Cuando el evangelizador descubre la importancia de la oración, es lógico que se pregunte: pero ¿cómo he de orar?
Jesús nos lo dice así, por medio del texto de Mateo “cuando oréis no habléis mucho, no hagáis como los hipócritas que rezan en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para ser vistos, vosotros entrad en vuestra habitación, cerrar la puerta y mi padre que ve en lo escondido os recompensará” (Mateo 6, 5)
Todos sabemos que Jesús, era un buen conocedor del Antiguo Testamento y quizá estuviese pensando en las palabras del Eclesiastés 5, 2 que dicen: “No te precipites con tu boca ni se apresure tu corazón a proferir palabras ante Dios, porque Dios está en el cielo y tú en la tierra, por tanto que tus palabras sean contadas…” y a mí me parece que Jesús, con esas palabras quiso decirnos: mirad, en la relación con Dios, lo importante no es el ruido de tus palabras, ni de tus sentimientos, ni de tus pensamientos lo importante es escucharle a Él porque Él siempre tiene algo importante que decirnos.
Y claro que tenía algo importante que decirnos. Jesús –con estas palabras- quiere decirnos que a Dios no lo podemos abarcar, ni comprar, ni manejar… -como tantas veces nos gustaría hacerlo-, que a Dios le oímos.
Dios no viene a nosotros como pretendemos que lo haga. Nosotros querríamos controlarle, poseerle, dominarle… pero no, Él viene para que le escuchemos y por lo tanto hay que adentrarse en “ese, no saber todo sobre Dios” para evitar el deseo de manejarlo. Tenemos que dejar de ir a Dios, desde nuestra superficialidad, para ir con lo más hondo de nosotros mismos, que no son nuestros pensamientos, ni siquiera nuestros sentimientos; lo más hondo que está, en ese lugar escondido al que tratamos de acceder cuando nos disponemos a orar. “Cuando ores entra en lo escondido…”
Por eso, el evangelizador, tiene que orar y escuchar al Señor hasta convencerse de que, cualquier dificultad por grande que le parezca, a su lado podrá vencerla. Convencido de que, puede haber momentos en que fallará, pero persuadido de que Dios eso lo usará para su bien, aunque de momento no pueda verlo.
Sólo tenemos que hacer un recorrido por las vidas de los que optaron por el Señor, para comprobar que fueron capaces de vencer cualquier dificultad por difícil que les pareciese. ¿Qué hicieron los discípulos cuando se convirtieron en apóstoles? Y… ¿quiénes de nosotros no hemos tenido experiencias en este sentido? Recordémoslas y veamos lo grande que el Señor estuvo con nosotros en ese momento; porque entonces nos daremos cuenta de que vencimos la dificultad, cuando fuimos capaces de arrodillarnos ante Él y, en silencio, ponerla con humildad en sus manos rebosantes de misericordia.
Pero hay algo, que sorprende de manera especial, el en el texto de Mateo y es, que se hable de recompensa de Don.
¿Más de qué recompensa estamos hablando? Estamos hablando de la recompensa que encontraremos cuando decidamos salir de la obsesión por ser reconocidos, por ser tenidos en cuenta, por ser vistos; del temor, que nos produce la soledad, del miedo a ese silencio que habita dentro de nosotros… Pues cuando seamos capaces de desprendernos de lo exterior, para entrar en nuestro fondo podremos llegar a ver cómo es ese don del que nos habla el evangelio.
La interioridad, es algo que no suele entrar en nuestros planes; por eso, o la buscamos o se nos escapará de las manos, pues la mayoría de las veces tiran de nosotros otras opciones más seductoras.
Pero, por experiencia creo que, según se van cumpliendo años, nos vamos concienciando de que para llegar a la interioridad hay que ir renunciando a muchas cosas.
De ahí que, cuando nos demos cuenta de que somos atraídos por el silencio; cuando seamos capaces de quitar un rato la televisión, cuando al llegar ante el Señor dejemos los libros, las hojas, los papeles y seamos capaces de mirarle sin bajar la vista… comenzaremos a distinguir todo ese que se funde dentro de nosotros, eso a lo que S. Ignacio denomina mociones y que no es otra cosa, que el ir distinguiendo las proposiciones que el Señor nos hace y las iniciativas que quiere que tomemos.
Qué bien debía de entender esto Santa Teresa cuando nos dice que llegar a la interioridad es: “una determinación determinada de encontrar nuestro propio corazón”
Y es que ella descubrió que es allí, en lo secreto, sonde se halla la mirada que sosiega. Que es allí, en lo secreto, donde la persona ya no tiene que fingir, ni que representar papeles… porque ante Dios, no tenemos que hacer nada, ante Él somos.
Es, como llegar al lugar de la promesa donde ya no hay que hacer cosas para ganar, porque allí siempre se recibe. Ya no tiene uno que hacerse ver, porque allí se es visto.
Y basta abrir los ojos, para darse cuenta de que todo lo que allí sucede es auténtico, porque todo tiene como base el amor de Dios.
Qué voy a deciros a vosotros evangelizadores que sabéis todo esto mucho mejor que yo, solamente deciros que vayamos siempre por este camino, que aprendamos a descender, a entrar en lo escondido, en lo secreto, en el silencio… en ese fondo donde habita Dios. Pues como dice Lafrance:
Algunos han entendido las palabras de Jesús;
pero, muy pocos han entendido su silencio.