De pronto un accidente segó la vida de un joven.

Su padre –una persona creyente- lleno de dolor, fue a pedir cuentas a Dios.

Al llegar a su presencia le dijo: Señor ¿no te has dado cuenta de que, mi hijo único, ha muerto?

El Señor le contestó: conozco tu dolor, el mío también murió.

Entonces, aquel hombre le dijo con más fuerza: Sí, pero tu hijo ha resucitado.

Y Dios… lleno de bondad y misericordia, le contestó: Y el tuyo también.

 

Entonces yo pensé, ¿cuántas personas de las que, celebrarán el día de los difuntos, o de las que asisten a un velatorio, o a un funeral… creen, realmente, que la persona por la que están rezando, está viva?

En ese momento, comencé a pensar cómo hacérselo ver y, aunque reconozco la dificultad, creo que se podría ir por este camino.

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El año pasado, murió una persona muy apreciada por nosotros. Era una persona humilde todos la querían.

Era muy mayor, ya no tenía familia íntima. Estaba soltera y sus padres y hermanos habían muerto.

Como es lógico, fuimos a acompañarla en su entierro y en la misa funeral aparecieron varios jovencitos, que me imagino serían sobrinos o hijos de algún primo, los cuales estaban allí porque la querrían, pero los pobres no sabían ni por qué estaban, ni entendían nada de lo que allí se hacía; ¡pero estaban!

Entonces vinieron a mi mente, tantos velatorios, tantos funerales… a los que asisten un gran número de personas, de las que muchas de ellas, ni saben contestar al sacerdote, ni se integran en la celebración, ni piensan nunca en Dios… ¡pero están! Y están porque quieren al difunto, porque son de su familia, porque son amigos. Y asisten, porque son buena gente, pero no saben nada de Dios porque nadie les habla de Él, viven en este mundo paganizado donde el hablar de Dios es signo de ser un retrógrado.

Sin embargo, algo me inquietaba ¿qué les estaría diciendo a ellos todo eso que estaban viviendo en esa Eucaristía? ¿Qué pensarían de los que estábamos allí, porque queríamos estar? ¿Sabrían que, en el año, hay un día dedicado a los fieles difuntos? El sacerdote que -la conocía- celebró una eucaristía muy bonita y compartió una buena homilía, pero ¿tocaría todo eso su corazón? ¿Qué mensaje les llegaría de aquello? ¿Saldrían igual que entraron, pensando durante todo el tiempo si eso acabaría pronto?

Entonces me parecía que, tanto en los velatorios, como en los funerales o, como cuando tratamos el tema de los difuntos, deberíamos hacer protagonista a la persona que nos había convocado –al difunto- padre, madre, hijo, hermano, amigo… y poner en nuestros labios lo que él querría decir a los suyos en ese momento, de lo que supuso para él cruzar la PUERTA. Incluso, aunque el fallecido fuese una persona que no creyese o que no fuese nunca a la iglesia.

Y, es posible que, esta persona a la que amamos inmensamente, a la que queremos o, simplemente, con la que hemos compartido –de alguna manera- nuestra vida, nos dijese algo que nunca hubiésemos esperado escuchar.

 

Con esta oración, quiero unirme al dolor de cuantos han perdido a sus seres queridos últimamente, en especial a los que han muerto –inesperadamente- por el Covid. Quiero, sentir con ellos, el dolor que supone haber tenido que hacerlo solos y sin el calor de los que amaban. Sin olvidar a tantas familias desoladas, que no han podido estar al lado de, los que siguen viviendo en su corazón, en ese trance difícil por el que todos pasaremos. Es a ellos precisamente, a los que quiero dedicársela.

 

               MOMENTO DE ORACIÓN

Estamos en el día de difuntos y, como todos los años –en este día- queremos rezar por ellos. Ponerlos en manos del Señor, para que los acoja en su seno.

Pero este año me planteaba la posibilidad de que, esta oración fuese distinta a la de otros años, por lo que he pensado que sería bueno escuchar, lo que ellos querrían decirnos.

Así… percibimos que nos dicen:

No podéis imaginaros lo que supone cruzar la puerta que separa la vida y la muerte. ¡Con el miedo que da cruzarla y la grandeza que encuentras al hacerlo!

Lo primero que encuentras al otro lado es un mundo lleno de luz. Un mundo donde nadie te apunta con el dedo, donde eres tú mismo el que descubres los fallos que llevas en el alma; las heridas que traes sin sanar; los errores que cometiste, creyendo que estabas en lo cierto y las bondades que regalaste, incluso a veces, sin ser consciente de que lo hacías.

