N de R: Ver “oracion para adviento“, en esta misma web, en el rincón de Julia.

Por Julia Merodio

 

Necesito que vengas, Señor.

Necesito que vengas a calentar este frío

mundo en el que habito.

Necesito que deshagas esa fría niebla que

nos tapa la realidad.

Porque necesito volver, al sendero que conduce, al verdadero encuentro contigo.

 

EL ADVIENTO COMO NOVEDAD

Lo primero que se me plantea, al ponerme un año más, a escribir sobre el Adviento es preguntarme ¿acaso puedo aportar algo nuevo a lo ya dicho? Y realmente observo que me resulta difícil.

 

Así, sigo mirando la palabra Adviento, una palabra que me resulta grata, apacible, gozosa… pero que, como su nombre indica se refiere a lo que ha de venir y pienso ¿cómo saber lo que vendrá? ¿Cómo conocer el futuro? Sin embargo me doy cuenta que la respuesta la hallo en la misma Palabra de Dios, el evangelio nos lo dice: ¡Estad atentos a los signos!

 

Paso a observar el entorno, la realidad actual, el mundo donde habito y presto atención ¿qué signos detectamos en lo que nos rodea? La verdad es que no son demasiado halagüeños. Vemos que:

–  Lo de Dios ya no vende.

–  Las Iglesias se vacían.

–  El consumo nos taladra.

–  La fama no tiene cabida en lo que nosotros hemos elegido.

–  El estilo de vida que se nos marca nos aparta de la realidad…

¿Qué hacer?

Por otro lado, podemos caer en la trampa, de ver el Adviento como uno más ¡hemos vivido tantos Advientos! ¡Hemos escuchado, tantas veces, predicar sobre las mismas Palabras!

Sin embargo Jesús, llega a nosotros para decirnos: “Mirad que hago nuevas todas las cosas” ¡También vuestro Adviento!

 

EL ADVIENTO ES VIDA

Y vemos que, de repente las fichas del puzzle empiezan a encajar. Y lo del Adviento deja de ser algo bonito, que sólo produce ternura, para convertirse en vida, en tarea, en misión, en esperanza…

Hemos llegado a lo nuclear. Toda nuestra vida es un Adviento y en ella no cabe lo etéreo sIno lo real.

Todo está por aparecer, todo por llegar… Nada se nos va a dar hecho y la manera de hacerlo -bien o mal- tendrá una repercusión, no sólo en nuestra realidad, sino en toda la sociedad, en la creación entera.

Y es que el Adviento, como todo lo importante de la vida, “no necesita del mucho hablar, sino del sentir” de la manera en que, hemos de trabajarnos cada uno, para vivir abiertos a las sorpresas de Dios.

Porque mi Adviento y el vuestro, ha de ser único. Y lo mismo que, cada nuevo día es igual al anterior y somos nosotros los que lo hacemos diferente; lo mismo tenemos que hacer con el Adviento.

Por tanto, lo primero a tener en cuenta es que, el Adviento no es algo que se irá cuando acabe la Navidad, es algo que permanece. El Adviento es consubstancial a nuestra vida y por lo tanto permanece en ella, aunque seamos incapaces de reconocerlo. Toda nuestra vida es un Adviento y cada uno tendremos que hacer el nuestro: único, intransferible; ni mejor ni peor que el de al lado, simplemente distinto.

 

LOS SIGNOS DEL ADVIENTO

Uno de los gritos del adviento es la llamada a permanecer en vela, a estar atentos… y una de las primeras cosas que se nos piden es, la de prestar atención a los signos que lo determinan:

–       La búsqueda.

–       La preparación.

–       Y la esperanza.

Es verdad que en toda persona hay un trasfondo de esperanza. Pero también es importante, dedicar un tiempo a descubrir ese mundo de                                 deseos que hay dentro de nosotros, pues solamente lo que de verdad queremos y deseamos es lo  que anhelamos  con ilusión y alegría.

Por eso, nosotros, los que tenemos la gracia de vivir este adviento junto a Jesús, debemos de tomárnoslo en serio.

Tomemos conciencia de que nadie puede hacer las cosas por nosotros, y que, lo que no hagamos se quedará sin hacer. Lo esencial de la persona es intransferible; y  tendremos que descubrir, que asumir, que aceptar… las responsabilidades que nos depare la vida. Ya que, solamente cada uno en particular podremos responder, de cómo las hemos hecho crecer y madurar, en favor nuestro y de los demás.

 

MOMENTO DE SILENCIO

Nos ponemos en presencia del Señor. Nos damos cuenta del momento tan privilegiado en el que nos encontramos. Nos detenemos para observar la grandeza del Adviento.

Para este momento de oración, podemos tomar el cántico de Zacarías, persona que también vivió su adviento personal. Él nos dejó estas bellas palabras:

“Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz”

 

Vivimos en un mundo complejo. Todos deseamos una familia mejor, una iglesia mejor… Deseamos que descienda el paro, que haya menos violencia,   que no nos bajen el sueldo, que nos dejen vivir en paz… Nos quejamos de cómo esta todo, no nos fiamos de nadie, esperamos –no con demasiada esperanza- que algún día cambie, esperamos que cambien las cosas, que cambien los demás, pero sería bueno que delante de Dios tomásemos conciencia de que, si cambiásemos nosotros, todo irá un poquito mejor.

Para ello, vamos a fijarnos en el transcurso de un día cualquiera, y vamos a ir observando:

¿Qué he hecho, en este día?

¿Qué actividades han ocupado mi tiempo libre?

¿Qué sentimiento han provocado en mí?

Observemos, que expectativas nos llevaban a vivir, de esa determinada manera.

¿Buscábamos la aprobación de los demás?

¿La popularidad?

¿El éxito?

¿El quedar bien?

Al no conseguir nuestras ilusiones, nuestros deseos

¿Qué sentíamos dentro?

¿Sentíamos un vacío difícil de llenar?

¿Somos conscientes de que, una vez más, viene Jesús a llenar nuestro vacío?

¿Lo creemos de verdad?

¿Cómo pensamos prepararnos para esperarlo?

¿Nos cambiará en algo su llegada?

 

Sólo Dios es más fuerte que el mal.  Por eso, en este momento de silencio y calma, digámosle cada uno desde lo profundo de nuestro ser: Tú conoces mis limitaciones Señor, Tú sabes lo poco que puedo, cuando solamente cuento con mis fuerzas.  Por eso quiero que mi grito para este Adviento sea: Señor, ¡ven a salvarnos!

Sálvanos de:

  • Las excusas que ponemos, para no llevar el mensaje a los demás
  • De nuestra pereza para darnos a los hermanos.
  • De nuestra sordera para escuchar tu Palabra.
  • De querer quedar por encima de los demás.
  • De la superficialidad con que vivimos el evangelio.
  • De la insensibilidad por las cosas del Señor.
  • Del egoísmo que tanto disimulamos.
  • Y sobre todo, de esa rutina que trata de taparnos, la esperanza

de que, lo mejor, siempre está por aparecer.