MARÍA PORTADORA DE FE

 

N de la R: Julia Merodio, colaboradora en esta web desde hace mas de 1 año, recibirá el premio “escritor del año Betania” el día 20 de Octubre de 2011. Felicidades Julia! Mas info en: www.betania.es

Por Julia Merodio

 

En este grandioso día quiero acercarme al Pilar de la Virgen, aunque se me haga un nudo en la garganta.

El Pilar es un sitio muy especial para mí. Allí he visto rezar a mis padres, he visto a mi padre, arrodillado, hacer vela ante la Virgen, porque era Caballero del Pilar, he visto a la gente llorar, emocionarse, cantar, suspirar… pero, sobre todo, he visto a la gente rezar.

Por eso, no puedo dejar de alegrarme, cada mes de octubre con esta fiesta tan significativa para mí y que he vivido tantas veces, cuando residía en Zaragoza.

UN MES EMINENTEMENTE MARIANO

Además de destacarse en octubre la fiesta del Pilar, octubre es un mes eminentemente mariano al conjugarse dos fiestas de la Virgen: la del Rosario y la del Pilar, cuya festividad –como todos sabéis se celebra el día 12. Y este gozo que produce, el acercarse a la Madre, quiero hacerlo extensivo a toda la Hispanidad y a toda la Iglesia, a la vez que pido a María una bendición muy especial para todos sus hijos.

Por eso hoy quiero empezar mi oración vistiéndome de gala, desde lo más profundo y con todo Aragón que entona jotas vibrantes y canta a la Virgen, confesar mí fe diciendo:

“Este pueblo que te adora, de tu amor,

favor implora,

y te aclama y te bendice,

abrazado a tu pilar”

 

ACERCARSE A LA MADRE

Para llegar a Dios hay que acercarse a la Madre. Ella lo sabía muy bien, cuando decide posarse en aquel Pilar, para ser el punto de referencia de sus hijos, su sosiego, su mediadora.

Ella quería tener un lugar de cita y encuentro donde siempre pudiésemos encontrar su presencia; y así, cuenta la tradición que, a orillas del Ebro los ángeles nos trajeron un Pilar. La Virgen podía haber buscado cualquier otra manera de hacerse presente, pero elige esta: una columna alta para invitar a todos a mirar a Dios.

Una columna firme, que refleje una fe fuerte, contra la que no pueda la desconfianza, el escepticismo, ni la increencia de nuestro tiempo. Y, encima de ese Pilar, una Virgen pequeña, humilde y hermosa. Ella está allí, en el centro de la majestuosa Basílica, esperando a sus hijos para participar de sus añoranzas, sus proyectos, sus fracasos. Ella, con su amor de Madre, comparte angustias, dolores, gozos y esperanzas de cuantos puedan llegar.

Pero al Pilar se va, sobre todo, a orar; y ¿quién mejor que la Madre para enseñarnos la manera de comunicarnos con el Señor?

 

VOY A VER LA VIRGEN

Si hay una expresión que me llegaba al alma era esta: Voy a ver la Virgen, o vengo de ver la Virgen.

Y es que la gente que dice esto, ha entendido que, si la Madre ha venido a visitar a sus hijos, ahora son ellos los que quieren visitarla y, tanto es así que, siempre ves personas caminando hacia El Pilar, -para eso-, para ver a la Virgen. No es necesario nada más. Con verla basta.

Cuando llegas a la Basílica, te conmueve observar la cantidad de miradas a la Virgen. Todos esos ojos clavados en Ella. Hay labios que no se mueven; estoy segura de que algunos de ellos ni siquiera saben rezar. Pero no importa ellos la miran en silencio; están seguros de que la Madre, siempre entiende lo que los hijos le quieren decir, aunque sus labios estén callados. María, conoce mejor que nadie, el mensaje de la mirada: esa mirada de arrepentimiento, de alegría, de dolor… y conoce también, lo que significa bajar los ojos por el llanto, por la enfermedad, por el dolor de un corazón herido… Y ahí sigue firme, esperando a cada hijo que la necesita.

Ve a verla donde te encuentres, La Madre es la misma bajo cualquier advocación. Si no te es fácil hacerlo busca una estampa de la Virgen. ¡Mírala! Aunque te parezca ridículo hacer eso en este mundo indiferente y frío. Eleva tu mirada a María. Os repito que Ella es: la Luz hermosa, el claro día, la que nos lleva por el camino del bien y nos ayuda a ser felices.

LA ORACIÓN DE MARÍA

María es la primera en poseer a Dios, en albergarlo en plenitud. Por eso, la oración de María rezumaba certeza, fe, confianza… De ahí que, si queremos encontrar una oración brotada de la disponibilidad de una “pobre de Dios” es la de María. Así nos lo deja plasmado en el Magnificat. En él la Madre se sitúa ante su Señor desde la libertad de un ser creyente y entregado a realizar, en todo, los designios de su Señor.

Y todos sabemos que, cuando estos ingredientes toman fuerza en una súplica, se convierten en gratuidad:”Engrandece mi alma al Señor”. Ella sabe que ha sido escuchada, ha sido elegida, ha sido sellada. En sus labios no hay engaño y su súplica ha subido hasta Dios.

Por eso, los días en los que, conmemoramos una festividad de la Virgen, deben ser invitaciones a mirar a María, a hablar con ella, a escuchar lo que nos dice, a interiorizar su deseo de que mejoremos nuestras vidas.

