Siendo hoy la Virgen del Pilar, no podría escribir nada que no fuese dedicado a María. Pues ella, no sólo es la primera evangelizadora, sino que es la que alienta y sostiene a cualquier evangelizador.
Por otro lado, he vivido muchos años en Zaragoza y no puedo dejar de alegrarme y entrar en fiesta cuando llega esta emblemática fecha.
A mi mente vienen tantos “pilares” vividos con mis padres, -que están ya con el Señor-; la devoción que sentían a la Virgen. Mi padre era Caballero del Pilar y algunos años nos levantaba para ir a misa de Infantes a las seis de la mañana, a la que él asistía siempre.
Estuve hace poco en Zaragoza y al bajar a ver la Virgen, llegaba hasta mis ojos aquel reclinatorio donde mi padre la velaba. ¡Velar a la Virgen! ¡Me entusiasma!
Además, quiero invitaros a acercarnos a la Madre en este mes, porque Octubre es un mes que rezuma sentido mariano al conjugarse dos fiestas de la Virgen: la del Rosario el día 7 y la del Pilar el día 12.

EN ORACIÓN ANTE LA VIRGEN
Empiezo mi artículo vistiéndome, por dentro, de gala con todo Zaragoza que canta a María, diciendo con fe:
“Este pueblo que te adora,
de tu amor favor implora,
y te aclama y te bendice,
abrazado a tu pilar.
Hago extensivo mí canto a la Virgen, a toda la Hispanidad y a toda la Iglesia; pidiéndole a la Madre una bendición muy especial para todos sus hijos.

EL PILAR DE LA VIRGEN
Decía la semana pasada que, para ser un buen discípulo hay que llegar a Dios y hoy os digo que, para llegar a Dios hay que acercarse a la Madre.
Por eso ella, que conocía como nadie el papel que jugaba en la ingente tarea de la evangelización, al ver la angustia que siente el apóstol Santiago ante la imposibilidad de evangelizar España, decide alentarle aproximándose a él y al resto de sus hijos para ser: nuestro punto de referencia, nuestro sosiego, nuestra mediadora. Ella quería tener un lugar de cita y encuentro donde siempre pudiésemos encontrar su presencia; y así, cuenta la tradición, que a orillas del Ebro los ángeles nos trajeron un pilar.

La Virgen podía haber buscado una manera más majestuosa para hacerse presente, pero elige esta: -Una columna alta para invitar a todos a mirar a Dios-
Una columna firme que refleja una fe fuerte, contra la que no pueda la desconfianza, el escepticismo, ni la increencia de nuestro tiempo. Y, encima de ella, una Virgen pequeña, humilde y hermosa, cuya imagen ocupa el centro de la majestuosa Basílica, esperando a sus hijos para compartir con ellos sus añoranzas, sus proyectos, sus fracasos… Ella, con su amor de Madre, comparte angustias, dolores, gozos y esperanzas de cuantos llegamos a su altar. Ella, con su presencia callada, rezuma olor a evangelio ofrecido desde la verdad de Dios.
No dejéis hoy de silenciaros y cerrar los ojos para contemplarla. No dejéis de mirarla en silencio, de pedirle que nos dé fuerza para volver a mostrar a su Hijo, a este mundo tan falto de Dios.

En Zaragoza esto se entiendo con facilidad. Cuando te encuentras con alguien que conoces y le preguntas a dónde va, la gente responde con normalidad: “voy a ver la Virgen” porque no necesitan más. Todos saben que la Madre, con sólo mirarnos, ya ha entendido todo lo que se funde en nuestro fondo.
Por eso la gente va al Pilar a orar, aunque sea, simplemente con una mirada; pues, ¿quién mejor que la Madre puede entender el lenguaje de la mirada? ¿Quién mejor que la Madre, para enseñarnos la manera de comunicarnos con el Señor?
Si hay una oración brotada de la disponibilidad de -una pobre de Dios- es la de María. Nos lo deja plasmado en el Magníficat, en el que ella se sitúa ante su Señor, desde la libertad de un ser creyente y entregado a realizar en todo, los designios de su Señor.

La oración de María es única. Solamente una madre puede llegar al corazón del hijo de manera tan singular; por eso su oración destilaba certeza, fe, confianza… y cuando estos ingredientes se juntan, toman esa fuerza capaz de convertir la súplica, en gratuidad, siendo capaz de decir:”Engrandece mi alma al Señor”
Ella sabe que ha sido escuchada, ha sido elegida, ha sido sellada. En sus labios no hay engaño y su súplica ha subido hasta Dios. El Omnipotente ha puesto la vista en la humildad mayor de todo lo previsible y por eso todas las generaciones celebramos esas obras grandes que en su persona ha hecho la misericordia del Señor.
De ahí que, los días en los que conmemoramos una festividad de la Virgen deban de ser una invitación a mirar a María, a hablar con ella, a escuchar lo que nos dice, a interiorizar su deseo de que mejoremos nuestras vidas… y a escuchar –de nuevo- de sus labios: ¡Haced lo que Él os diga!

Por eso, ante este derroche de gracias, os invito a llegar a su presencia -en este día tan especial- para decirle:

Madre: a Ti acudimos porque queremos llegar a Jesús de tu mano.Pídele que nos dé la gracia de parecernos a Ti: recibiéndolo como tú lo recibiste, siguiéndolo como tú lo seguiste, mostrándolo como tú lo mostraste y amándolo como -sólo tú- supiste amarlo.