El ritmo del Adviento ha cambiado. La liturgia que hasta ahora nos había invitado a despertar y convertirnos, hoy da un giro y nos invita a la alegría y ¿por qué? Pues, porque después de descubrir y sanar todos esos lados oscuros que acompañaban nuestra vida no podemos hacer otra cosa que desembocar en la alegría que produce toda sanación.
Pero hay algo que no podemos perder de vista, el gozo auténtico siempre nos llega como Don, porque brota de Dios.
No es algo que podamos comprar a base de diversión, placer, ociosidad… El gozo del que nos habla el evangelio y que nos viene a traer Jesús está: en el dar y darse; en el arrepentimiento, en el perdón, en reconocer que somos débiles, que fallamos demasiadas veces, que no somos perfectos… En la escucha de la Buena Noticia y en la experiencia de Dios.
Porque, cuando Dios llega y se inserta en nuestra vida el gozo y el amor surgen a borbotones; no tenemos nada más que acercarnos a todas esas personas que optaron por el Señor, para ver plasmada esta realidad en su vida. Es el cambio que produce el encuentro con Cristo.
CON UN CORAZÓN ALEGRE
Desde el primer momento, en el que Dios tiene contacto con el ser humano, nos damos cuenta de que, en lo único que piensa es: en crearlo feliz, en hacer que viva con gozo y alegría.
Para ello le hace el más preciado regalo que pudiésemos pensar: le regala, además de la vida, la creación salida de sus manos esa de la que leemos: “Y vio Dios, que todo era bueno…” Ahí puso al ser humano, en medio de todo el universo como dueño de aquella obra maravillosa salida de su poder y de su amor.
Además Dios, lo dota de entendimiento e inteligencia para que sepa apreciarla y le da un corazón para que pueda sentirla y amarla; porque el Señor quería que ese ser que había creado llevase implícita la alegría y el gozo, que le produjesen la felicidad.
Estas cualidades, hacen que la persona humana se sienta dichosa cuando entra en armonía con la naturaleza y en comunión con el hermano, es algo que ha pasado en todos los tiempos; antes de que Jesús viniese a la tierra, allá en el Antiguo Testamento, ya encontramos hombres y mujeres disponibles, llenos de esa luz interior que les hacía caminar hacia el Dios desconocido del Antiguo Testamento, experimentando la alegría que proporciona el encuentro con el Absoluto. Pero la inmensa mayoría vivían la opresión y la desolación; huyendo para encontrar una vida más digna entre las mayores dificultades, por un desierto que los deja desolados; sin recursos, sin comida para saciar el hambre que los asola… Y a punto de abandonar todo, pero sin saber donde ir en lugar de encontrar la liberación, se encuentran en una cautividad que los aplasta.
¿No os suena esto como conocido? ¿No os parece que tiene total actualidad? Después de años y años pasando Dios por nuestra vida, seguimos tan esclavos como aquel pueblo que buscaba la liberación ¡cuánta gente esclava conocemos en el siglo XXI! Esclava del placer, del tener, del sobresalir, de ser los primeros, de buscar darse un gusto a cualquier precio… Han perdido lo más esencial: la armonía con la naturaleza y la comunión con el hermano, han perdido la dicha de sentir a Dios.
Pero Dios en su inmensa misericordia quiere liberarnos a nosotros también de tanta opresión y nos manda personas que como Juan Bautista, para que nos ayuden a salir de tanta esclavitud.
Personas que vienen a anunciarnos la Buena Noticia, esa noticia que llenará de alegría al mundo, pero que muchos rechazan ávidos de informes sensacionalistas.
La gente de hoy ha confundido lo que es la verdadera alegría, con el placer de satisfacer su necesidad del momento. La gente de hoy cree que los cristianos somos gente triste y amargada que hemos optado por el Señor porque no podíamos hacer otra cosa, pero se equivocan.
