En el proyecto de evangelización que se está trabajando en la Archidiócesis de Madrid –como los que se estén trabajando en cualquier otro sitio-, uno de los primeros temas propuestos fue el de las Tentaciones, contexto que nos presenta la liturgia en el primer domingo de cuaresma. Y es que todos sabemos que si Jesús pasó por ellas, nosotros no podemos eludir el ser tentados.
Es, cuanto menos sorprendente, el que Jesús, termine de ser ungido Hijo de Dios en el Bautismo- en el que se le proclama Hijo Predilecto- y sea precisamente en ese momento en el que Jesús es sometido a la prueba en cuanto Hijo de Dios.
Pero esto no es nada nuevo. El libro del Eclesiástico, en el capítulo dos, ya nos lo dice así: “Hijo, si te decides a servir al Señor, prepara tu alma para la prueba…”
Jesús, comienza la misión que tiene encomendada y lo primero que encuentra es la prueba.
“No seas tonto, no te calles, diles quién eres, deja a todos boquiabiertos…” ¡Cómo nos hubiera gustado a nosotros un Dios así! ¡A lo grande…!
Sin embargo, Jesús, es fiel a la misión que ha recibido. Y vemos que mientras el pueblo de Israel ha ofendido gravemente a Dios intentando tentarlo, obligándole a hacer un milagro. Jesús se opone a ello quedando demostrado que, mientras Israel cae en el pecado, Jesús permanece fiel.
Esta es la gran lección para un cualquier evangelizador, la fidelidad de Jesús a Dios ante cualquier tentación.
Fijaos qué importante, para un evangelizador, el tema de la fidelidad. La queja, la murmuración, el descrédito… son frutos de la desconfianza y el evangelizador ha de ser persona que confía.
Sin embargo cuántas veces nos pasa esto a nosotros: tenemos que hacer una tarea y no es precisamente lo que más nos apetece; o aparece esa persona que siempre viene a fastidiar… y nos sentimos molestos, la desconfianza hacia los demás aparece en nuestro fondo, estamos siendo como ese pueblo que murmuraba contra Moisés, aunque en realidad, de quien de verdad desconfiaban, no era de Moisés sino de Dios –lo mismo que nosotros-.
Aquí aparece la grandeza de Jesús. Él venció las tentaciones para que nosotros no tengamos que quedarnos estancados en nuestra queja, sino que podamos acudir a Él para que vuelva a vencer en nosotros la tentación, una y otra vez.
Pero Jesús, no busca ser tentado, la tentación le llega -lo mismo que a nosotros- cuando menos la espera, por lo que nos conviene tener claras una serie de premisas antes de enfrentarnos a ella.
- La tentación no es mala, lo malo es caer en ella.
Nada de lo que nos circunda es malo, si fuera malo Dios no lo habría creado, las cosas no son malas nosotros con nuestra actitud las hacemos buenas o malas.
Convertir las piedras en pan ¿es malo? ¡No! Si hubiera sido malo no habría realizado la multiplicación de los panes.
¿Entonces dónde está lo malo? En que Jesús hubiera querido mostrar que era Dios antes de haber llegado La Hora.
¿Qué es por tanto lo que nosotros tenemos que hacer ante todo esto? Descubrir las tentaciones que nos circundan para andar con cuidado de caer en ellas.
Es verdad que hay tentaciones que conectan con el mal, pero esas son más fáciles de descubrir. Sin embargo, las tentaciones de Jesús no tienen una raíz pecaminosa, pues convertir las piedras en pan hubiera sido sorprendente. Pero en estas tentaciones -que se le presentan a Jesús-, hay algo que debe alertarnos; ellas aparecen cuando Jesús está desprotegido, cuando la fe, la esperanza y el amor podían comenzar a oscurecerse porque el hambre y la soledad comenzaban a hacer mella en Él.
Cuando la fe, la esperanza y el amor empiezan a oscurecerse en nuestro fondo, cuando se van desvaneciendo, cuando las vamos perdiendo y, a veces -hasta sin darnos cuenta-, nos vamos alejando de Dios, vamos entrando en lo fácil y nos vamos predisponiendo para caer en la tentación. ¡Va, total, tampoco es tan malo! ¡Total, todos lo hacen! Total… si ese que parecía bueno lo hizo… ¡aunque lo haga yo! Y vamos cediendo, cediendo…
Y así se le presenta la tentación a Jesús, con razones aparentemente buenas: apariencia de bien –tentación de los que nos decimos seguidores de Jesús
Porque esa es nuestra mayor tentación: poseer y dominar para evangelizar, que la iglesia sea rica para que los demás nos sigan, para que conozcan lo qué es la iglesia... -Cuánto más poseamos, más sepamos y más dominemos… mejor evangelizaremos y a más llegaremos- Pero fijaos, Jesús entiende que no es eso lo que quiere el Padre. Y, ciertamente, mirándolo desde fuera, puede parecer lo razonable, no parece nada malo… ¡es verdad! Pero no es evangélico porque le falta amor.
Y Jesús tenía que ser =Semejante a sus hermanos=
Por eso hemos de tener en cuenta, que estas tentaciones de Jesús relacionadas con el poder, con la soberbia y con creerse un dios, son tentaciones muy actuales en nosotros y en nuestra Iglesia. El diablo sabía muy bien cuales iban a ser los puntos flacos de los seguidores de Jesús.
Pero hay un segundo epígrafe en el evangelio de las tentaciones. Jesús es llevado al desierto. Y ¿por qué? Porque es más fácil caer en la tentación cuando la persona está sola, cuando está desamparada.
Sin embargo, aunque el desierto es el lugar de la prueba, también es el lugar de encuentra con Dios.
Por eso sería bueno que, de vez en cuando, visitásemos el desierto. ¿O acaso no necesitamos el silencio, el sosiego y la paz? ¿Acaso no necesitamos estar en un sitio que nos aparte de los ruidos de la vida cotidiana, de esos ruidos que nos alejan de nuestro interior y de la misma voz de Dios?
Un evangelizador, además de entrar en el desierto, tiene que tener muy claro que hay en él. Porque hay:
- Desiertos planificados que, además de hacernos bien, puede gustarnos entrar en ellos, como pueden ser: unos ejercicios espirituales, irnos a algún país de misión para ver otras realidades, acudir aunque -sea de una manera más breve- a unas charlas cuaresmales…
- Pero hay otro desiertos de los que nadie habla:
Los desiertos impuestos para algunos. Un desierto, que sí parece ser construido por el mismísimo demonio: un desierto que nace de la discriminación, del rechazo, de la expulsión, del fanatismo, del rencor… de tantos y tantos comportamientos excluyentes que los humanos vamos aprendido a lo largo de la Historia para separar a los que no nos gustan, a los que no piensan como nosotros, a los que son diferentes, a los que consideramos inferiores…
Y pasamos por ello sin querer ver que, ese desierto está lleno de dolor. De gente abandonada que no encuentra quien le ayude.
De ahí que, el evangelizador, ha de convertirse en esa persona fuerte, de piel curtida y superación en el cansancio, capaz –no sólo de cruzar el desierto- sino de ayudar a otros a cruzarlo con él; capaz de no quedarse instalado en ese lugar inhóspito sino de salir de él y ayudar a salir a los demás. Y ¿cómo? Pues:
Teniendo al Evangelio como plano de ruta, como GPS. Y a Jesús: como guía, como faro, como Luz… Sabiendo que Él será nuestro oasis cuando, en un momento inesperado, aparezca la sed.
Porque Jesús, es el camino y la verdad y la vida. Y justo, estas son las tres cosas que necesitamos para alcanzar nuestro objetivo.