Hoy es domingo de Ramos y este año quiero levantar mi ramo con más fuerza que nunca. Quiero que, el Señor note, que es para Él.

Y lo voy a hacer, grande muy grande, e inundado de hojas. En ellas quiero poner nombres… nombres hasta donde llegue el mundo. Quiero poner rostros. Rostros preocupados, inquietos, tristes, traspasados por el dolor… rostros que lleven marcadas las huellas de la tragedia humana. Pero también quiero poner rostros de tolerancia, de aguante, de espera, de sosiego, de aceptación, de gozo… Rostros de vidas sesgadas a las que un diminuto virus no les ha dejado seguir viviendo… Y rostros y nombres de personas altruistas que: han ayudado, han rezado, han llorado, han corrido, han hecho mil llamadas de información; han hecho un canto a la vida, a la esperanza, a la donación, a la ofrenda… y han sido capaces de sacar, en muchas ocasiones vida de la misma muerte.

Y quiero ponerlo alto, muy alto; para que interrogue a cuantos puedan verlo, para que nos recuerde lo poco que somos, para que nos enseñe que la vida es otra cosa, para que nos alerte de que las cosas importantes de la vida llegan en el momento menos esperado… y para que nos incite, a hacer un gran esfuerzo por aprender esta lección imprevista. Después lo apretaré con fuerza contra mi corazón, para que mi amor y el de Dios lleguen a todos. Será un ramo que permanecerá colgado, para que nos recuerde lo que hemos pasado y nos grite que nosotros no somos los dueños de la tierra.

Pero también con la seguridad de que, este ramo arderá en el fuego de la Vigilia Pascual, para convertirse en luz que encienda el Cirio y en él, cada vela que, con luz esté dispuesta a iluminar las tinieblas de este mundo que permanece oscurecido… para que nos demos cuenta de que, ese fuego es capaz de calcinar con su calor, cualquier forma de deterioro, haciendo resurgir  de ello la Resurrección que todo lo sublima.