Claro que la alegría que podemos tener es frágil y quebradiza y que muchas veces hemos oído decir que: “no hay alegría completa” pero a nadie se nos pide imposibles. Es verdad que nuestra finitud siempre nos separará de ese deseo completo que tenemos de felicidad y alegría, pero el encuentro con el Señor –en esa humilde Cueva- nos proporcionará el gozo de sentirnos salvados por el mismo Dios.
Me encantaría que todos pudiesen oír que nadie queda excluido de esa dicha, de esa alegría, de ese gran gozo que anunciará el Ángel la noche de Navidad y que lo será para todo el pueblo: tanto para ese pueblo de Israel, que tanto ansiaba la llegada del Salvador, como para todo el pueblo, ese pueblo innumerable de todos los que al trascurrir de los tiempos –donde estamos incluidos nosotros- acojamos el mensaje y nos esforcemos por vivirlo.
LA SOCIEDAD TECNOLÓGICA
Creíamos que después de tantos años, esa situación que nos parece espantosa estaría superada, pero se da la paradoja de que, en el momento actual la gente está más apesadumbrada que en otras ocasiones.
La sociedad tecnológica ha logrado multiplicar las ocasiones de placer pero le resulta difícil hacer llegar a las personas la alegría. Posiblemente ha olvidado donde tiene el origen y buscándola donde no está: en el confort, en el dinero, en la seguridad… solamente, encuentra tedio, aflicción y tristeza, para desgracia de tantos como solamente confían en sí mismos.
¿Será que la gente, en especial los que tienen la responsabilidad, se sienten impotentes de dominar el progreso industrial y la planificación de una sociedad más humana? ¿Será que ante ese porvenir incierto que nos espera nos echamos para atrás? ¿Será que vemos a la sociedad demasiado amenazada? ¿O se tratará más bien de sed de amor y vacío difícil de llenar?
No tenemos nada más que abrir los ojos, para contemplar sufrimientos físicos y morales: opresión de la gente, parados en la fila de Cáritas, víctimas de atracos y violaciones, personas desplazadas, hundidas despechadas… Pero quizá no sea lo peor, lo nuclear está en que los problemas se abordan con un espíritu alejado de Dios, salido de su cauce; un espíritu endurecido e indiferente que no conoce la alegría y pretende que los demás también la ignoren.
Oímos decir a los entendidos, que las cosas no mejorarán y los hechos lo demuestran; pero nosotros sabemos que el último fundamento de la alegría es el amor es Dios y que, como Dios ama, es capaz de reír. Quizá sea esta la clave de que nosotros no riamos; no reímos porque fallamos en el amor.
El amor, es la lleve que, puede abrir lo recóndito del corazón humano. Si la sociedad fuese capaz de respira amor, aparecería dentro de ella un clima de tranquilidad, de seguridad, de serenidad, que inundaría a todos sus miembros; y no es que los problemas se eludiesen, ni que los conflictos desaparecieran, simplemente es, que esas lóbregas complicaciones, se verían con realismo y esperanza y se trabajaría para que mejorasen, porque el rayo de luz siempre está allí -en el horizonte- y al respirar amor, las personas, no podríamos hacer otra cosa que sonreír y alegrarnos.
Por eso esta semana sería un buen momento, para revisar como vamos de alegría, ya que ella es el termómetro que mide nuestro amor. Os invito por tanto, a guardar un rato de silencio junto al Señor para preguntarnos:
• Cuando miro mi realidad ¿afloran en mí sentimientos de alegría?
• ¿En qué aspectos de mi vida, surge el regocijo del deber bien hecho?
• ¿Cómo acepto el que, a veces, no logre encontrar sentimientos de satisfacción, cuando hago las cosas con empeño?
Pues, sea cual sea nuestra realidad, recordemos siempre que:
Nuestra vida está llena de pequeñas alegrías,
y que en nosotros está el saber reconocerlas