LA SEMANA SANTA

Por Julia Merodio

Al ponerme a preparar la oración, para la Semana Santa de este año, me parecía preciso dar un giro a lo normalmente presentado en años anteriores y para ello pensé que, sería bueno, nos la presentase alguno de los que la vivieron junto a Jesús. Pero ¿a quién elegir?…

Pues… elegiría al que menos gente optase por él; elegiría a Judas.

Así, cuando Judas ve que las cosas empiezan a ir mal y que Jesús tiene ya una condena firme, aún dentro de su desesperanza, recuerda, por última vez, la etapa final de su vida al lado de Jesús.

DOMINGO DE RAMOS

-Habla Judas-

El viaje a Jerusalén estaba preparado para el domingo siguiente. Todo funcionaba como estaba previsto. Yo tenía “el tema” bastante consolidado; aprovecharía la estancia en la ciudad para ultimar las cosas.

 

 

La noche del sábado dormimos en Betania y saliendo al día siguiente para la Ciudad Santa, haciendo el recorrido por el mismo camino que lo habíamos hecho el día anterior.

Había mucha gente. La Pascua era ya inminente y muchas caravanas subían a Jerusalén por el mismo sendero que nosotros.

La gente mostraba alegría, mientras en el rostro de Jesús se percibía una mesura no acostumbrada. Sin saber por qué, la situación comenzaba a inquietarme.

De repente se presenta un hecho inesperado. Jesús llama a dos de los que íbamos con él y les da el siguiente encargo:

 

“Id al pueblo que tenéis delante y, en cuanto  entréis, hallaréis un asnillo atado, sobre el que ningún hombre cabalgó jamás. Desatadlo y traedlo.

Y si alguien os dice: ¿Por qué hacéis eso? Decid: “El Señor lo necesita y enseguida os lo devuelve” (Mateo 21, 2 – 4)

 

Cada sorpresa que Jesús me daba, inquietaba mi alma de manera especial. Él, que siempre había rechazado los honores, ahora, hasta parece que los busque o, al menos, los consienta.

La entrada en Jerusalén me dejó perplejo. La gente lo esperaba, lo aclamaba, le gritaba… haciéndole aclamaciones de rey.

Ante Él: se arrodillaban; tiraban los mantos para alfombrar el camino; con las manos llenas de palmas y ramos de olivo, lo vitoreaban, lo glorificaban, lo engrandecían… gritaban ¡Hosanna! ¡Hosanna, al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor…!

Tengo que confesar que la escena, me asustó más que las veces anteriores. ¿Estaría equivocado? ¿Sería realmente un rey y ahora que empezaba a reinar era yo el que me alejaba de Él?

Sin embargo, al ver a Jesús tan sereno y sosegado, me tranquilizaba; pero, aquella gente exaltada, me preocupaba cada vez más.

Puede que no fuesen demasiados como para competir con la guardia de Herodes. Pero… ¿y si se les empieza a unir el pueblo? ¿Qué suerte correré yo? Si no van a tener consideración con Él, -que no ha hecho nada malo-, ¿por qué habrían de tenerla conmigo?

En mi mente daba vueltas y vueltas mi proyecto. Y, aunque mi corazón estaba ya lejos de Él, mi cara reflejaba la inquietud y el desasosiego… tanto que, incluso alguno de mis compañeros, me preguntaron ¿Judas qué te pasa? ¡Tienes mala cara!

Reconozco que contesté de forma más agresiva que de costumbre. Todo en mí había empezado a desequilibrarse.

Al caer la tarde volvimos a Betania, pero mi pensamiento seguía en la escena de la mañana. Veía a Jesús montado en aquel pollino –de forma ridícula-

…¿Y si fuera rey como dice? ¡Imposible! Usaría caballos como los soldados del gobernador… Y su reino… ¿dónde está ese reino del que nos habla?… Definitivamente es, como todos, ¡un embaucador!

 

PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL

 

Si normalmente silenciamos la mente para introducirnos en la oración, hoy lo hemos de hacer de una manera especial.

Hemos llegado a la Semana grande. Una semana donde el hilo conductor ha de ser la Pasión de Cristo. No es que hayamos olvidado que todo ello desembocará en la resurrección pero, no podemos eludir, que para resucitar, es necesario morir antes.

Podemos tomar para nuestra oración los siguientes textos:

Marcos 10, 33 – 34.   Juan 7, 6 – 7.   Isaías 53,  11 – 12

 

 

No los leamos de pasada. Dejémonos empapar por su enseñanza y luego permanezcamos largos ratos junto al Señor, para que Él los grabe en nuestro interior.

Este año vamos a observar el comportamiento de Judas. Sé que sonará novedoso pero también su manera de actuar tiene mucho que decirnos.

