Cuando me he puesto a escribir sobre la Nueva Evangelización, lo primero que me ha venido a la mente es que, los que vais a recibir mis escritos sois ya personas evangelizadoras, pero pensaba que, a veces, nos hemos metido en esto de evangelizar: por hacer algo, porque tenemos buena disposición, porque nos salía de dentro, porque nos lo han pedido… sin una opción sería, sin unos planteamientos fuertes, sin unos conocimientos auténticos… De ahí, que me pareciese estar en un momento privilegiado para tomar conciencia de lo que estamos haciendo, porque en muchas ocasiones nos hemos puesto a evangelizar sin habernos planteado: cómo evangelizamos, desde dónde evangelizamos, para quién evangelizamos… El mundo en el que vivimos nos hace ser personas de superficie, pero para evangelizar se necesita bajar a la profundidad. Porque, la luz que muchos van buscando, no la encontraran en nuestro activismo –por muy importante que sea- sino en el brillo que se trasluce de lo que brota de nuestro fondo.
Porque, el mundo –al que pretendemos evangelizar- está lleno de oscuridades y por muchos focos potentes y sofisticados que le pongamos no logrará salir de ellas. Solamente nuestro modo concreto de vida; nuestros compromisos –no pretenciosos- con los demás; y nuestra fe, humilde en Dios -siempre, inmensamente mayor que nosotros- podrán iluminar esas oscuridades. Todo lo demás ciega. No nos confundamos, cuanto más dentro está Dios de una persona, más dispuesta estará para brillar sirviendo y dándose a los demás.
Por eso sería bueno, que revisásemos cómo –nosotros y no otros- somos los que no nos dejamos alegrar por las sorpresas del evangelio; cómo –nosotros y no otros- dejamos de preocuparnos por encarnar la paz que tanto defendemos; cómo –nosotros y no otros- desistimos de afrontar las exigencias que nos vienen y de perdonar nuestras equivocaciones…
Ya sé que muchos podréis seguir diciendo: pero con el tiempo que llevo yo haciendo esto ¿qué me vas a decir a mí?
Pues precisamente por eso, es posible que sea el momento oportuno para volver –con ánimo renovado- sobre los pilares de la evangelización.
Pero que nada nos desinstale. Dios, en su infinito amor, soñó unos planes de evangelización -para cada uno personalmente- y todos sabemos, que Él lleva a cabo todo lo que comienza.
Por eso, tan solo nos queda pensar:
• Que la obra de Dios sobre mí, ya está en marcha.
• Qué estoy en las mejores manos para llevarla a cabo.
• Y que Dios cumplirá su compromiso hasta el final.
Y ahora que sé todo esto:
¿Permitiré quedarme sin terminar mi tarea?
Por tanto, es necesario caer en la cuenta de que, lo que tengo que hacer he de hacerlo –con sumo esmero- porque es el plan -de evangelización- que Dios ha elegido para mí. Pues:
El que ha puesto, los deseos de evangelizar, en mi corazón,
ha sido el Señor.
El que me ayuda en su realización,
es el Señor.
El que me invita a asumir mis compromisos,
es el Señor.
El que me da fuerza para cumplirlos,
es el Señor.
De ahí que:
o Ya no deba importarme en qué tramo del camino estoy.
o Ni el que me acechen las dudas,
ni la fatiga,
ni el cansancio,
ni el tedio…
…
Porque:
– Él me dará esperanza, cuando fallen mis fuerzas.
– Valor cuando falle mi fe.
– Y confianza cuando me aceche la duda…
Pues sé, que yo puedo fallar, pero Él no fallará. Por eso, viviré con la seguridad de que, si el Señor se ha comprometido conmigo, en esta tarea de la evangelización, cumplirá su compromiso hasta el final. Porque:
“Su misericordia es eterna
y no abandona la obra de sus manos”