A los discípulos de Jesús también les llegó la crisis. Ellos que veían, que seguir a Jesús les podría traer buenos beneficios, se quedan descolocados ante lo que acaban de escuchar.
Jesús, los ha llamado para subir a Jerusalén. Y, aunque saben bien que Jerusalén no era un lugar seguro, deciden seguirlo sin reproches. Lo que no podían esperar era que, Jesús comenzase a hablar de esa manera.
Con total franqueza, Jesús empieza a decir que ha de ser apresado, entregado, condenado a muerte, ser escupido, azotado… para terminar muriendo.
No pueden dar crédito a las palabras que estaban oyendo. Están espantados. Por eso Jesús, al ver sus rostros despavoridos, se da cuenta de que no han entendido nada de lo que les ha dicho. Se da cuenta de que, ellos –lo mismo que nosotros- necesitan: ver, oír y palpar… Sabe que su fe, todavía no está fuerte y andan, un poco, desconcertados; por lo que decide ofrecerles una nueva experiencia de vida. Decide, citarlos en el Monte de la Transfiguración.
Para este nuevo empuje que quiere darles, elije a tres de ellos y los invita a subir al Monte con Él.
Y, es precisamente aquí donde entramos nosotros en juego. Nosotros, que vamos descubriendo como la crisis también va llegado a nuestra vida. Nosotros que, lo mismo que los discípulos no nos gusta lo que vemos, ni lo que oímos, ni lo que palpamos… porque los acontecimientos que suceden nos dejan desconcertados. Nosotros que, todavía no nos hemos repuesto de un problema cuando nos llega otro, todavía no hemos salido de nuestro asombro ante un suceso, cuando llega otro dejándonos todavía más paralizados. Y, lo queramos o no –lo mismo que en los discípulos- aparece veladamente, en nuestro interior, un sentimiento de desaliento e impotencia que nos encoge el corazón. Quién no se ha preguntado alguna vez, ante tanto desconcierto ¿no es posible un mundo más humano? ¿No es posible vivir felices y en paz?
De ahí que Jesús, quiera llamarnos hoy a nosotros: a renacer, a empezar una nueva vida, a dar un cambio a nuestro corazón. Por lo que, aquí está proponiéndonos el subir al monte con Él.
Pero claro mirado así, puede parecer que, la transfiguración sea una huida cobarde, de las complicaciones que nos van llegando. “Nos vamos al Monte con Jesús y nos quitamos de encima el problema”
Nada más lejos de la realidad. La Transfiguración, tanto para los apóstoles como para nosotros, es la fuerza que nos afianzará en la fe, ante las dificultades y ante la pasión que se aproxima.
Pues la Cruz es un regalo del amor de Dios, y la subida al monte de la transfiguración, es la que sirve de preparación para subir al Calvario. Los cristianos de hoy –lo mismo que los discípulos- necesitamos ver, que Cristo es capaz de transfigurarse, de irradiar y manifestar esperanza… necesitamos descubrir su gloria entregada, por medio de todos los sacramentos.
Pero, ya veis, aquí seguimos nosotros, en este momento de la historia, instalados en otra situación de crisis. Nuestro futuro es incierto y, es cuando menos sorprendente, que después de más de dos siglos de andadura, parezca que las cosas no han cambiado tanto como esperábamos. Seguimos situados, en este tiempo de Cuaresma, con nuestra debilidad, nuestras tentaciones, nuestras incertidumbres… sumergidos, en un mundo, que trata de sofocar la Luz de Dios y su proyecto salvador; un mundo, en el que no tienen cabida, las actitudes que Jesús marca en el evangelio… por lo que, no le queda más remedio que, mostrarnos de nuevo, su camino, su proyecto… su nueva realidad.
Y nos marca una meta de altura. Una meta a la que no se puede acceder con “esas maletas” cargadas de seguridades y rutinas.
Una meta a la que no se puede acceder con la mochila llena de tradiciones y prácticas pegadas, como lapas, a nuestro interior.
De ahí, que sea necesario pedirle su gracia. “La gracia del Camino” Un camino en cuesta, cuya subida está llena de retos, de dificultades y de utopías.
Un camino que, para escalarlo es preciso creer, en que arriba hallaremos: un mundo nuevo y una tierra nueva; donde habrá diferentes estructuras y una mejor justicia; una eminente política y una insigne Iglesia.
Un camino y un mundo donde, no haya, mapas ni rutas, marcadas de antemano, sino que todo se deje guiar por la fuerza del Espíritu.
Y es ahora, cuando aparecen en el relato unas palabras preciosas, en las que no solemos pararnos, que nos dicen así: “Llegó una nube que los cubrió” –De nuevo la nube- El Antiguo Testamento está repleto de escenas donde aparece la nube y nosotros vemos la nube como cuando miramos al cielo, pero eso no es así. La nube significa la presencia de Dios, una presencia velada, porque a Dios no le podemos ver con nuestros ojos posesivos. Significa que la manifestación de Dios es personal, la persona y Dios quedan en sintonía cubiertos “por esa nube” que oculta a los demás lo que está pasando entre ellos. Y es aquí donde se ve con claridad. Los presentes escuchan la voz “Este es mi Hijo, el elegido ¡escuchadle! Pero la experiencia solamente la está viviendo Jesús. Y es, en ese encuentro interior con su Padre, donde surge la llamada y la respuesta. La escucha de la Palabra del Padre engendró nuevos seguidores y la escucha del Evangelio de Jesús dará vida a la Iglesia.
