El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo…” (Mateo 13, 44)

Antes de pasar adelante me ha parecido oportuno situarnos ante nuestra realidad, darnos cuenta de ese Tesoro que se nos ha entregado. Tomar conciencia de que somos portadores de -esa Joya-, inmensamente valiosa, que se nos ha dado para regalarla y compartirla. Y sobre todo, para descubrir, que ese Tesoro es el mismo Cristo, ofrecido como -La Buena Noticia- la mejor noticia que el mundo jamás conocerá.

Y me ha parecido oportuno hacerlo así, porque en este tiempo tan lleno de actividad y activismo, resulta difícil encontrar un momento para preguntarnos:

  • Qué Tesoro poseemos.
  • Si es el auténtico el que ofrecemos.
  • En nombre de quién lo ofrecemos.
  • Y si, realmente es a Cristo a quién mostramos…

Pues quizá nos falte aquilatar todo eso para llegar a lo que pretendemos hacer. De ahí que hoy os invite a profundizar un poco más sobre este aspecto.

Al ponerme ante la realidad veía que, como en todo lo de Dios, siempre hay dos vertientes; y la persona -desde esa libertad que Dios le ha regalado- tiene que escoger una de ellas.

Así nos encontraremos evangelizadores que han encontrado el Tesoro escondido del que habla el evangelio, pero también otros que siguen buscando esa Perla preciosa de la que también nos habla. Lo que ya no tengo tan claro es que, unos y otros tengamos una experiencia de encuentro con el Tesoro y la Perla –que es el mismo Dios- y si no se tiene esa experiencia, lo del Tesoro y la Perla queda devaluado y el Tesoro escondido en el campo –o sea Cristo- relegado a un lugar secundario.

Por tanto, esta realidad nos alerta de que, este encuentro con el Tesoro y la Perla, se puede dar de muchas maneras: se puede dar, incluso sin proponérnoslo y sin buscarlo -porque Él se hace el encontradizo en el camino de la vida-. Pero también se puede dar, buscando sin cesar el preciado bien.

Quedando demostrado que, si en el artículo anterior veíamos a grandes santos a los que Jesús había salido a su encuentro, en este vemos la figura de María en su impresionante caminar para encontrar a su hijo perdido cuando iban en peregrinación –por Pascua- al Templo de Jerusalén.

Y esta experiencia de María buscando sin desfallecer a su hijo, tiene que ser la experiencia de fe del creyente y sobre todo la del evangelizador: aprender a dejar las rutinas que tenemos, con ese Dios al que nos hemos acostumbrado -para aprender a contemplarle- a fin de entrar en todo lo que hay en Él, de nuevo y sorprendente.

Por tanto, como oí decir en una ocasión a un jesuita: “Lo que María aprende en esa experiencia -del Niño perdido- es que, un Dios al que podemos perder, es un Dios al que hay que cuidar” ¡Qué gran lección para los que poseemos o buscamos el Tesoro y la Perla!

Pero hay algo precioso en estos versículos del evangelio de Mateo -que posiblemente hayamos pasado por alto- y es, la actitud que tiene el hombre que encuentra el Tesoro. Nos dice que lo vuelve a esconder y ¿por qué? Lo más normal es creer, que era para que no se quitasen. Sin embargo, hay en ello algo mucho más profundo. ¡Es fantástico! Cuando se da cuenta de la grandeza y la maravilla que posee lo encontrado, cuando percibe lo significativo que va a ser para su vida –lo esconde- y lo hace porque necesita asimilar lo sucedido; necesita hacer un tiempo de silencio, necesita hacer suyo lo encontrado… No es que sea una actitud de egoísmo, de no querer compartirlo con los demás, ¡no! Pues todos sabemos que el amor siempre es generoso y ese Tesoro que ha encontrado -lleva implícito el Amor de Dios- por lo que debe de ser contemplado, asimilado, puesto en oración… Pues es necesario dar tiempo “para –como dice el texto- vender todo lo que se posee y poder comprarlo” o lo que es lo mismo, es necesario dar tiempo, para ir relativizando todo lo que nos esclaviza. Más, ¡cómo entender esto en el mundo de la competitividad! ¡Cómo entrar en la lógica de Dios! ¡Cómo entender el hacer, el pensar y el elegir de Dios!

Ahí lo tenemos, ¡Tanta gente buscando algo más grande y mejor en su vida, sin ser capaces de ver que todo eso está en el Evangelio de Jesucristo! ¡Cuánta gente buscando a Dios, en medio de oscuridades que son las que le ocultan la hermosura de la perla, que es el mismo Cristo! Esta es nuestra tarea, no podemos escatimar esfuerzos, tenemos que llevar el Tesoro y la Perla a tanta gente ávida del encuentro con el Señor y que no tienen a nadie que se lo muestre.

Miremos al Señor, contemplémosle, Él tiene la respuesta, Él es la respuesta.

Cuando todo estaba sin contaminar en el principio de los tiempos, nos dice el libro del Génesis que Dios creó al ser humano y cuando lo vio ante Él, cuando contempló ese tesoro que Él mismo había creado, nos dice el autor estas admirables palabras “Y vio Dios que era muy bueno

Dios, había elaborado su Tesoro, su Perla y quiso que su tesoro fuera perfecto, que viviera en plenitud, que no tuviese ningún defecto, ningún fallo… pero llegó la condición humana y lo estropeó todo. Pasó el tiempo y cada vez, el ser humano fallaba más a su creador, cada vez le ofendía más… sin embargo Dios enamorado de su tesoro no duda en mandar a su hijo, a su único Hijo al mundo, para rescatarlo. Y lo hace entregando su vida para recuperar su “gran tesoro”

Ahora solamente cabe ya que nos preguntemos: y si Dios ha hecho eso por nosotros ¿qué debemos hacer nosotros por ese Tesoro que hemos encontrado y que es el que dio su vida a cambio de la nuestra?

Después de haber descubierto todo esto, no tenemos más opciones que la de hacer silencio y preguntarnos:

Si, realmente, Dios es mi Tesoro,

¿tengo puesto, ciertamente, en Él mi corazón?

 

 

Foto por N. en Unsplash