Todavía sentimos la grandeza vivida la semana pasada, en la que nos rendíamos en adoración, ante la inmensidad de Dios; cuando ese Dios, inconmensurable, decide estar siempre con nosotros –en nuestro centro- y es que, nos ama tanto, que no duda en ofrecernos lo máximo que tiene: La vida.
Por eso ante, un gesto tan inusual, de amor verdadero; la Iglesia decide dedicar, este día, a celebrar el hecho, de mayor magnitud, para la vida humana. Y lo hace con la festividad del Corpus Christi.
Estamos, por tanto invitados a compartir el pan y el vino que, en la consagración, se convertirán en Cuerpo y Sangre del mismo Cristo. Hecho que, de nuevo, se halla implícito la Secuencia de Pentecostés.

“Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo;
doma al espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero…

ACOGIENDO LOS DONES DEL SEÑOR

Cuando alguien nos hace un regalo nos sentimos inmensamente dichosos; pero cuando alguien se nos da por entero, lo queramos o no, quedamos un poco desbordados.
Vivimos en una sociedad donde todo se compra y se vende, donde a todo se le pone un precio. Y si alguien generosamente nos regala algo, más valioso de lo normal, andamos con cuidado porque quizá quiera cobrar un precio demasiado alto.
En un mundo así imposible comprender el DON de Dios, imposible asimilar la Eucaristía.

La Eucaristía es dar y recibir, la Eucaristía es compartir y el problema de compartir es que exige compromiso; una condición de la que, en más o menos medida huimos todos un poco.
Por eso en esta mañana os invitaría a preguntarnos:
• Y yo ¿de verdad me quiero comprometer con el Señor?

Lo vemos, en la misma Iglesia; se pide una persona para hacer un servicio determinado y, normalmente la gente se presta a ello; pero se pide una continuidad y todo el mundo huye; nadie quiere compromisos y muchos menos si son para un periodo largo de tiempo.

Con esa actitud imposible entender la Eucaristía. La Eucaristía lleva sellado el signo y el compromiso. El cáliz que presidió la Cena, y que se ofreció como bebida de salvación, es el mismo vivido por Cristo cuando dice al Padre “aparta de mí este Cáliz”. Por eso, necesitamos acoger muy dentro, que celebrar la Eucaristía, no es hacer unos gestos más o menos significativos, sino comprometernos con el Señor, poniendo en sus manos nuestra vida.

Pero esta experiencia es personal; de ahí que, cuando recibo a Cristo, me hago uno con Él en mi carne, en mi sangre, y me estoy comprometiendo con el Señor en la historia de salvación que Él había proyectado, para el ser humano, desde siempre.

Por tanto, estamos ante una nueva oportunidad de:
– Reconocer el amor que anida en nuestro corazón…
– Renovarlo, haciéndolo fuerte, sincero, verdadero, pleno…
– De hacer que, ese amor de sentido a nuestra vida, llevándonos a una donación total…
– Y de lograrás que nuestras, Eucaristías, sean un compromiso fuerte con el Señor.

“RIEGA LA TIERRA EN SEQUÍA”

El Señor, para quedarse en medio de nosotros quiso elegir algo tan cotidiano como el pan y vino; sin embargo, para que las dos semillas germinen es necesaria el agua. ¿Cómo nacer el trigo en una tierra cuarteada? ¿Cómo crecer la cepa en tierra seca?

Pero hay otra sequía, no menos significativa, es la sequía del alma. ¡Qué poco nos ocupamos de ella! ¡Qué poco nos preocupa! Es revelador que, no se hable de ella en las noticias, pero es todavía más significativo que lo pasemos por alto las personas que intentamos vivir en el seno de la misma iglesia.

Sin embargo la Secuencia sí lo tiene presente. Las palabras que siguen así nos lo indican: “Sana el corazón enfermo”
No puede haber vida donde hay sequía y como nosotros, nos hemos negado a recibir el agua de la gracia, ha enfermado nuestro interior y ¡Hay tantas enfermedades acumuladas en nuestro corazón!