  • Paramos un momento. ¿Qué significa para mí cruzar la puerta?
  • ¿Cómo percibo a los que están ya, al otro lado?
  • ¿Me acuerdo, cada día, de pedir a Dios por ellos?

 

Al llegar aquí, descubres un mundo impresionante e imprevisible; un mundo que nunca hubieras podido imaginar.

Un mundo donde no tienes que aparentar, porque solamente vale lo que eres.

Un mundo en el que, lo que tenías deja de tener importancia; aquí solamente tiene valor lo que diste.

Un mundo, donde no cuentan los hoteles, ni los restaurantes, ni los viajes que hiciste… porque aquí solamente cuenta el pedazo de pan que compartiste o el vaso de agua que diste, por amor, al que tenía sed.

Un mundo en el que los ciegos ven, los mudos hablan, los cojos andan… y pronto te das cuenta de que, has dejado tu pequeño río para entrar en un océano inmenso.

  • ¿Me había planteado yo, alguna vez, un mundo así?
  • Ahora que aparece ante mí está realidad ¿cómo percibo a los que han cruzado ya la puerta?
  • ¿Ha cambiado mi manera de pedir a Dios por ellos?

 

Es en ese momento, cuando llega lo más maravilloso que la persona pueda imaginar. Entonces, aparece el Padre. Ese Dios bueno en el que te habías abandonado, o en el que no creías; ese Dios que, sin reprocharte nada se funde contigo en un abrazo de amor. Y entonces… te das cuenta de que tu corazón desea, con fuerza, fundirse en amor con ese Padre bueno. Y no hay nadie que tenga que decirte lo que tienes que hacer. De repente, has entendido todo y sólo cuenta, el ansia que tengas de gozar de esa dicha.

  • ¿Tengo yo ansias de fundirme en el abrazo, con ese Padre Bueno, que me esperará al otro lado de la puerta?
  • ¿Cómo me imagino yo que, habrá sido el abrazo que, Dios les habrá dado a los que llegaron –prematuramente- después de haber sufrido tanto por el Covid?

 

Creéroslo de verdad, no son palabras bonitas, yo lo he experimentado –nos dice el difunto- padre, madre, hijo, amigo…. ¿Acaso porque alguien crea que el sol no volverá a salir, dejará de hacerlo?

La palabra de Dios nunca miente y ella nos dice “Ni ojo vio, ni oído oyó, ni criatura alguna puede suponer lo que Dios tiene preparado para los que le aman”  (1 Corintios 2, 9 – 10)

  • ¿Me llenan de gozo estas palabras de la carta a los Corintios?
  • Paso un rato, dejando que mi corazón se llene, del gozo de saber lo que Dios tiene preparado, para los que tanto ama.

 

Por eso quiero deciros, en este momento,  no creáis que llegaréis aquí  como si no hubiese pasado nada. Porque sí habrá pasado algo. Al llegar aquí conoceréis a un Dios que ama, a un Dios que perdona, un Dios… que siempre se ha implicado en vuestra vida, aunque vosotros no hayáis querido aceptarlo… Un Dios que, lo único que quería era que fueseis felices.

  • ¿He descubierto yo, alguna vez, a este Dios en mi vida?
  • ¿He dejado a Dios que se implicara en ella?

 

No olvidéis lo que estáis escuchando. No olvides lo que os dice alguien que ya lo ha descubierto y que quiere compartirlo con todos los que tanto ha amado, para que salgan de su equivocación.

Plantearos en serio todo esto, porque os afecta de forma directa. No banalicéis algo de tanta trascendencia, ya que en ello está en juego la Vida, la verdadera Vida y eso nos atañe de verdad.

Pensad que morir significa haber vivido. Y aceptar la vida es aceptar la muerte.

  • ¿He pensado yo esto alguna vez?
  • Pienso, alguna vez ¿que en mi manera de vivir, está en juego la verdadera Vida?

 

Ahora dejad los pensamientos negativos, esos que os inquietan y os dañan. Recordad solamente el amor que nos dimos. Y escuchad lo que os digo:

          Siempre estaré a vuestro lado. Os amo. No perdáis el tiempo preparando el equipaje, aquí solamente se trae lo que se ha sembrado en la tierra, lo que se ha compartido con los demás y las marcas que dejaron nuestras huellas.

 

Por eso, cuando esté en tu presencia, Señor,

Déjame mirarte, largo rato, cara a cara

hasta que me haya fundido en tu mirada.

 

Y cuando caiga ante tus plantas de rodillas
déjame llorar pegado a tus heridas.
Y que pase mucho tiempo y que nadie me lo impida.
Pues he esperado este momento…
toda mi vida.
            (Palabras sacadas de la canción Cara a Cara)