Esta atípica Navidad, á la que hemos bautizado de atípica, -pero en la que Dios ha nacido y ha venido a nosotros lo mismo que siempre- ha terminado. Volvemos a lo cotidiano, pero lo cotidiano de este momento, es seguir viviendo en la imprecisión que nos acompañaba antes de que llegase. Y con este final de la Navidad, quiero añadir a la temática que os venía compartiendo, otra realidad que nos acompaña.
Sé bien que, a estas alturas todos sabéis que, el Papa Francisco ha querido dedicar este año a San José y, precisamente, quiero que sea S. José, el que acompañe nuestra oración, durante este año.
No era de extrañar que, el Papa tomase esta decisión dado el gran cariño que le tiene. Pero además de eso, todos hemos comprobado que, la línea del Papa Francisco va siempre por la gente sencilla, trabajadora; por la que no destaca en nada, por la que se santifica haciendo bien su trabajo, por la que sabe dar sin pedir compensaciones, por la que tiene siempre las manos tendidas para servir… por esos que, –como él los llama- son los santos de la puerta de al lado- y… ¿quién cumple mejor esos requisitos que S. José?
Por eso, al cumplirse el 150 aniversario de la declaración de San José, como Patrono de la Iglesia Universal, el Papa ha querido dedicarle –muy merecidamente- este año. Un año que, comenzó el 8 de diciembre de 2020 y terminará el 8 de diciembre de 2021”
MOMENTO DE ORACIÓN
Llegamos al momento de oración. Dejamos lo que estamos haciendo. Hacemos silencio, nos serenamos… dejamos a un lado todo eso que nos preocupa… respiramos profundamente… Tomamos conciencia de que estamos ante el Dios de la vida… y llenos de paz comenzamos la oración.
SAN JOSÉ, UN HOMBRE QUE VIVE DE SU TRABAJO
De S. José, hablan poco los evangelios. Pero lo primero que sabemos de él –antes, incluso, de su compromiso con María- es que, era un hombre trabajador; vivía de su trabajo. Un trabajo normal. Él no era jefe, ni tenía un despacho deslumbrante, ni un cargo que le proporcionara suculentos beneficios… pero él, era un trabajador, un obrero que tenía los ojos puestos en Dios y con sus manos y unas rudimentarias herramientas, hacía extraordinario lo que parecía ordinario.
Nosotros también teníamos un trabajo y pensábamos que después de Navidad volveríamos a él. Pero, todo esto se ha trastocado. Vivimos un momento en que, la incertidumbre del trabajo nos amenaza y el número de parados sube constantemente.
Por eso creo que, quizá sea este, el momento oportuno para acercarnos a San José y pedirle que nos ayude en este difícil trance. Y que nos recuerde que, por mucho que el trabajo fracase, no podemos quedarnos parados. Tenemos la responsabilidad de colaborar en cualquier tipo de tarea que ayude a salir de esta pandemia; que ayude a mejorar la vida de los demás, que ayude a encontrar otras alternativas, nuevos tipos de trabajo… y que ayude, en definitiva, a transformar el mundo.
- Y yo ¿qué personas conozco que están ayudando altruistamente a los demás?
- ¿Valoro su trabajo y su donación desinteresada?
- ¿Me está haciendo ver, todo esto, la importancia de la gente normal que, lejos del protagonismo, infunden paciencia y esperanza compartiendo con los desfavorecidos los dones que, Dios ha depositado en ellos?
EL TRABAJO, UN COMPROMISO
- José se da cuenta de que, al mundo del trabajo, hay que ir a algo más que a trabajar. Se da cuenta de que, al mundo del trabajo hay que ir a ilusionar, a dar impulso, a ofrecer lo que para nosotros es el motor de nuestra vida: Dios.
Y yo creo que, precisamente esto es lo que nos está fallando. No sólo nos ha fallado el trabajo que teníamos, sino el compromiso de mejorar a los demás por medio de él. Por eso me parece que, estamos es un momento clave para evaluar lo que poseíamos; para examinar nuestros objetivos; para ver… si lo que, en realidad buscábamos a través –del trabajo- era la productividad, o era mejorar la creación… Creo que, es el momento de darnos cuenta de que, lo que en realidad nos fallaba era la vida interior que tenía S. José, pues esa vida de dentro era la que, precisamente, le daba ese dinamismo hacia los demás, ese ofrecer su maestría desde la gratuidad, ese reflejar -en lo que hacía- el rostro de Dios.
- Y yo ¿cómo valoro mi trabajo?
- ¿Qué busco a través de él?
- ¿Cómo hago mi trabajo?
EL TRABAJO, QUE DIGNIFICA
Necesitamos tener presente, que hay otra clase de trabajo. Que, no sólo existe el trabajo que nos produce unos beneficios para poder vivir como nos gusta; que hay otro trabajo que, sirve para alimentar y nutrir a la persona por dentro y es, el trabajo que dignifica y hace crecer.
Es, ese trabajo que, nos lleva a cuidar y cultivar las semillas que Dios ha depositado en nuestro corazón. La semilla de la fe, de la confianza, de la bondad, del servicio, del amor… Un trabajo que, nos induce a solidarizarnos con los que sufren por falta de empleo, por salarios bajos, por falta de cultura, formación, por falta de principios religiosos…
El trabajo, ha de ser también, un medio de santificación; ofreciendo con amor, a los demás, todo eso que hacemos.
Para ello, busquemos a Dios como compañero de trabajo. Os aseguro que, nunca comprenderemos debidamente, lo que cada uno somos capaces de hacer, cuando dejamos que Dios lleve las riendas de nuestra tarea.
- Y yo ¿me solidarizo con las personas que han perdido su trabajo?
- ¿Me dignifica el trabajo que hago?
- ¿He pensado qué, puede ser –para mí- un medio de santificación?
Para terminar, diremos al Señor:
Señor, Dame la gracia de apreciar mi trabajo.
Dame la gracia, de verlo como un don y no, como una carga.
Haz que me dé cuenta de que, con lo que hago
puedo hacer mucho bien, o mucho mal,
puedo crear o destruir,
puedo amar a los demás o puedo molestarlos,
puedo hacer que, los demás sean felices o desdichados.
Por eso, me pongo en tus manos, Señor,
no permitas que, lo haga mal,
ni que nadie sufra por lo que hago.
Dame: fortaleza, paciencia, perseverancia…
dame… el coraje necesario para poder hacer mi tarea,
como Tú quieres que la haga.