Sé, que atreverse a hablar de la vida consagrada una seglar es todo un reto, pero quizá sea bueno que alguien plasme como se ve -desde fuera- esta realidad tan sorprendente.
Entro en el tema, con admiración y respeto, pero siendo consciente de que, lo que pueda compartir distará infinito de la realidad.
Sin embargo, siento alegría y gozo al tratarlo pues, en primer lugar admiro profundamente la Vida Consagrada y además, tengo gran cariño por esas personas, algunas muy cercanas a mí.
Después, porque creo que acercándonos a ellas y a su manera de vivir, aprenderemos a mirar con ojos nuevos y podremos mostrarles -un poquito- el inmenso agradecimiento que merecen.

UN CANTO A LA VIDA
Quizá mucha gente no estará al tanto de que, el día 2 de Febrero, festividad de la Presentación del Señor, la Iglesia la dedica como: Jornada Mundial de la Vida Consagrada. Y a mí me parece que, en este momento de la historia en el que la vida consagrada está tratada con tan poco respeto, tratar el tema puede ser un momento de gracia y encajarla en este día un privilegio, pues ¿qué es, la realidad de la vida consagrada, sino un canto a la Vida?
Todos queremos vivir: vivir a “tope”, vivir muchos años, vivir bien. Tener calidad de vida, presentar en nuestra vejez un aspecto intachable… y, no escatimamos esfuerzos para lograrlo, pero al final nos damos cuenta de que con tanta inquietud por aparentar, nos hemos olvidado de lo esencial: De Vivir.
Quizá sea esta una de las razones, por las que La Vida Consagrada no siempre esté valorada como se merece; muchos creen que, es algo que está ahí y que no sirve para nada. Opinan que, a ella pertenecen unas personas “raras” que se cierran en un convento para no enfrentarse con la realidad de nuestro mundo… Pero ¡qué gran equivocación!
Por eso, nuestro querido Papa San Juan pablo II, tan cercano a todas las realidades de la Iglesia, quiso darle el lugar que merecía -poniéndola en el candelero para que todo el mundo pudiese verla- celebrando así la primera Jornada de la Vida Consagrada -el día 2 de Febrero del año 1997-.
Y estas fueron las asombrosas palabras, que pronunció El Papa el día de la inauguración:
“Esta jornada quiere ayudar a toda la Iglesia a valorar, cada vez más, el testimonio de quienes han elegido seguir a Cristo, de cerca; mediante la práctica de los consejos evangélicos y, al mismo tiempo, quieren ser, para las personas consagradas, una ocasión propicia para renovar sus propósitos y reavivar los sentimientos que deben inspirar su entrega al Señor”

LA GRACIA DE LA ENTREGA
Es lógico que, en un mundo donde todo se mide por la productividad, por el porte, por la indumentaria… no quepa la paradoja que ofrece la Vida Consagrada -de darlo todo desde la mayor gratuidad- Por eso es preciso, presentar al mundo el gran Don que supone para la Iglesia una realidad como esta.
Al ponernos ante ella es fácil de comprobar, que no es un invento humano, sino una gracia de Dios. Pues ¿cómo entender con nuestro criterio limitado que, un/una joven, con una carrera universitaria terminada, con un buen puesto de trabajo, iniciando una juventud prometedora y con un físico notable… pueda dejarlo todo para ofrecer su vida a Dios?
Realmente, visto con nuestra pobre mirada: corta y miope, es imposible entenderlo, pero visto con los ojos del alma se entiende perfectamente. Pues lo esencial es invisible a nuestros ojos, solamente es perceptible con los “ojos” del corazón.
Ante esta realidad, lo que comprobamos al mirar a nuestro derredor, es la falta de vocaciones que sufre la Iglesia, sobre todo en los países ricos. Una circunstancia que nos interroga y nos cuestiona a todos, pero que poco hacemos por remediarla.
En la sociedad del bienestar, donde intentan sacar a Dios de nuestra vida, no puede extrañarnos lo que comprobamos. La auténtica vocación brota de un encuentro con el Señor y, ciertamente, no vivimos en una época donde proliferen tales encuentros.
Es verdad que se multiplican las reuniones, los mensajes, los WhatsApp, las comidas y cenas de trabajo… pero los encuentros con el Señor… eso, ya es otra cosa. Estamos esperando que Dios entre en la técnica moderna, para poder conectar con la juventud de hoy. Somos incapaces de darnos cuenta de que, lo que a Dios le gusta es el encuentro personal; sin pantalla por medio. Le gustan las miradas profundas, las palabras cálidas, los silencios prolongados… difícil cuestión para los que vivimos sumergidos en los grandes proyectos y el ruido estridente.