El desamor se está instalando en nuestra vida, sin casi darnos cuenta de ello, y si no somos conscientes, difícilmente vamos a hacer nada para remediarlo. A muchas personas se les ha olvidado que existe el Sacramente de la Reconciliación y que es algo importante recibir al Señor dignamente.

Sé bien que no comulgamos porque somos buenos, sino porque somos pobres y necesitamos de Dios, pero también sé que el Sacramente de la Reconciliación es, como el paso previo al encuentro. Cuando vamos a encontrarnos con alguien relevante, cuidamos nuestro aspecto, nuestra manera de comportarnos, nuestra pulcritud… y resulta que para recibir al Único importante, al más importante, ni siquiera nos planteamos estas cosas.

Creo que, este es un momento significativo para recurrir, de nuevo, a la Secuencia de Pentecostés, Ella, es un discurrir de la sanación de Dios. Pero, para ser sanado, primero hay que reconocerse necesitado de ello; y nosotros, en este momento, nos reconocemos enfermos, pobres, carentes de amor y necesitados de sanación.

Toda la sociedad necesita ser sanada. Por eso nuestra oración va a ser, una oración en plural, para que en ella entren todos los seres humanos; así lo hizo, el mismo Jesús, cuando subió a la Cruz para salvarnos a todos, sin excepción. Por eso, en primer lugar, pondremos a esas personas que, nunca rezarán con la Secuencia: porque no la conocen, porque nadie les ha hablado de ella, incluso por aquellos que, conociéndola la desprecian.

Por tanto, tomaremos conciencia de que vamos a entrar en el fondo, de la Secuencia, con una actitud de perdón y vamos a dejarnos llevar por, ese hilo conductor de súplica, que nos muestra. Vamos a silenciar nuestro interior y a pedir con humildad:

Señor:

  • Mándanos tu Luz. Nuestros ojos están enfermos de tanto mirar, pero Tú sabes bien que no son capaces de ver.
    Se han acostumbrado a las luces, que ciegan sin alumbrar, pero que son capaces de impedir que miremos al astro rey, a “nuestro Sol”
    Por eso necesitamos tu Luz. Esa Luz capaz de mostrarnos nuestra indiferencia, de sofocar nuestra tiniebla y de mostrarnos el Camino. Esa luz que guíe nuestros pasos por el sendero del bien.
  • Haz que llegue a nosotros ese viento impetuoso que sacudió a los Apóstoles en el Cenáculo. Ese viento que quita los miedos y hace saltar del cómodo refugio, para salir con energía, a comunicar la Buena noticia de la Salvación. Sin embargo ayúdanos a encontrarte, en la brisa suave de la interioridad. Que, como el profeta Elías, nos lleve a la gracia del contagio, de la sintonía contigo para emprender una búsqueda apasionada.
  • Inunda, nuestro corazón, de esa: fuerza y atrevimiento capaces de, disolver el hielo de la indiferencia, que anida en nuestro interior. Calienta nuestra existencia y líbrala de la frialdad con que vivimos las cosas de Dios.
  • Abrasa, de amor nuestra, alma para que sea capaz de olvidarse de sí misma porque, de verdad le importan los otros. Haz que sepamos llorar con los que lloran y llevar cerca un pañuelo para enjugar sus lágrimas.
  • Mándanos, Señor, ese torrente de agua, de Tú Agua Viva, que nos fecunde; que llene de oasis nuestros resecos desiertos, que nos lave y nos renueve. Que nos reconforte y nos llene de alegría ante la fecundidad de nuestro renacer.
  • Y, vuelve una vez más, a llenarnos de dones. Que nunca olvidemos que, cada día Tú, por puro amor: “Creas todos los bienes, los llenas de vida, los bendices y los repartes” Ayúdanos, a hacer nosotros lo mismo, con bondad y tu gracia.
  • Sálvanos Señor, porque buscamos salvarnos y danos, una y otra vez, tu gozo eterno.