Reseña de la charla sobre la vida de San Ignacio del 4 de Octubre de 2012 (Comunidad de Matrimonios Nazaret)
Ponente: Jose Luis Sánchez Girón sj
En 1521, cuando tenía 30 años, Ignacio de Loyola convalece de una grave herida sufrida en el asedio de Pamplona. Se debate entre volver a su vida anterior, cortesana y refinada, o dedicarse para siempre a servir a Dios en Jerusalén haciendo vida de ermitaño. Ambas cosas le invaden el pensamiento sucediéndose una tras otra repetidamente con enorme intensidad hasta dejarlo exhausto. El entusiasmo por el segundo plan le vino leyendo historias de santos presentadas como si fueran hazañas de caballeros andantes, un ideal de vida propio de la época y muy arraigado en Ignacio. En su Autobiografía dice que los primeros deseos le embelesaban… pero que se quedaba frío cuando dejaba de pensar en ellos. En cambio los otros mantenían su ardor en todo momento. El “se paró a pensar” sobre esta alternancia de pensamientos. Finalmente, se decidió a seguir la senda de ese ardor.
Antes de embarcar en Barcelona hacia Tierra Santa, pasó casi un año en Manresa ensayando la vida de ermitaño, convencido de que si ayunaba, velaba y se mortificaba más que los santos de aquel libro, agradaría más todavía Dios. Al final de su vida esto le inspirará el candor que suscitan las ilusiones de un niño. Sentía que en su trato con Dios era eso: un niño al que el Señor llevó de la mano hacia una relación madura con El. En Manresa sufrió terribles desánimos. De pronto se vio incapaz de vivir esa nueva vida. Le desesperaba la sensación de haber cometido un error irreparable. Con ayuda de algún confesor, y de Dios, superó esa angustia y sacó partido de la experiencia tomando algunas notas sobre cómo se habían desarrollado las cosas en su ánimo. Son el germen del libro de los Ejercicios Espirituales. También percibió que su conversación con las gentes que se acercaban a él era provechosa; les ayudaba. Empezó a pensar si no sería prestar esa ayuda lo que Dios esperaba de él, más que las penitencias y mortificaciones con las que estaba tan convencido de agradarle. Aprendió que buscar y hallar la voluntad de Dios no es una operación que se hace de una vez sino una manera de vivir.
La experiencia más intensa que vivió en Manresa fue la “ilustración del Cardoner”. A orillas de este modesto rio, Ignacio se sintió transportado por la armonía y la belleza de la creación; por la presencia de Dios en la ordenada riqueza de su infinita variedad. Entendió que estudiar y conocer el mundo es bueno, y al tiempo experimentó que todos los saberes deben conducir a esa emoción, plena e insuperable, que él sintió en la ribera del Cardoner. Con el paso del tiempo, lo que fue estudiando y aprendiendo le devolvía a ese momento único e irrepetible.
En Jerusalén vivió con intensa devoción la visita a los lugares santos. El amor por Jesús se hizo entero, total. Pero no pudo realizar su deseo de quedarse para siempre. Le hicieron ver que el Papa no era partidario de ello por los peligros y las enormes complicaciones que conllevaba. Muchos que lo hacían eran secuestrados por bandidos que pedían enormes rescates y esto era un grave problema para la Iglesia. Ignacio entendió en ese momento que hasta ahora todo lo había pensado y proyectado por su propia cuenta, sin pararse nunca a pensar si sus planes de servir a Dios encajarían en los de la Iglesia. Ahora comprende que la voluntad de Dios no la debe buscar al margen de ella; que no la va a encontrar si no es en algo que encaje en la misión que Cristo le encomendó.
Llega de nuevo a Barcelona en 1524; lleno de interrogantes, pero es más fuerte la sensación de que vale la entrega a Dios que hizo en Loyola. Ahora sabe que ser fiel a esa entrega es buscar y hallar lo que el Señor espera de él en las circunstancias de cada tiempo, sin ponerla en tela de juicio porque un proyecto no salga adelante. Uniendo unas cosas y otras de las que ha ido viviendo, ve que es bueno formarse. Para estudiar, lo primero que había que hacer entonces era aprender latín. Ignacio se puso a estudiarlo yendo a clase con niños de 12 años.
De Barcelona se fue a Alcalá de Henares para estudiar en la nueva universidad de esta ciudad. Seguía viendo que su conversación espiritual aprovechaba a quienes la mantenían con él (“ayudar a las almas”, lo llamaba), pero no le dejaba el tiempo necesario para estudiar. Además, esta actividad levantaba sospechas, y lo mismo la vida en común que empezó a llevar con otros estudiantes que, atraídos por sus experiencias y su manera de enfocar la vida, formaban con él un pequeño grupo que compartía fe e ilusiones de hacer algo juntos en servicio de Dios y de los demás. Las autoridades sospechaban que fueran “alumbrados”, a los cuales se le consideraba cercanos al luteranismo. Los alumbrados sostenían que para vivir al fe bastaba con el propio sentimiento, sin necesidad de conocer ni estudiar la Teología ni la doctrina de la Iglesia. Como Ignacio aún no tenía estos estudios, las autoridades le prohibieron que entrara en cuestiones profundas en sus conversaciones con otros. Las resoluciones que tomaron truncaron también el grupo que había formado. No obstante, para Ignacio fue como un primer ensayo del que formaría en París, que sería el germen de la Compañía de Jesús.
Pero Ignacio aún no tenía ideas concretas sobre nada parecido cuando en 1527 partió hacia París desde Salamanca. En esta ciudad hizo un segundo intento de estudiar, pero los problemas de Alcalá se repitieron. Pensó que en París, lejos del clima que en España le proporcionaba tantas dificultades, estaría en mejores condiciones para buscar y hallar la voluntad de Dios.
Hasta aquí esta primera parte de la vida de San Ignacio. En París empezará el largo y apasionante camino hacia la fundación de la Compañía de Jesús. La vida de Ignacio nos ha dejado ya algunas importantes enseñanzas. La voluntad de Dios también hay que buscarla en el efecto que nos producen las experiencias y nuestra propias emociones. Examinando las suyas, él encontró un nuevo impulso de vida en Loyola, y los Ejercicios Espirituales son sin duda su gran propuesta para hacer algo así. Nos enseña también que las grandes experiencias pueden no dar sus efectos de inmediato, sino cuando se entrecruzan con otras y, bajo la luz enriquecida y nueva que sale de todo ello, nos ofrecen un significado más claro y concreto.