LOS FINES DE LA VIDA CONSAGRADA
El primer fin que tiene la vida consagrada es, alabar a Dios y glorificarlo por toda la humanidad. Ya que, esta debería de ser la condición de todo ser creado.
También tiene el propósito, de enriquecer a la Comunidad Cristiana con todos sus carismas.
Y, cómo no, ofrecer a los demás todos esos edificantes frutos, nacidos de una vida vacía de sí mismos y entregada a los demás.
La Vida Consagrada es, la respuesta a una llamada profunda, sentida en el corazón de la persona y acogida con generosidad. Estas personas, sorprendentes, deciden seguir su vida, caminando tras las huellas de Cristo; y con una radicalidad, que supera nuestros torpes criterios. Lo hacen desde: La castidad, la pobreza y la obediencia.
¡Qué sería del mundo sin estas personas!
Desde mi experiencia personal, puedo hablaros de la apertura tan impresionante que muestran cuando te acercas a ellos/as.
– La alegría los inunda.
– Su excelente manera de escuchar y compartir.
– Lo informados que están de las realidades de la vida.
– Como piden a Dios, cada día, por todo y por todos.
– Como gastan su vida a favor de los demás.
– Como presentan, ante el Señor, las realidades concretas de nuestro mundo.
Ellos son el pulmón de la Iglesia, el aire que necesita para respirar. Es como si, a través suyo, inspirásemos y espirásemos al Espíritu Santo, en ese aire que no se ve, pero que se necesita para que exista vida.
Ellos son, junto a nosotros, parte del Cuerpo Místico de Cristo, por eso aportan su multitud de carismas. Todos conocemos diversidad de órdenes religiosas, tanto de hombres como de mujeres: Las hay de clausura, dedicadas a la oración y adoración al Santísimo; a la enseñanza; al servicio de los desfavorecidos; otras se dedican a atender en los hospitales; hay misioneros/as que sirven en los países más pobres de la tierra… pero todos unidos en un mismo sentir y un mismo pensar: servir a Cristo. Siendo Luz para cuantos los rodean y, ofreciendo su afluencia de dones, con la fuerza del Espíritu Santo.

TODOS SOMOS CONSAGRADOS
Otra cosa importante, que nos recuerda esta jornada es que, todos somos consagrados. Nos consagraron al Señor en nuestro Bautismo y nos seguimos consagrando cada vez que repetimos esas admirables promesas, como puede ser en el momento de rezar el Credo en la Eucaristía. Por eso tenemos que valorar la Vida Consagrada, como un toque de atención para revisar los compromisos hechos a Dios y a los hermanos, desde nuestra realidad personal.
De ahí, el acierto del Papa al elegir el día de la Presentación del Señor para insertar esta Jornada, pues estoy segura de que con ello quiso poner a María como el Faro para iluminarnos y el Cobijo para ofrecernos a Dios.
¡No fue casualidad! Este día presenta la liturgia, cómo el anciano Simeón reconoce a Dios en aquel niño que portaban aquellos jóvenes padres. Y lo reconoce porque estaba preparado. Había vivido una entrega incondicional al Señor; de ahí que, cuando aquel joven matrimonio pone a Jesús en sus brazos llega a sus ojos, despiertos, tal destello de luz, que ante el asombro de María y José, declara a gritos que es “luz de la naciones y gloria para su pueblo Israel…”
Acaba de aparecer la respuesta. Solamente los que tienen sus ojos puestos en el Señor, los que van gastando su vida por Él son los que serán capaces de descubrirlo, sin importar el ropaje con el que quiera presentarse.
Pero es sorprendente que, el resto de los que estaban en el templo no lo reconocieron, solamente los que habían permanecido en oración y a la escucha en su presencia, fueron capaces de reconocerlo.
¡Qué gran toque de atención para nosotros! ¡Qué importante saber unir acción y contemplación! Pues, eso tan difícil para nosotros, es precisamente lo que hacen, sencillamente, los consagrados.

SE TRATA DE DARLO TODO
Por tanto, se trata de entregar una medida rebosante. Se trata… de darlo todo. De hacer una apuesta de verdad.
Sería bueno, que esta jornada nos llevase a revisar la diferencia que existe entre nuestra manera de medir y la manera de Dios.
Él, siempre dará mucho más de lo que nosotros podamos darle, pero admira profundamente, que siendo Dios cuente con nosotros para llevar a cabo su obra.
A Él, le gusta ver nuestra medida llena; le agrada nuestra generosidad, nuestro desinterés, nuestra entrega… Y ¿Quiénes mejor para darnos ejemplo que los que lo dieron todo?
Será bueno que esta semana busquemos tiempo de oración y ejemplos de gente que lo dejó todo por Cristo.
Posiblemente conozcamos a algunos personalmente, pero si no tomemos el evangelio y empecemos por los apóstoles, por María… busquemos personas de todos los tiempos, hasta llegar a nuestros días; personas a las que podamos designar con nombres y apellidos…
Después tengamos ratos grandes de silencio y acogida, pidiendo al Señor la gracia de: saberle responder, como ellos lo hicieron.