Ella es la Madre que nos entiende, nos ama, quiere lo mejor para nosotros, y sobre todo, es la que sabe de verdad lo que le gusta a su Hijo. Ella nos enseñará a corresponder al Don de Dios y a confiar en Él. Ella nos ayudará a tener limpio el corazón para escucharle.

Por eso, ante este derroche de gracias, llegamos a su presencia para decirle en silencio:

Madre: a Ti acudimos porque queremos llegar a Jesús de tu mano; pídele que nos de la gracia de parecernos a Ti: recibiéndolo como tú lo recibiste, siguiéndolo como tú  lo seguiste y amándolo como, sólo tú, supiste amarlo.

CON FLORES PARA MARÍA

Otra cosa que impresiona el día del Pilar, es la fuerza con la que cada persona se levanta. Ese día amanecíamos con ánimo renovado: había que depositar a los pies de la Virgen ese ramo de flores que, con tanto amor habíamos comprado; y, ese otro ramo de inquietudes y certezas que albergaba nuestro corazón.

Cada flor, era un mensaje callado, que la Virgen entendía de forma especial. Cada capullo, era ese propósito de seguir madurando a sus pies. Cada paso, marcado en aquella larga fila, era un suspiro de inquietud para llegar hasta la Madre. Y una vez allí: besarla.

Venerarla en aquella columna que, beso a beso se ha ido desgastando hasta formar una oquedad en la que, casi no cabe la cara. Luego hacerle llegar esa oración callada salida del corazón, llena de fe, de súplica, gratitud, perdón esperanza, amor… pero con la seguridad de que todas llegarían al corazón de la Madre.

La Basílica del Pilar se llena de gente de tal manera, que a penas puedes moverte a ningún lado. La megafonía hace que podamos seguir la Eucaristía desde donde nos encontramos, aunque no podamos, ni siquiera, ver el altar.

De pronto un eco inunda todo el templo. A nuestros oídos llega el himno a la Virgen. La gente se emociona; los rostros se llenan de lágrimas y, en cada rincón se oye con nitidez:

“Pilar Sagrado faro esplendente, rico presente de caridad; Pilar bendito, trono de gloria, tú a la victoria nos llevarás.

Cantad, cantad, himnos de honor y de alabanza. Cantad, cantad a la Virgen del Pilar”

INUNDADOS DE GOZO

Si hay algo que, ese día no puede faltar, son los cantos y cantamos porque estamos desbordados de alegría.

Tenemos a la Madre dentro del alma. A la Madre que es morada de Dios, luz hermosa, faro esplendente que ilumina nuestros corazones y los llena de amor. Pilar sagrado, columna donde se instala la Virgen y descansa nuestra confianza en Dios.

¡Cómo lo experimentó, el Apóstol Santiago, cuando en un determinado momento de su predicación se siente cansado, sin fuerzas para seguir! Él desea pararse, detenerse, instalarse… le cuesta continuar; pero sale a su encuentro la Madre. Ella se le muestra como la columna fuerte, firme y segura en la que puede apoyarse para no desfallecer.

Hermosa lección para los que vendríamos después. Ella sigue esperándonos, en la Columna, a cada hijo que necesita sus cuidados y su cariño. Ella es el refugio de pecadores, el consuelo de los afligidos, el Sagrario que nos muestra a Dios.

Desde su Pilar nos repite, una vez más, a cada hijo: Cuando los acontecimientos de la vida te pesen demasiado, cuando las fuerzas te fallen y sólo pienses en huir… ¡Levántate! ¡Vuelve a empezar! No estás solo. Yo estoy contigo. Aquí sigo esperándote para colmar el ansia de tu corazón.

Después de escuchar esto que María nos dice, no podemos menos que caer de rodillas y llenos de agradecimiento alabar a la Madre y decirle desde lo profundo de nuestro corazón:

 

Bendita tú, María, que nos sigues protegiendo, nos sigues dando vida para que te cantemos; aunque no sepamos música ni tengamos un oído especial.

Bendita tú que nos esperas para que te dediquemos nuestra  plegaria; aunque no seamos escritores ni poetas.

Para que te hablemos; aunque no podamos pronunciar palabra porque nos embarga la emoción.

Y bendita tú, Madre, luz hermosa, claro día, que nos vienes a visitar.

MOMENTO DE ORACIÓN

Volvemos al silencio, nos serenamos y poniéndonos cerca de la Virgen, dirigimos a ella la mirada.

¡Mirad, de nuevo a la Virgen! ¡Miradla en su Pilar! Allí está para introducirnos en el corazón de lo auténtico; ya que con su entrega, su silencio y su hágase hizo posible que dijésemos: Padre a Dios.

Allí está para mostrarnos su inmenso poder de acoplamiento, a todas las circunstancias de la vida,  pasando siempre desapercibida.

¿Qué nos dice, para nuestra forma de vivir, este proceder de María?

¿Hay alguna similitud entre nuestra vida y la suya?

¿Qué quiero decirle al Señor en este día tan privilegiado?

¿Dé qué quiero darle gracias?

Por fin terminamos con esta oración a María:

Madre: No dejes nunca de protegernos.

  • Ayúdanos a estar a tu lado.
  • A ponernos al servicio de los demás.
  • A esforzarnos para, que todas nuestras manos se unan y formen una cadena que llegue hasta los confines de la tierra.
  • Porque sabemos Madre, que en la alegría y el dolor Tú nos estrecharás entre tus brazos. Y estando contigo sentiremos la dicha de vivir la paz, el gozo, la alegría, el amor,… o lo que es lo mismo: la plenitud de Dios.