Jesús, comprende –en ese momento- sin ninguna clase de duda que, la apertura a Dios no puede ser nunca una huida del mundo, que quien ama inmensamente a Dios, tiene que amar inmensamente a la tierra. Por eso, quien se encuentra con el Dios de Jesucristo siente con más fuerza las injusticias, el abandono y el desánimo de los seres humanos.
Y es en esta experiencia precisamente, donde Jesús toma conciencia, de que ya no pueden seguir en el Monte. Percibe que cuando la persona se ha dejado penetrar, por la gloria de Dios, ya no puede seguir en lo alto, tiene que bajar; bajar a lo profundo de su ser, bajar al mundo, a la vida cotidiana. Porque la experiencia del Tabor nos prepara para luchar con esperanza y, sin hundirnos en el desaliento, para transformar el mundo.
Es un trabajo arduo y constante; un esfuerzo que nos va cincelando y haciendo crecer. En él, nos desgastamos y cansamos, pero nos vamos afianzando en hacer un mundo más humano y fraternal.
La gloria que, Jesús, manifiesta en el monte, es la que nos ayuda a asimilar:
- Nuestras derrotas y tropiezos.
- La que nos enseña a aceptarnos, tal como somos.
- La que nos ayuda a acoger el sentimiento de que somos efímeros y estamos de paso.
- Y la que nos afirma para aceptar que nuestra realidad es provisional
Dios mío, ¡cómo necesitaría contemplar, nuestro mundo de hoy, la gloria de Dios en estos momentos de crisis!
De ahí que, Jesús, no se quede en el monte gozando de la gratitud y la amistad de los “escogidos” Jesús, baja para enfrentarse a la realidad del sufrimiento, de la oposición de cuantos le rodean y de la perspectiva de la muerte. Por lo que, puede decirnos con fuerza, a sus seguidores:
Bajad del monte, también vosotros, para compartir con los hermanos lo que allí habéis vivido.
Mirad todos los que os esperan en las ciudades, en los pueblos, en los caminos… Hay muchas personas que solo conocen a Jesús de oídas. Su nombre a veces les resulta familiar, pero no han pasado de algunos recuerdos de la infancia.
Es verdad que se llaman cristianos y muchos se definen así, pero viven sin escuchar en su interior a Jesús y sin esa experiencia, imposible conocer: su paz, su fuerza alentadora y su soporte para nuestra vida.
Bajad, porque hay demasiadas personas que sufren, esperan y trabajan y es necesario llevarles un poco de la luz y del consuelo que allí recibisteis. No olvidéis que no puede encenderse una luz para guardarla, como tampoco se puede almacenar la dicha porque se pudre.
Nadie puede ser feliz a solas, ni amar a solas, ni servir a solas… Mas, no tengáis prisa en compartirlo.
Mis Palabras hay que madurarlas, lentamente, en el silencio de la oración, hay que interiorizarlas en la paciencia y en la espera, hay que hacerlas pasar por la prueba del sufrimiento.
El Tabor y el Calvario nos muestran que hay una relación muy estrecha entre transfiguración y Pascua de Jesús. Pues si la transfiguración es una experiencia de amor, el verdadero amor exige muerte. El que de verdad ama, se vacía de sí mismo para darse a los otros y está dispuesto a dar la vida, como lo hizo Jesús. ¡Cómo entienden esto los padres!
Y este es el amor que Jesús llevó a cabo hasta el final. Este es el amor que Jesús nos enseña, amando.
Lo leemos en la carta a los hebreos, Jesús es: humano y humanizante; semejante, en todo, a sus hermanos hasta identificarse con ellos en las situaciones más duras de la vida.
Por tanto, el grito de Jesús hoy, será para repetirnos que también a nosotros nos espera:
- Un mundo desestructurado e individualista.
- Un mundo, en el que los cristianos, están en crisis de evangelización.
- Un mundo, donde nos resulta difícil, mirar desde Dios la realidad.
- Donde consideramos arduo, identificarnos por amor, con todas las víctimas que sufren.
- Un mundo donde, se complica demasiado el vivir el evangelio, hasta las últimas consecuencias.
Vivimos en un mundo que necesita escuchar a Dios. Porque cuando el creyente se detiene para escuchar en el silencio a Jesús, en su interior percibe que le dice: ¡No tengas miedo! Abandónate, con toda sencillez, al misterio de Dios. No importa tu poca fe ¡eso basta! No te inquietes. Si me escuchas descubrirás que el amor de Dios consiste en estar siempre perdonándote. Y si crees esto tu vida cambiará y conocerás la paz en tu alma. Porque,
Mi Padre es capaz de, Transfigurar un corazón,
por muy resistente que sea.