ha querido ubicarme dentro de la Iglesia.

Me detengo para comprobar cuál es mi Misión en ese contexto, de mi vida, el mío propio, personal…

Observo mi tarea dentro de la comunidad, parroquia, arciprestazgo… al que pertenezco. Miro detenidamente como la realizo.

¿La hago con cariño?

¿La ofrezco con amor?

Después de un largo silencio me vuelvo a preguntar:

  • ¿Ayudo a la Iglesia necesitada?
  • ¿Qué significa para mí ayudar a la Iglesia?
  • ¿Qué quiero decirle, al Señor, sobre este momento de gracia que me ha regalado?
  • ¿Qué creo, que me diría Él a mí?

Todos tenemos unos valores que, a veces no son los de Jesús; por eso, vamos a pedirle al Señor que cambie nuestros valores por los suyos. ¡Tomémonos tiempo para ello! No tengamos prisa.

Nos detenemos, de nuevo, en nuestra realidad, para preguntarnos: ¿Y yo cómo entiendo mi vida?:

–      Como vocación.

–      Como tarea.

–      Como misión.

Desde este planteamiento, vamos a situarnos en las necesidades que tiene la Iglesia, sobre todo en este momento de crisis tan duro para alguno de nuestros hermanos.

Después nos preguntaremos:

¿Qué puedo hacer yo para remediar esas necesidades?

¿Dónde puedo ayudar?

¿Con qué disponibilidad cuento?

¿Con qué medios?

Terminemos dando gracias, de manera espontánea, por este gran regalo que supone para nuestra vida, el pertenecer a la Iglesia de Jesucristo.