En primer lugar, hemos de tomar conciencia de que, Judas fue llamado por Jesús, como todos los demás. Su respuesta fue afirmativa. Se unió al grupo de discípulos. Lo seguía. Vivía con Él. A su lado empezó a quererlo…

Es posible que ahora tengamos que recordar las palabras de Jesús: “Os digo que, muchos son los llamados y pocos los elegidos…”

Pero hay algo muy significativo y que ocurre con más frecuencia de la que nos gustaría; hay personas que buscan a Dios y personas que lo utilizan. De ahí que cada uno tendremos que preguntarnos personalmente ¿a cuál de los dos grupos pertenezco yo?

–      ¿Por qué respondí afirmativamente a la llamada de Jesús?

–      ¿Qué buscaba al hacerlo?

–      ¿Lo sigo de forma incondicional, o pongo alguna condición?

–      ¿Lo amo de igual forma cuando sus actitudes no coinciden con las mías?

A pesar de la aversión que tengamos por Judas, no despreciemos lo que nos enseña su cercanía al Maestro. ¡Quizá pueda decirnos más de lo que nos parece!

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LOS DÍAS INTERMEDIOS

De nuevo habla Judas

Aquella noche fue la noche más larga de mi vida. La oscuridad del cobertizo me taladraba; es más, hasta el brillo de las estrellas me resultaba molesto. Yo, que lo seguí porque pretendía billar, ahora me encontraba en esa densa oscuridad de la que huía. ¡Ciertamente, me sentía fracasado!

Con tantas horas de insomnio me dio tiempo a repasar el tiempo que había pasado junto a Jesús.

Me sorprendía: mi alegría en el primer encuentro, mi afán por seguirle, lo fantásticas que me parecían sus obras… sin embargo, siempre hubo en mí un trasfondo que me interrogaba.

Y yo ¿por qué lo había seguido? Al principio me ilusionaba salir de mi trabajo, de mi esclavitud; más tarde, al ver su porte, empecé a sentir hambre de fama, de riqueza… Él podía hacer lo que se propusiese. Igual multiplicaba panes, que curaba enfermos… que resucitaba muertos. Creo que, lo de ver a Lázaro salir del sepulcro me superó. ¿Se estaría apoderando de mí la envidia? ¿O me acobardaba observar que ya iban a por Él?

Me levanté nada más ver las primeras luces. Hice tiempo a que salieran los demás.   Jesús, de nuevo, se puso en marcha.

Volvimos a Jerusalén. Como ya era martes la muchedumbre del templo había crecido, en los peregrinos se apreciaba el cansancio y el sueño; pero, sobre todo, la suciedad del polvo del camino.

En el momento que la gente vio aparecer a Jesús, empezó a correr la noticia como la pólvora. El gentío se habían ido enterando de lo que había pasado el domingo y todos querían conocerlo, fuese como fuese.

Al contrario que la gente, los fariseos y saduceos, parecían inquietos. No sabían qué hacer para desmontar la autoridad de Jesús y dejarlo en ridículo. Sigilosamente se le acercan y la pregunta no se hace esperar: ¿Con qué autoridad haces estas cosas? (Mateo 21, 23) -Se refieren a la expulsión de los mercaderes del Templo-

Jesús los sorprende, otra vez, con una nueva pregunta que, lejos de doblegarlo, los ridiculiza a ellos.

Los contrarios se van. Hay risas entre la multitud.

Mientras mis compañeros, se sintieron aliviados y orgullosos del jefe, yo me sentí fatal. A mí, esas cosas, ya no me hacían demasiada gracia.

Aunque ya había tenido mis primeros contactos con los representantes de los sacerdotes, no tenía nada decidido; es verdad que la traición ya había nacido en mi alma; pero, de nuevo, me llegaron las dudas. Al ver que Jesús triunfaba otra vez, consideré necesario que habría de jugar mis bazas con mucha cautela. Por eso, decidí esperar y me alegré de no haberme precipitado.

Mientras tanto, Jesús seguía imparable; no dejaba de predicar y desenmascarar a cuantos se le acercaban para tentarle. A medida que pasaba el tiempo, me convencía más de que, Jesús parecía leer la mente de sus enemigos. ¿Y la mía? ¿Podrá leer mi mente? ¿Sabrá lo que pienso?

A medida que Jesús increpaba a los fariseos, veíamos con más claridad que el desenlace sólo podía ser la muerte.

Pero… ¿y si fuese el triunfo?  Había tal desconcierto dentro de mí, que ya no tenía claro si Jesús sería un Rey o una víctima.

Como me interesaba estar bien informado de lo que hacía Jesús, procuraba estar siempre en el corro de los más próximos a Él y, sinceramente, eso de tratar así a los representantes de Dios y de la ley me parecía excesivo. Era como si de repente su cabeza se hubiera trastornado………

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NOTA WEB NAZARET – Debido a la longitud del texto, que recomendamos fervientemente, adjunto el enlace desde donde os lo podeis descargar en un documento pdf aqui.